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Un siglo después/Plaza Pública

Miguel Ángel Granados Chapa

La recordación de la huelga de Cananea, iniciada hace un siglo, el primero de junio de 1906 tiene lugar en medio de un conflicto protagonizado por el sindicato minero, debido a la intromisión de las autoridades laborales en su vida interna. Como consecuencia, se inicia hoy allí una serie de paros en la industria minera y se reúne la cúpula de un gremialismo fortalecido y unificado precisamente por la grosera (en el doble sentido de mal hecha e insolente) actitud del Gobierno Federal.

Tendremos presentes hoy los acontecimientos de hace una centuria y posteriormente examinaremos el curso actual de los paros en la minería del cobre y en la siderurgia, que se multiplicarán en otras ramas de esa industria extractiva y culminarán el 28 de este naciente mes, en vísperas electorales, con un paro nacional que podría ser seguido por numerosos sindicatos cuyos miembros trabajan en actividades estratégicas.

En la región donde hoy se asienta Cananea ha habido explotación minera desde la época colonial. Durante casi todo el siglo XIX se extrajeron de las minas de esa comarca metales preciosos, pero al declinar el siglo se inició el auge del mineral de cobre, principalmente porque la expansión de la electricidad le dio un uso que parecía infinito. Tal expectativa de mercado permitió al coronel William C. Greene, un ganadero que había adquirido lotes mineros, interesar a los grandes capitales, que ingresaron en la empresa denominada de las cuatro ces. Cananea Consolidated Copper Co. Entre los inversionistas contó el primer Rockefeller, a través de la Anaconda Coopper, que a la postre controlaría la empresa establecida en Sonora, hasta bien entrado el siglo XX cuando las leyes que mexicanizaron la minería la obligaron a vender su participación mayoritaria. Anaconda permaneció en el mercado mexicano de cobre a través de Condumex, ahora propiedad del Grupo Carso.

La explotación minera implicaba la del suelo y la de las personas. Las condiciones prevalecientes en Cananea eran adicionalmente más severas porque la economía de los trabajadores se medía en dólares cuando consumían, puesto la casi totalidad de sus bastimentos venía de la vecina población de Naco, en Arizona y en pesos cuando se trataba de la remuneración. Por si fuera poco, el personal extranjero recibía un trato privilegiado, discriminatorio de los mexicanos. Esas circunstancias hicieron percibir a militantes diversos el potencial revolucionario del gremialismo minero, por lo que grupos mexicanos como el Partido Liberal encabezado por los hermanos Flores Magón, y agrupamientos radicales norteamericanos enviaron delegados a la zona. Su trabajo de organización fue eficaz por lo que la inconformidad obrera se condensó el primero de junio de 1906.

Ese día los mineros, se lee en La revolución interrumpida de Adolfo Gilly, “se declararon en huelga exigiendo la destitución de un mayordomo, un salario mínimo de cinco pesos por ocho horas de trabajo, trato respetuoso y que en todas las tareas se ocupara, a igualdad de aptitudes, un 75 por ciento de personal mexicano y un 25 por ciento extranjero. Exponían sus demandas en un manifiesto en el cual atacaban al Gobierno dictatorial como aliado de los patrones extranjeros”.

El trabajo se suspendió en todas las instalaciones y los obreros hicieron una manifestación, que fue atacada por los guardias de la compañía. Murió un minero. “Los obreros respondieron y mataron a agentes de la empresa. La lucha se generalizó por dos días, entre obreros mal armados con rifles y pistolas tomados en un asalto a los montepíos y casi sin parque, y las tropas del estado, bien armadas y apoyadas por un batallón de 275 rangers que cruzó la frontera llamado por el gobernador de Sonora para reprimir a los huelguistas. Éstos fueron derrotados y sus dirigentes condenados a largos años de cárcel, de donde los sacaría la revolución. Entre ellos estaban dos futuros oficiales de los ejércitos revolucionarios, Esteban Baca Calderón y Manuel M. Diéguez”.

No hay precisión, comprensiblemente, sobre el número de víctimas de la breve pero significativa revuelta. En enero pasado, cuando en un muro de la legislatura sonorense se inscribió en letras de oro la frase Mártires de Cananea, los discursos oficiales cifraron en veintiuna personas las asesinadas o ejecutadas por la Fuerza pública, pero no se sabe con exactitud cuántas víctimas tuvo la empresa y aun la autoridad. El historiador norteamericano John Mason Hart, dice que “las estimaciones varían pero se piensa que en las refriegas murieron entre 30 y un centenar de trabajadores mexicanos y cuatro norteamericanos”.

El acontecimiento tuvo una suerte extraña en el ámbito de la historiografía. Tanto la oficial como la revolucionaria le atribuyen importancia semejante. Se ha considerado que la huelga contó entre las señales de inconformidad creciente en vastas zonas de la vida mexicana y sus sobrevivientes fueron vistos como “precursores de la Revolución mexicana”.

Los dos citados por Gilly ilustran muy bien el curso de las corrientes de ese movimiento social. Ambos fueron liberados por el maderismo triunfante, de su prisión en San Juan de Ulúa y se sumaron a la lucha armada. Diéguez quedó del lado de los marginados y fue fusilado en la rebelión delahuertista. Baca Calderón vivió lo suficiente para morir durante su tercer periodo como senador, la última vez postulado en 1952 por el PRI. Pero como diputado constituyente hizo que Cananea inspirara la legislación laboral.

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