
Foto: Freepik
Alrededor del alcohol existen muchos mitos. Es común sentir que bebiendo una copa las dificultades para socializar se ven disminuidas. Este efecto, sin lugar a duda, puede ser el inicio de una carrera alcohólica a lo largo de la vida.
Muchos hombres y mujeres experimentan el peso de sus inseguridades y un buen día descubren que tomando unos tragos se convierten en personas sociables, divertidas, risueñas, contrario a la inhibición que manifiestan cuando están sobrios.
Las bebidas embriagantes se expenden de variadas formas y con muchos mensajes subliminales alrededor. Las compañías que las producen promueven su imagen asociándolas a la alegría, la fiesta y el sexo: “Si usted ingiere tal o cual marca de cerveza, tequila, vodka, etcétera, su vida experimentará una chispa maravillosa”. El aparato mental que recibe estos mensajes es la inquieta sexualidad que se encuentra debajo de la máscara social que portamos.
¿Cómo puede ser que algo tan simple como tomar una copa pueda eliminar la inseguridad de una persona? Parece cosa de magia. De hecho, algo tiene de ello, ya que los seres humanos atribuimos virtudes a múltiples objetos o situaciones a través de supersticiones, muchas de las cuales giran en torno a los anhelos de éxito, particularmente de ser aceptados, admirados y deseados por los demás. El alcohol, aparentemente, logra esta sensación.
Quien inicia su relación con las bebidas alcohólicas y las incluye en su vida diaria, encuentra en la combinación sexo-alcohol una estimulante droga socialmente aceptada y ampliamente compartida.
Es raro conocer a personas que rechazan tajantemente tomar, aunque sólo sea un poco de licor afrutado. La inmensa mayoría desea probar el efecto, incluso si al principio rechazan el sabor.
La acción poderosa del alcohol no da pie a sacarle la vuelta; al contrario, una fuerza interna impulsa a quien lo consume a una exploración más intensa, hasta que la borrachera asoma y por consiguiente la “cruda”, como popularmente se le denomina a la crisis por abstinencia.
CONDUCTAS RIESGOSAS
Una de las repercusiones más poderosas que poseen las bebidas embriagantes sobre el sistema nervioso es que inhibe la acción del lóbulo prefrontal, parte del cerebro donde se ubica la capacidad para manejar las emociones y para tomar decisiones conductuales apropiadas. Cuando su funcionamiento se ve mermado, el individuo puede quedar expuesto a riesgos como conducir aceleradamente, involucrarse sexualmente con personas desconocidas, tener relaciones sin usar preservativos, etcétera. Asimismo, la coordinación motora y la capacidad para evaluar situaciones peligrosas se verá sumamente afectada por el consumo cuantioso y crónico de este tipo de sustancias.
De este modo, la ingesta alcohólica libera el control de los impulsos básicos: el sexual y el agresivo, combinación perfecta para meterse en problemas y, de no detenerse, llegar a situaciones catastróficas.
Además, alcoholizarse con frecuencia, particularmente en grandes dosis, incrementa la probabilidad de presentar problemas de salud, como el hígado graso.
Qué extraño que algo tan simple traiga aparejadas tantas situaciones desafortunadas. Su peligrosidad reside en su aparente inocencia. La ingenuidad humana expone a hombres y mujeres a ser víctimas de un error de cálculo: ¿cuántas copas puede tomar una persona antes de perder el control?
Para responder a esta pregunta, es necesario tomar en cuenta que la composición de cada organismo influye de manera definitiva. Quienes poseen una mayor cantidad de grasa corporal absorberán de manera más lenta el alcohol, por lo que este se mantendrá más tiempo en circulación en su organismo. Por otra parte, las mujeres que utilizan anticonceptivos hormonales harán más lenta su eliminación y, por ende, la embriaguez será más rápida y duradera.
Quienes acostumbran beber van generando una tolerancia al alcohol que les induce a caer en la idea errónea de poder controlar los efectos en su cuerpo y en su mente. Esta condición propicia que, incluso si están sobrios en ese momento, tomen decisiones precipitadas o mal calculadas que pudieran impactar aspectos personales, familiares o laborales del consumidor frecuente. No hay una sola esfera de la vida que no se vea trastocada por el alcoholismo.
La disminución o carencia de análisis y juicio pueden convertirse en la característica más constante de sus actos, por lo que no es raro enterarse de comportamientos violentos e irreflexivos bajo su influjo, o incluso abusos sexuales.
SEXUALIDAD ASOCIADA AL ALCOHOL
Durante años se ha dicho que el alcohol es un afrodisiaco, considerando con ello que quienes beben se excitan más y acceden con mayor facilidad a sostener relaciones sexuales. Pero esto se debe, como ya se mencionó, a la desinhibición que produce la desregulación cerebral propia del estado de embriaguez.
El alcohol elimina el control de impulsos y de ahí nace su uso malintencionado para hacer que otra persona acceda a algo que sobria no permitiría. Así, muchas relaciones sexuales se ven forzadas durante estos episodios. La pareja no desea un encuentro en medio de la embriaguez del otro, pero se ve, en muchas ocasiones, orillada, o incluso obligada, a aceptar.
Con el paso del tiempo, muchas de estas parejas terminan por romper su vínculo afectivo, dado que uno de ellos no comparte la conducta alcohólica. Además, aquellos que recurren a tomar para incrementar su impulso sexual, progresivamente verán a su libido caer en franca decadencia.
Cuando la intimidad emocional y sexual no necesita del alcohol para su desarrollo, la pareja experimentará sensaciones y sentimientos de manera genuina.