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Michel Franco, la palidez de la memoria

Michel Franco estudió Comunicación en la Universidad Iberoamericana, pero no asistió a la escuela de cine. Se considera autodidacta, un hijo de la prueba y del error.

Foto: FICG

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SAÚL RODRÍGUEZ

El público lo recibe en aplausos, mientras el periodista Óscar Uriel lo anuncia en la sala 3 del Conjunto Santander de Artes Escénicas. Es el mediodía del miércoles 11 de junio. Transcurre la sexta jornada de la cuadragésima edición del Festival Internacional de Cine en Guadalajara (FICG) y Michel Franco pisa la escena dispuesto a participar en el diálogo Narrar sin concesiones, donde se abordará la mirada que emplea en su trabajo cinematográfico.

Han pasado ya dieciséis años desde que en 2009 estrenó su ópera prima: Daniel y Ana, protagonizada por Darío Yazbek Bernal y Marimar Vega. Recuerda con claroscuros su rodaje; Michel Franco estudió Comunicación en la Universidad Iberoamericana, pero no asistió a la escuela de cine. Se considera autodidacta, un hijo de la prueba y del error. Pero en su primer largometraje profesional tuvo que fingir que tenía ciertos conocimientos cinematográficos y, encima, soportar el maremoto de opiniones que provenía de su equipo de trabajo. 

“Nunca aprendí la ‘manera correcta de hacer las cosas’, la que te enseñan en la escuela. Recuerdo que cuando el asistente de dirección de Daniel y Ana me llevó el plan de trabajo para que lo revisara, yo fingí que lo estaba revisando, pero no entendía lo que me dieron. No sabía nada. Yo nunca estuve en un set de una película, Daniel y Ana fue el primero”. 

Se obsesionó por el cine desde los quince años. Woody Allen, los hermanos Coen, Martin Scorsese, Pier Paolo Pasolini y Quentin Tarantino le forjaron una mirada analítica y profunda. Para Michel Franco, el director debe escribir y producir sus propias películas. Su postura es clara: el creador de una idea es responsable de su ejecución. 

“Nadie te puede enseñar a hacer cine. Es una expresión personal y una voz que tienes, que encuentras, que moldeas. Si lo que quieres es ser director, ser asistente te ayuda muy poco. Tienes que vivir la vergüenza de filmar algo, que te lo critiquen”. 

Y las críticas llegaron con New Order (2020). Luego de crear gran expectativa tras ganar el León de Oro en el Festival Internacional de Cine de Venecia, la cinta fue cuestionada con dureza en un México atravesado por la pandemia de covid-19. Su narrativa distópica, que muestra a la Ciudad de México en medio del caos y a una burguesía despavorida ante la rebelión de la gente pobre, no fue entendida y se le señaló de racista y clasista en redes sociales. 

Foto: FICG
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“Es una película que empecé a escribir en 2014. El país cambió mucho en lo político. No de fondo, pero en el ámbito político cambió mucho. Pero de cualquier modo y en cualquier momento que la película saliera, yo sabía lo que iba a ser e iba a ser una bomba. Uno de mis directores favoritos es Pasolini y le salió carísimo hacer Saló, o los 120 días de Sodoma (1975) […] Sí, yo sabía que New Order iba a ser una bomba y me hubiera decepcionado mucho que no pasara todo eso. De las redes sociales no entiendo; ni entendía ni entiendo ni me interesa. Pero fuera de eso, me halaga mucho la cantidad de atención que hubo hacia la película. Lástima del tráiler. Cuando la película se lanzó, creo que pudo haber una mejor manera de editarlo”. 

Su bagaje fílmico se complementa con otras cintas como Después de Lucía (2012), Chronic (2015), Las hijas de Abril (2017), Sundown (2021), Memory (2023) o Dreams (2025). Ha sido capaz de dirigir a actores de la talla de Tim Roth o Jessica Chastain, incluso al bailarín mexicano Isaac Hernández. El cine de Michel Franco es contemporáneo, una narrativa sin concesiones, un ejercicio creativo que nace en el set y traspasa a niveles internacionales. Así es como ocurre la magia, desde la concepción artística de una idea y no desde decisiones de pantalón largo. 

“Las porquerías de películas que vemos hoy están fracasando por millones y millones de dólares, porque creen que se puede hacer una buena película juntando a ejecutivos en una oficina, decidiendo qué producto van a hacer”. 

ENCUENTRO CARA A CARA 

Al terminar el conversatorio, Michel Franco accede a conversar con Siglo Nuevo durante 15 minutos. El cineasta se encuentra en el green room de los camerinos, sentado en un sillón, rodeado por espejos y con la molestia de un futuro resfriado. Se le propone hablar de Memory, su cinta protagonizada por Jessica Chastain y Peter Sarsgaard, donde se aborda la memoria desde la perspectiva de quien quiere olvidar eventos traumáticos de su vida y de quien olvida en contra de su voluntad debido a la demencia. 

