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México.- El uso de secreciones del cuerpo, el cabello, las uñas o los dientes, así como innumerables artilugios mágicos para atraer, retener o "conquistar" al ser amado, han sido desde la época prehispánica algunos "caminos" para encontrar el amor.
De acuerdo con algunos investigadores, el arte de seducir siempre estuvo ligado a la alta religiosidad de los pueblos mesoamericanos, quienes a través de productos alimenticios, invocaciones a los dioses, chamanismo u otras suertes, buscaban conservar o allegar al sujeto amoroso.
En su libro "Amor y magia amorosa entre los aztecas" (UNAM, 1984), la etnóloga Noemí Quezada señaló que por ejemplo los antiguos mexicas utilizaban además "polvos amatorios de hueso de muerto o tierra", con los que se perseguían principalmente el matrimonio, liberarse del marido, amansarlo y evitar que el ser amado se casará con otra persona.
Como en todas las relaciones sentimentales, agregó, el objetivo último de estas actividades era obtener y conservar el amor para poder así adquirir seguridad en la vida.
Basándose en la medicina tradicional y la magia amorosa, los aztecas, principalmente las mujeres, se valían de hechiceros, adivinos o curanderos, que hacían cobrar fuerza a los artilugios, por medio de hierbas, amuletos y hechizos para alcanzar el amor, idealizado en el matrimonio, y el erotismo o el placer carnal de las relaciones extra maritales.
En su texto, Quezada mencionó que algunas mujeres que sufrían "inseguridad en sus relaciones de pareja, recurrían a prácticas de magia amorosa, mecanismo de equilibrio social a través de la
manipulación de poderes sobrenaturales, con la idea atraer o retener al ser amado, aunque también los hombres las realizaban para conquistar a la mujer deseada".
El especialista Pablo Rodríguez refiere por su parte que la hechicería e idolatría ligada al amor, persisitió con la llegada de los españoles en 1492, no obstante los esfuerzos de clérigos y autoridades civiles por desterrarlas, y debieron conformarse con registrar, con impotencia, cómo los conjuros amorosos sobrevivían y se multiplicaban.
Personajes como Fray Alonso de Molina escribió un libro de confesionario que servía para penetrar el alma de los feligreses y auscultar su fe, mientras que Hernando Ruiz de Alarcón y Jacinto de la Serna escribieron tratados en los que recopilaron los rituales, conjuros y hechizos que practicaban los indígenas de las regiones centrales de Nueva España.