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La catástrofe del amor

(ALE MORALES)

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DANIELA CERVANTES.-

Ocurrió un cataclismo. Una hecatombe de esperanzas, un derrumbe de algún modo previsto, escribió el autor uruguayo Mario Benedetti en su poema “La culpa es de uno”, pero hoy no se tratara de él esta columna sino de su compatriota Cristina Peri Rossi, escritora, traductora y activista política que mereció el Premio Cervantes hace apenas dos años.

Escribí al principio: ocurrió un cataclismo, luego, ingresé (en atención crítica) a la poesía de Cristina. En un momento de quiebre me apoyé de los versos de esta poeta uruguaya que con un tino indescifrable nombró mi quebranto. Algo de mí habitaba en ella. Dicen que somos espejo y de manera orgánica me anclé a su poética con rabia, pero al mismo tiempo con esperanza.

Yo tenía una misión: sobrevivir a la catástrofe del amor, y en medio de ese incendio, Cristina Peri Rossi me reveló que lo que debía hacer era salvar al fuego, esa sería mi beatitud. Al leerla, mi voz comenzó a susurrar: “No huyas, el dolor también alumbra”. Porque como leyera, después, en un ensayo escrito por el autor monclovense Luis Jorge Boone: “La grieta, la herida, es la boca por la que se canta, es por donde entra la luz”.

Me volví la reina del descontento y puede, al estilo Peri Rossi, transformar mi dolor en versos. Los espasmos líricos me comenzaron a aligerar la vida. Pasé de celebrar versos como: No podía dejar de amarla porque el olvido no existe (“Reminiscencia”), a sentirme de nuevo parte del mundo, tal como lo explica la uruguaya en su poema “Después”: Soy una niña de pecho/ acabo de nacer/ del terrible parto del amor./ Ya no amo./ Ahora puedo ejercer en el mundo/ inscribirme en el mundo/ soy una pieza más del engranaje/ Ya no estoy loca. Estaba de vuelta. No morí de amor. La poesía me salvó.

Bajé a papel mis intenciones de continuar y en un intento poético escribí: Curandero tiempo que en tu avanzar me salpicas./ Soy otra más de tus discípulas, a tus pies me pongo para que cures mis heridas. No tengo otra intención más que vivir, vivir, vivir…

Y aquí estoy, receptiva de ese tiempo.

Siempre hay poetas al alcance de una pena. Peri Rossi es ahora una de mis predilectas. Ahora lo sé porque la he leído: “Nadie sale de la guerra / ni del amor / ilesa”. Pero aquí estoy y pienso como ella: la poesía es “el género mayor, una esencia y una manera de vivir”. Y de sobrevivir.

Ya hace cinco años que el impacto de leer a Cristina me dio el coraje de escribir que por fin Yo ya había amado. El acontecimiento lo sentí como un cataclismo; tuve que transmutar y declararme abatida. No sin antes celebrar, porque caer a ese abismo, irónicamente, hizo que me sintiera viva. Brindad amigos míos: no soy más que otra alma rota/ aplaudan mi cataclismo y mi desventura./ No sirve ¿cierto?/ Las lágrimas no traen olvido.

Y no, no hubo olvido, sólo la revelación de que en medio de un profundo dolor la poesía puede procurar alivio, también proponer dignidad al hecho de representar a otro caído.

Hasta aquí el reporte de mi catástrofe del amor querido lector. Ya tiene aquí un testigo de que la poesía puede elevar a las almas rotas a un estado de evolución trasgresora a través de la palabra escrita.

Dicen que nadie se muere de amor, pero ante algún dolor, querido lector, sugiero, busque un antídoto poético, pero sobre todo comparta su pena por escrito y contribúyale, a la vida, con un verso.

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