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Plaza pública/México según Fox

Miguel Ángel Granados Chapa

Hombre espontáneo y sincero, a menudo el presidente Fox dice lo primero que le viene a la cabeza. De ese modo conocemos su credo, su visión de nuestro país sin las mediaciones que la reflexión impone. Mañana hará una semana que ofreció dos pruebas de esa forma de ser. No pasarían de meras anécdotas, de no revelar la índole de su gobierno y de las percepciones que lo determinan.

De gira por Querétaro, Fox expresó una vez más su lejanía y aun su desdén por la palabra escrita, por la lectura. Se dirá en su descargo que andaba en plan de broma, pues hasta alertó a señoras que elogiaban su guapura de la proximidad de su esposa, participante infaltable en los viajes presidenciales; en su actividad toda, en realidad, al punto de que los historiadores que dentro de medio siglo hurguen en la memoria gráfica del país se preguntarán quién es el caballero alto, calzado con botas y a veces tocado con sombrero que suele aparecer al lado de la señora Marta Sahagún.

Pero no fue chistoso lo implicado en su respuesta a una señora a la que tuteó a pesar de que ella lo ustedeaba. Todo partió de una expresión de su narcisismo. Preguntó cómo lo ven en la televisión, si lo ven bien, que cómo va en su gobierno. Sorprendidas por el interrogatorio, sus interlocutoras a todo contestaron positivamente: que va muy bien el señor Presidente. Pronto le quedó clara a Fox la razón de ese aprecio, justo y objetivo: Las señoras queretanas con quienes habló no leen los periódicos. Una ni siquiera sabe leer. Sigue así, implicó el Presidente, sin asombrarse ni menos condolerse del analfabetismo de la señora, que poco le importó. Eligió en cambio recomendarle que siga así, y estará contenta. “Si quieres ser feliz, como me dices, no analices, muchacho, no analices”, rezaba un epigrama repetido medio siglo atrás. Esa fórmula, tranquilizadora, es la misma del Presidente: no lean los periódicos, para que no se les deforme la visión de lo que pasa en México. Véanme en cambio en la pantalla de televisión. Para eso no se requiere saber leer, señora, de modo que ni se preocupe.

El Presidente ha dado reiteradas muestras de su ralo interés por la lectura. Es sabido, y notorio, que aun los textos a los que por fuerza deben aproximarse, los discursos que escriben para él sus colaboradores, los conoce sólo en el momento de pronunciarlos. Y en su política general, la tributaria en particular, refuerza esa desafección por la palabra escrita. En vez de fomentar la lectura, como su retórica dice hacer, la estorba con onerosos y agobiantes arbitrios fiscales.

El perjuicio más reciente entre los que ha asestado a la producción intelectual es la modificación del status de las revistas ante la Secretaría de Hacienda. Se supone que esta dependencia estableció un mecanismo para devolver, de modo enrevesado, a esas publicaciones su situación previa en torno al IVA. Pero la operación no se ha practicado, porque no se echó a andar todavía el ofensivo o inútil instrumento que la haga viable: Se requiere que las revistas se inscriban en un padrón, previa acreditación de su ¿honestidad, decencia, utilidad? que deben expedir sendos comités de supervisión formados en los consejos nacionales para la cultura y las artes y de ciencia y tecnología. Allí nadie da pasos, no se atreven a hacerlo, para poner en marcha esa instancia de calificación. Y mientras tanto se acumula sobre las revistas la carga tributaria.

Quizá por su desinterés en la lectura —que a contrario sensu se manifiesta en gravámenes a las actividades que la propician—, el Presidente carece de perspectiva para analizar la vida pública de que es protagonista, y para evaluar a sus colaboradores. Por falta de ese rigor en su juicio, calificó de gabinetazo a su equipo de colaboradores más próximo. Lejos de la talla implicada en ese aumentativo a la mexicana, el examen del desempeño de ese grupo de trabajo en general conduce a considerlarlo más bien un gabinetito.

Con semejante desmesura, Fox particularizó su elogio a Javier Usabiaga, a quien considera el mejor secretario de Agricultura de la historia mexicana. Si el Presidente fuera sometido, como su canciller el doctor Derbez, a preguntas sobre su actividad, que lo pusieron en aprietos, es seguro que Fox no podría referir los nombres ni de media docena de titulares de esa dependencia, a partir de lo cual practicara una evaluación de su paso por Agricultura, para compararlo con el todavía breve de su paisano.

Es probable que Fox hablara de Usabiaga en el marco de diferencias entre sus colaboradores. Es evidente que sintió necesidad de reforzar la presencia pública del responsable de la política agropecuaria, colocado en el centro de la disputa por la política de Estado hacia el campo, al grado de apoyarlo en su unilateral decisión de iniciar el diálogo correspondiente en el lugar que él determinó. El Presidente no acudió a la ceremonia de instalación que por su índole general y la presencia de todos los invitados, la reclamaba en mayor medida que la mesa de trabajo en que se presentó ostensiblemente para dar espaldarazo a Usabiaga.

Es cada vez más clara la influencia del grupo Guanajuato en las decisiones gubernamentales, dado que a esa porción del equipo de Fox pertenece su señora esposa. De allí surgió la necesidad de sobrecalificar a Usabiaga. Ese aprecio exagerado implica apoyo a una política que dista de ser eficaz, y nos pone en riesgo de que la cortedad de la visión presidencial atribuya a otros supremacía semejante.

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