Dice el antiguo proverbio que el vino alegra el corazón del hombre.
En el rancho del Potrero la lluvia lo alegra mucho más.
Está lloviendo ahora mansamente, franciscanamente, tanto que no se escucha el pespunte de las gotas en el techo. Tras la cena se alarga la tertulia en la cocina de la antigua casona de la hacienda. Relata doña Rosa, la mujer de don Abundio:
-Llegó a la casa un misionero americano en el momento en que Abundio se tomaba una copa de mezcal. Le dijo el misionero:
-Usted no beber, señor Abundio. En Estados Unidos 50 mil personas morir cada año por causa del alcohol.
Respondió él:
-Pos eso será allá, mister, pero yo soy puro mexicano.
Reímos todos, menos don Abundio. Dice atufado:
-Vieja habladora.
Doña Rosa figura con índice y pulgar el signo de la cruz, se lo lleva a los labios y jura:
-Por ésta.