Además, este año forma parte de los tutores de Talents Guadalajara, un encuentro formativo y cinematográfico, organizado por el FICG en colaboración con la Berlinale de Berlín, que reúne a directores, actores, cinefotógrafos, animadores, diseñadores de producción, productores y críticos de cine. En su gran mayoría, los seleccionados son jóvenes, cineastas del futuro. Por eso está ahí, compartiendo conocimiento, porque no olvida a quienes lo apoyaron al inicio de su carrera. 

Foto: FICG
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“Cuando era joven, siempre que me acercaba a preguntar algo o tal, recibí consejos generosos y siento que la gente joven… primero que nada nos conviene, porque son el futuro, pero además tenemos la obligación de llegar a formarlos”. 

Y hablando del futuro, ¿alguna vez te has preguntado qué pasaría si pudiéramos elegir nuestros recuerdos? 

Creo que eso sería terrible, porque el equilibrio y la composición de cada persona son un misterio y se forman de manera fortuita, arbitraria, en circunstancias. Luego está el carácter de cada quien y las decisiones que tomas. Me parece que... suena como distópico. 

Así como tenemos derecho a la memoria, ¿tenemos derecho a olvidar? 

Si puedes escoger qué dejar atrás, qué bueno, pero creo que en general la gente vive esclavizada con su pasado, o el pasado de su gente, de su pueblo, de su país. Y creo que somos el resultado de esa memoria. 

Al igual que en Daniel y Ana o Después de Lucía, en Memory vuelves a escribir una historia sobre gente rota. 

Me interesa más la gente rota que la gente que presume tener la respuesta para todo y saben quiénes son y qué hacen en la vida. A esa gente, primero que nada, no les creo, y segundo, para qué leer sobre ellos o verlos en pantalla. Entonces, siento afinidad por la gente rota, sí. 

¿Qué es lo que te interesa de ellos? 

La valentía que tienen en asumir todo lo que no está bien, que siguen adelante a pesar de todo lo que les falta. 

UN POEMA FÍLMICO A LA MEMORIA 

Los personajes de Michel Franco están rotos, están hechos de cosas rotas, son heridas vivas. Desde Después de Lucía, donde el padre sufre depresión por el fallecimiento de su esposa y su hija vive un episodio de acoso escolar; pasando por el protagonista millonario en Sundown, quien intenta abandonar a su familia tras la muerte de su madre; hasta la misma sociedad mexicana herida en New Order, los seres creados por el director mexicano portan un aura de dolor e incertidumbre. 

Foto: FICG
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Y eso mismo ocurre en Memory. Sylvia (Jessica Chastain), una alcohólica rehabilitada, busca con desesperación borrar de su mente el abuso sexual que sufrió de joven por parte de su padre y de un compañero de clase. Una noche es seguida por Saul (Peter Sarsgaard) después de una fiesta. Podría pensarse que se trata de un acosador, pero en realidad el hombre sufre un episodio de demencia y permanece fuera de la casa de Sylvia a pesar de la lluvia. Cuando todo se aclara, ambos comienzan a frecuentarse y conocerse, hasta que se enamoran y zurcen las heridas en sus memorias, mientras la canción “A whiter shade of pale”, de Procol Harum, toma el papel de leitmotiv

“Cuando iba a escribir el guion, le platiqué a mi hermana, a Victoria. Y lo que originalmente iba a escribir era una historia de venganza, la revancha que tomaba el personaje de Jessica cuando encontraba la oportunidad perfecta de tener en sus manos a este compañero de escuela que la había abusado. Fue mi hermana la primera que me dijo: ‘¿Quién quiere ver eso? Eso ya lo has hecho, ponte un reto distinto’. Y ahí pensamos: ¿Qué tal que eso es un error? Y en vez de la fórmula que he seguido tantas veces, donde las cosas van de mal en peor, ¿qué tal si a partir de este punto todo va mejorando un poco?”. 

Sylvia y Saul están rotos. Sus mentes son un misterio. La casualidad de su reunión es una causalidad en la trama. Complementarse en sus defectos aflora sus virtudes. El ser humano es su memoria, sin ella no existe, pero en ocasiones puede tener derecho a olvidar. “Sólo en la memoria (que es puro lenguaje) sentimos”, escribe Cristina Rivera Garza en un poema. Memory representa también la compasión, la empatía por el otro, la esperanza de que todo puede mejorar a partir de un punto de quiebre. 

En Memory, Sylvia busca olvidar el abuso sexual que sufrió de niña, y Saul, debido a su padecimiento, está olvidando su vida en contra de su voluntad. ¿Cómo te encontraste con esta dialéctica? 

