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Intelectuales, política y compromiso social

Gabriel Castillo

Desde finales de los años setenta me convertí en un admirador del licenciado Narciso Bassols, al acercarme al conocimiento de sus ideas y sus obras. Hombre que supo conjugar fecundamente pensamiento y acción, al servicio siempre de las mejores causas de México. Reconocido como uno de los intelectuales más destacados del siglo XX, discípulo distinguido de don Antonio Caso y compañero de lucha en la etapa combativa de Vicente Lombardo Toledano. Además, académico brillante, articulista incisivo y excelente polemista gracias a la enorme capacidad argumentativa derivada de su extraordinaria cultura. El maestro Jesús Silva Herzog, en un interesante escrito, se refiere a él como un hombre “siempre movido por el afán de clarificar con su talento brillante, con su dialéctica arrolladora los problemas de su México y del mundo”.

Creo firmemente que en momentos difíciles como el que pasa nuestro país actualmente, de confusión, de incertidumbre, de desconfianza hacia las instituciones dañadas por quienes las representan, resulta conveniente y reconfortante recuperar enseñanzas y ejemplos de nuestra historia, acudir a quienes generaron pensamientos valiosos acerca de la verdadera democracia, el significado de la unidad nacional, las consecuencias de la corrupción, la importancia de la educación, el rumbo de la economía o el papel de los intelectuales. Especialmente sobre esto último encontramos en Narciso Bassols una gran congruencia, pues siendo “una de las mentes más lúcidas de México de todos los tiempos”, según expresó el escritor y periodista José Alvarado, nunca se doblegó ante el poder, nunca dejó de decir lo que pensaba y siempre defendió los intereses del pueblo frente a los poderosos.

He recurrido al recuerdo de Bassols porque me parece lastimosa la actitud de algunos intelectuales mexicanos que se han prestado, firmando desplegados en diarios nacionales, para justificar el cuestionable papel que han jugado los principales funcionarios del IFE en esta elección, en la cual lo que menos hay es certeza en los resultados. Pero con ello también están justificando la indebida intromisión del presidente de la República durante buena parte de la campaña, utilizando recursos del Gobierno para promover a su candidato, así como la abierta injerencia de los organismos empresariales descalificando perversamente al candidato de la izquierda y la clara inducción del voto por una buena parte del Clero.

¿Y qué pensar del silencio de esos intelectuales ante la guerra sucia en que se convirtió la campaña del PAN con la intervención de asesores extranjeros, representantes de la ultraderecha española y norteamericana? Afortunadamente no todos los intelectuales mexicanos, ni siquiera los más reconocidos o respetados por sus obras, se han prestado al tradicional juego de “la cargada”, característico todavía del sistema político en nuestro país.

Existen escritores, pintores, escultores, cineastas, científicos, periodistas, caricaturistas y actores que con mucha valentía, lucidez y firmeza se han comprometido con la causa de la democracia y esa causa pasa tanto por denunciar los abusos cometidos desde el poder, como la doble moral e hipocresía con que se conducen quienes dicen haber ganado la elección.

Personalidades como Sergio Pitol, Elena Poniatowska, Carlos Monsiváis, René Drucker, Carlos Montemayor, Vicente Rojo, Guadalupe Loaeza, Luis Mandoki, Demián Bichir y muchos otros que sería largo enumerar, están pidiendo, como millones de mexicanos en toda la República, que se haga efectivo el principio constitucional de certeza para la elección presidencial.

Nos queda claro que se juegan su prestigio, sacrifican su posible comodidad e incluso arriesgan su seguridad ante los intolerantes de ultraderecha que se sienten dueños del país. Ello no debe dejar de valorarse, pues bien pudieran muchos de ellos dedicarse sólo a sus actividades de creación sin ningún compromiso con la sociedad, más aún con el pueblo que ha sabido resistir por tantos años y que quiere un verdadero cambio para mejorar su condición de vida. Intelectuales que asumen esta clase de compromiso se ganan la confianza de la gente y consolidan su prestigio.

Insisto, en los momentos difíciles se sabe de qué está hecho el hombre en sentido genérico y en el asunto que nos ocupa, se conoce a los intelectuales según la posición que adoptan frente a grandes temas como la justicia, la libertad, la verdad, la democracia y la igualdad, o ante los graves problemas que afectan a la población mayoritaria por tanto tiempo marginada.

Termino citando a don Narciso Bassols, de quien hice referencia al principio de este escrito, que dijo al respecto de lo que venimos tratando: “Mate la desconfianza el intelectual; afine sus medios de expresión y de contacto con la realidad; vaya a la plaza pública como el griego salía de la academia al ágora y salvará su desprestigio... Abandone su rancia actitud de temor y cobardía ante la lucha; sea fuerte, valiente, audaz; aprenda a pegar cuando la vida lo reclame”. Esto expresado en 1925 mantiene vigencia, aunque pudiera actualizarse conservando la esencia del planteamiento.

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