En la película de Ridley Scott de 1979, el alien que se infiltra en la nave espacial Nostromo fue diseñado por H. R. Giger: mitad humano, mitad bestia -con cierto carácter de insecto, reptil y máquina-, posee una larga cola terminada en punta, ágiles garras y un rugoso exoesqueleto, así como una gigantesca cabeza fálica, desprovista de ojos, y una poderosa mandíbula de la que surge una probóscide retráctil aún más espantosa. El gran acierto del director británico consistió en no mostrar su cuerpo más que de forma intermitente y fragmentaria, acentuando el suspense y animando al público a proyectar sus propios miedos en el esperpento.
En todo el mundo, los políticos nacionalpopulistas dibujan una y otra vez el mismo retrato: los aliens -los migrantes- son violadores, asesinos, terroristas o dementes; buscan emponzoñar nuestra sangre con sus genes; son millones y nos invaden día tras día; se burlan de nosotros con sus falsas peticiones de asilo; colapsan el sistema de inmigración y las fronteras; vienen a arrebatarnos nuestros empleos; sus costumbres son incompatibles con las nuestras y jamás se integrarán en nuestras sociedades; están empeñados en destruir nuestros valores y sustituirlos con los suyos. Un relato, idéntico al de tantas películas y series de extraterrestres -de La guerra de los mundos (1953) a El día de la Independencia (1996) o de Invasores de marte (1953) a La batalla de Los Ángeles (2011) y de Colony (2016-2018) a El eternauta (2025)-, en el que los humanos somos sin falta las víctimas.
En la construcción del alien, este es un presupuesto necesario: solo quien se considera víctima tiene razones justificadas para temerlo y odiarlo. Antes de construir al enemigo, se necesita ensamblar una suma de agravios: desempleo, precariedad, frustración y, sobre todo, ausencia de futuro. El necórtex humano evolucionó justo para cumplir esta misión: imaginar el porvenir. Y, cuando este se vislumbra por fuerza tenebroso -cuando resulta imposible avistar perspectivas halagüeñas para ti o tus hijos-, la única opción consiste en refugiarse en la idea de que es posible volver a un pasado ideal. Ello no significa que los problemas que sufre buena parte de la población no sean auténticos: de lo que se trata es de que sientas -el peso de las emociones es crucial- que, mientras tú has perdido un sinfín de privilegios y oportunidades, otros se han aprovechado de tu infortunio para medrar. Y si esos otros son lo más distintos a ti que sea posible, mejor. En este perverso juego de manipulación, los aliens no pueden ser sino tus enemigos.
Las ficciones producen realidades: el relato que transforma a los aliens en criaturas que no merecen ni derechos -ni compasión- llena todos los requisitos para convertirse en una epidemia capaz de infestar miles o millones de mentes. Desde que nos volvimos sedentarios, cada comunidad se ha preocupado por defenderse de distintos invasores: incontables epopeyas, dramas y narraciones heroicas -y, en nuestra época, películas y series- refuerzan esta suerte de instrucciones para la sobrevivencia. Poco importa que, en muchos casos -de la Ilíada a las crónicas de Indias o los wésterns- el punto de vista estuviera, más bien, del lado de los invasores: una parte importante de nuestro ADN imaginario reacciona de forma natural a su estructura. Es entonces cuando las historias se tornan performativas y nos llaman a la acción.
Cada guerra, cada conquista y cada genocidio ha estado precedido por este contagioso entramado ficcional; una vez que, como un virus, se ha introducido en el número suficiente de cerebros y ha alcanzado cierta masa crítica, pone a los cuerpos en marcha. Hoy mismo, mientras escribo estas líneas, una turba de ultras lleva días amedrentando y cazando migrantes en Torre Pacheco, un pueblo de Almería, alimentados por ficciones semejantes. Lo peor de estas pandemias imaginarias es que no solo enloquecen a los más violentos, sino que dejan secuelas en aquellos que, aun frente a la ira ciega de los perpetradores -los únicos que han violado la ley-, se detienen a exigir la integración completa de los aliens o el "respeto a nuestras costumbres".