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Fascismo: El nuevo fantasma que recorre el mundo

Federico Novelo y Urdanivia

"… las condiciones que determinan los movimientos fascistas, a pesar del fracaso de estos, siguen vivas en todo momento en la sociedad" (Theodor W. Adorno, 2020, "Rasgos del nuevo radicalismo de derecha", Penguin Random House Grupo Editorial, Barcelona, p. 10.

Citar a uno de los máximos representantes de la Escuela de Frankfurt, específicamente parte de una conferencia dictada el 6 de abril de 1967, por invitación de la Asociación de Estudiantes Socialistas de Austria, en la Universidad de Viena, no solo corresponde a la evocación de la década vibrante de los sesentas y de la inquietud, intelectual y política, estudiantil del período. Sobre todo, constituye la indispensable ayuda de memoria sobre la fuerza de la amenaza fascista, de ayer y de hoy, a la que no se puede desatender por su debilidad multidimensional:

"No deberíamos subestimar estos movimientos por su ínfimo nivel intelectual ni por su falta de teorización. Sería una enorme falta de visión política pensar por eso que no van a tener éxito. Lo característico de estos movimientos es más bien una extraordinaria perfección de los medios, y concretamente en primer lugar los medios propagandísticos en el sentido más amplio, combinada con una ceguera con una oscuridad impenetrable de los fines que persiguen" (Ídem., pp. 22-23).

El tema, por supuesto, viene a colación por la actualidad de los movimientos fascistas: las diversas expresiones del actual radicalismo de derecha tienen un factor común relacionado con un proceso existencial: la total intolerancia frente a la migración, hoy agudizada por el efecto del cambio climático sobre la populosa vida insular del planeta. Adorno prefería usar el término "mano de obra extranjera" en lugar de "inmigrantes"; el hecho es que el flujo humano (y microbiano) que está produciendo la inhabitabilidad de numerosas islas, literalmente regadas por todo el planeta, tiende a alcanzar cifras sin precedentes que enfrentan políticas migratorias brutalmente endurecidas en el capitalismo maduro de Occidente.

El día 18/07/25, Robert Reich realizó una encuesta sobre el periodo histórico estadounidense de "grandez" al que Donald Trump pretende regresar. Las opciones fueron:

a) el año 2000 y el recorte fiscal de George W. Bush a los hiper ricos;

b) los años cincuenta y el auge alcanzado por la hegemonía manufacturera y la economía mixta;

c) la "edad dorada", entre 1870 y 1900, con el gran crecimiento industrial posterior a la Guerra Civil (1861-1865); en este periodo, durante 1877, se establecieron la Leyes Jim Crow, con las que se formalizó la segregación racial -aparentemente erradicada hasta 1965- en las escuelas, los baños, restaurantes, transporte público, etcétera (Michelle Alexander, 2017, "El color de la justicia. La nueva segregación racial en Estados Unidos", New Press, Nueva York, 432 pp.).

El 62% de quienes respondieron a la encuesta se manifestó por la tercera opción. Las y los encuestados que así respondieron, consideran que Donald Trump es un racista que percibe, en la hegemonía blanca, a la grandeza estadounidense. Como todos los fascistas, es intolerante frente a la migración, un nostálgico de lo dominancia WASP y el sepulturero en jefe de la democracia liberal de su país. La evocación de un pasado impreciso, hacer a América grande otra vez, de Trump, bien podría identificarse con Alemania tiene que volver a salir a flote, de Adolfo Hitler; tal para cual. Hay que leer, o releer, a Adorno.

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