UNA MASCOTA SENSITIVA
Me encontraba auscultando a "Chuchito", un perrito poodle de catorce años de edad, con siete kilogramos de peso y de color blanco. Presentaba faringitis, conjuntivitis, además de las cataratas normales de su edad, dermatitis en sus miembros anteriores, gingivitis y sarro dental, así como glándulas anales congestionadas e inflamadas. Lo estaban tratando contra sarna, única enfermedad que le habían diagnosticado y que, en realidad, no padecía. Al no ver resultados en su salud, su dueño decidió buscar una segunda opinión conmigo.
La pequeña mascota había llevado una vida confortable al lado de sus dueños, una pareja de la tercera edad. Recientemente, la señora había fallecido. Tuve la fortuna de conocerla de toda la vida: de carácter extremadamente alegre, amaba a los animales, era dinámica, elegante, guapa, excelente madre y mejor esposa. Su marido, también amante de las mascotas, tiene más de ochenta años de edad.
Después de inyectar a la pequeña mascota, aplicar gotas oftálmicas y aliviar la congestión de las glándulas, hice algunas recomendaciones. El dueño empezó a recordar vivencias de su esposa con la mascota, quebrándosele la voz. Aún se encontraba sensible por la ausencia de su compañera de más de cincuenta años de matrimonio. Y no solo él; el pequeño poodle también la extrañaba.
Sabían el tiempo de vida que le quedaba a ella por el diagnóstico del oncólogo. Aun así, disfrutaban a diario sus actividades como si se tratara de una sola persona, adivinando mutuamente sus pensamientos. Ella no temía su desenlace, lo aceptaba como la buena cristiana que fue durante toda su vida. Su única preocupación era dejar a su esposo y a "Chuchito". Siempre contaron con el apoyo de sus dos hijos, ambos casados y con sus respectivas familias.
Antes de despedirse, el dueño de mi paciente me hizo una confesión. "No me lo vas a creer", me dijo, "pero cuando más la extraño y necesito a mi mujercita, aparece a mi lado animándome. Al principio creía que era mi imaginación, pero desde que 'Chuchito' también la ve, le ladra y le mueve su pequeño rabo alegremente, es cuando siento que está conmigo… y entonces hace feliz mi día. Sé que mi perro está muy viejito, pero es mi única compañía durante el día, y es por eso que he venido contigo, para que lo alivies."
También me comentó que no deja de leer mis artículos del periódico cada semana: desde que era estudiante, cuando inicié mi profesión en Mapimí, y tantas anécdotas de mis pacientes. Increíblemente, me contó artículos de hace años y con lujo de detalles los recordaba.
El agradecido fui yo, sobre todo por el amor y la calidad de vida que le dio a su esposa, quien fue hermana menor de mi madre. La tía Consuelo… la recuerdo con mucho cariño. Era una mujer encantadora, desde su saludo afectuoso, siempre acompañado de una sonrisa franca, que inmediatamente hacía sentir el gran cariño con el que lo ofrecía.
Que en paz descanse mi querida tía.