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El camino

JESÚS SILVA-HERZOG

En un artículo en el Journal of Democracy del mes de octubre, Mariano Sánchez-Talanquer y Kennet F. Greene se preguntan si México está cayendo en la trampa del autoritarismo. El texto está acompañado por reflexiones que muestran el pesimismo democrático de nuestro tiempo. Reflexiones sobre la restauración autocrática en Rusia, sobre la corrosión populista de los partidos políticos en América Latina, sobre el ascenso de la violencia política en Estados Unidos. En el mismo número de la revista se publica un apunte valioso sobre la nueva quiebra de las democracias. En este estudio de Stephan Haggard y Robert Kaufman se analizan varias reversiones autoritarias. Hay un patrón que puede identificarse en Hungría, en Venezuela, en Turquía y en Rusia. El primer impulso proviene de la polarización que corroe las instituciones como espacio común. Los extremismos se imponen y desaparecen los espacios para la negociación. Las legislaturas dejan de ser ámbitos de deliberación y de control del Ejecutivo. El congreso actúa solo para ratificar la voluntad presidencial y, en casos de extrema indignidad institucional, para rendirle homenaje. Finalmente, a través del control que pueden ejercer sobre el Congreso, pueden llegar a destruirse las instituciones que garantizan el ejercicio de los derechos y, que finalmente, permiten el cambio pacífico.

El trabajo de Sánchez-Talanquer y Greene expresa una preocupación, pero no una alarma. En el proceso político mexicano reciente hay, sin duda, señales inquietantes.

La centralización del poder, el sometimiento de instituciones autónomas, la militarización, la descomposición del sistema de partidos. Sin embargo, los politólogos no encuentran razones para esperar, en lo inmediato, una franca reversión autoritaria. A pesar de la implosión de las alternativas partidistas, no se asoma un largo predominio del nuevo partido mayoritario, ni mucho menos la conformación de una supermayoría de Morena. Las elecciones intermedias fueron, a nivel congresional, una modesta, pero significativa restricción al poder presidencial. Morena necesita de aliados para aprobar leyes y de sus opositores para aprobar reformas constitucionales. Y, más allá de las restricciones parlamentarias, el nuevo bloque político enfrenta, como lo enfrentaron sus predecesores, los problemas de un Estado escuálido.

Lo acontecido esta semana agrega alarmas de preocupación. La Cámara de Diputados actúa abiertamente como sello de la voluntad presidencial. No sucedía algo así desde más de veinte años. Hemos visto en estos días escenas que no imaginamos si quiera en los peores momentos del presidencialismo.

Una asamblea sometida a la voluntad de otro poder, una asamblea que reniega de sus potestades, que no se atreve a escuchar, que no es capaz de discutir. Si el mapa hacia la autocracia que dibujan Haggard y Kaufman sirve de algo, el camino de la reversión avanza y en esta semana ha dado un salto. La polarización imanta nuestra política y revienta cualquier espacio común; el centro se desfonda; la representación parlamentaria se ha convertido en una aplanadora sorda y servil. Y los órganos de la autonomía van cayendo poco a poco. Se les hostiga, se les somete, se les asfixia.

El golpe al órgano electoral es, sin duda, lo más preocupante. Sin árbitro imparcial reconocido por todos los actores políticos, sin un órgano solvente no puede haber confianza en la legitimidad del relevo democrático. Lo que hemos visto en estas horas es un uso punitivo del presupuesto. A esos extremos llega la perversa polarización política: castigar instituciones del Estado mexicano por no afiliarse al polo correcto. A la Suprema Corte de Justicia tocará pronunciarse sobre este atropello de la Cámara de Diputados. ¿Puede una cámara del Legislativo estrangular a una institución constitucional impidiéndole el cumplimiento de sus funciones? ¿Dónde quedarían los equilibrios pluralistas si una mayoría simple puede ahogar a los órganos que los activan?

No es necesaria la desaparición del INE para anularlo. El lopezobradorismo pretende hundir al INE, exhibirlo como incompetente y parcial, debilitarlo para jugar, como siempre ha hecho, a reventar los procesos institucionales si es que su resultado le disgusta.

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