Es algo que me encontré, hablando del misterio que cada mente representa. Cuando empecé a escribir la escaleta, me sorprendí que había esta cuestión de la memoria tan evidente: alguien trata de seguir adelante y el otro trata de aferrarse a quien es. Ahí decidí que se debía llamar Memory. Pero no fue una cuestión que diseñé y que pensé de “mira, qué interesante”. Yo creo que, cuando trabajas mucho, por tirar a gol metes más la pelota. Ahí me cayó esa buena ecuación, pero no fue algo que perseguí. 

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¿Y qué te arroja la relación entre los dos personajes? 

Justo es la dualidad entre querer seguir siendo quien eres o escapar de eso. Todo te arroja al equilibrio o a la suerte, porque hay cosas que escogemos y otras que se nos han impuesto. Igual Sylvia si al final de la película lo logra, encara, gracias a la relación que ha tenido con Saul, a esos fantasmas de su infancia. 

“A whiter shade of pale”, de Procol Harum, es la pieza musical que empleas de manera diegética para acentuar ciertas escenas. La historia de esta canción indica que Keith Reid, autor de la letra, escuchó a un chico decirle a una china en una fiesta: “Estás más pálida que el blanco”. Pienso en el encuentro entre Sylvia y Saul, pero también en que los recuerdos pueden convertirse en eso, en un espacio más pálido que el blanco. 

Escogí la canción, primero que nada, porque es de mis favoritas. Y segundo, y lo más importante, porque la melodía cuando arranca la canción es muy poderosa; evoca emociones en el público y los personajes desde el primer acorde. Tenía que ser una música así de efectiva, para que repitiéndola varias veces a lo largo de la película, rápido enganchara a ese efecto que buscaba. Claro que, cada vez que la uso, algo en la película ha cambiado. Y la otra razón es que la letra es muy ambigua, no está claro de qué habla la canción. Entonces, esa es una manera respetuosa de comunicarme con el espectador, sin imponerle una cosa cursi donde la canción esté diciendo cosas muy obvias. 

Tal parece que la música tiene propiedades mnésicas. 

Sin duda la música te hace pensar en otros tiempos, con quien compartías esa música. Mucho en parejas o música de la infancia. Sí, la gente que recibe tratamiento o que está batallando con Alzheimer y todo esto, mucho del tratamiento va relacionado a la música. 

Durante la plática con Óscar Uriel compartiste que no sueles ensayar con los actores. En Memory hay una escena muy poderosa cuando Sylvia por fin enfrenta a su madre y se quiebra por el abuso que sufrió. ¿Qué secretos hay tras la filmación de este encuadre? 

Lo hicimos tal y como estaba en el guion. La dificultad que encontramos cuando la íbamos a filmar esa mañana, porque como dije, no hago ensayos, es que ella me dijo: “Yo no entraría a la casa más. O sea si la veo, me quedaría parada casi en la puerta”. Y el fotógrafo y yo nos volteamos a ver con cara de “okay, esto va a ser complicado”. Y claro que si yo le digo “entra”, pues entra, pero no le quiero pedir algo que es falso emocionalmente. Y entonces, el reto para el fotógrafo y para mí de hacer la escena funcionar idealmente en un solo plano, más con lo que la actriz está sintiendo…. la escena quedó así y quizá es la que más me gusta de la película. 

El quiebre de Sylvia me genera otra pregunta: como director, ¿cómo sabes cuándo es el momento preciso de soltar la bomba? 

Viene, claro que desde el guion, y las expectativas que el público tiene son mi principal herramienta. Si juego de manera inteligente y respetuosa, el público agradece que se vayan jugando. El director, escritor, tiene el control sobre todo. Que ese uso y ese diálogo con el espectador sea respetuoso, es lo que hace que la experiencia valga la pena o no. Y creo que ahí cada director tiene la responsabilidad de construir su audiencia. 

Hablabas de saber tomar las decisiones adecuadas, ¿existe algo que cambiarías de esta película? 

Al final es una historia romántica y el romance siempre tiene que tener algo de atrevido e irresponsable, de ir contra lo que se debería hacer. Al final parecen un poco adolescentes y eso es lo que me gusta de la película. La verdad es que fue una experiencia grata y es de las películas a las que no le cambiaría nada. No, la verdad es que quedé muy satisfecho. 

¿Qué relación tienes con el error al momento de hacer tus películas? 

Como platiqué en el auditorio, trato de soltar la película pasada y de hacer otra que tal vez se parezca, pero que sea mejor. Igual acaba saliendo una cosa totalmente diferente, pero nunca he vuelto a reeditar películas. Ya cuando las cierro y las presento, ya… 

Sabes decir adiós. 

Sí, sí.

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