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Urbe y Orbe

Taiwán, entre China y Estados Unidos

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

Aunque es muy pronto para dimensionar todas las consecuencias de la visita a Taiwán de Nancy Pelosi, líder de la cámara baja del Congreso de los Estados Unidos, es posible apreciar ya algunos hechos que anuncian una creciente desestabilización de toda la región Asia-Pacífico, y no sólo de los mares de China Oriental y Meridional. Aunque los ejercicios militares con fuego real emprendidos por la República Popular China (RPC) y la respuesta de Taiwán son los efectos más visibles de la visita de Pelosi, no son los únicos. Pero antes de revisar las consecuencias reales y posibles, es necesario entender por qué molestó tanto a Beijing la visita de la política demócrata a Taipéi y por qué es tan importante Taiwán para China.

La isla de casi 36,000 kilómetros cuadrados (poco más que el estado de Puebla) y 23.5 millones de habitantes (poco más que la metrópoli de la Ciudad de México) posee un régimen político que se distingue del vigente en la China continental. Taiwán, como estado de soberanía discutida, es heredero de la República de China surgida de la revolución de 1911 que derrocó a la última dinastía imperial de Beijing. Cuando en 1949 la revolución maoísta triunfó para instaurar la República Popular China, los nacionalistas encabezados por Chiang Kai-shek se refugiaron en Taiwán en donde establecieron una dictadura militar de partido único y economía abierta bajo la protección implícita de EUA. Hasta 1971, la República de China-Taipéi ocupó la representación china en la Organización de las Naciones Unidas, pero en ese año la resolución 2758 de la Asamblea General otorgó el reconocimiento a la República Popular. Bajo el gobierno de Richard Nixon, EUA inició un acercamiento con Beijing para hacer frente a la Unión Soviética, lo que significó la disminución del apoyo de Washington a Taipéi y el reconocimiento tácito de la política de "una sola China" sostenida por la RPC. A fines de los 80 y principios de los 90, Taiwán puso fin a la dictadura para instaurar un régimen democrático liberal que contrasta con el régimen de partido único de la China continental.

Para el gobierno comunista de Beijing, Taiwán es una parte inalienable de la RPC, por lo que la considera una provincia rebelde. Sólo 14 países del mundo (ninguno de ellos con peso político real) reconocen la independencia de la isla. Este reconocimiento marginal se debe en buena parte a la activa labor diplomática del gobierno comunista que se arroga la facultad exclusiva de establecer relaciones oficiales con el resto del mundo. Cualquier gesto de un gobierno o político que apunte a otorgar legitimidad al régimen independentista de Taipéi es visto con malos ojos por Beijing. Y es precisamente lo que Nancy Pelosi hizo con su visita, a sabiendas de la reacción que iba a provocar y sin el apoyo explícito de la Casa Blanca. En 1997 ya otro líder de la cámara baja del Congreso, el republicano Newt Gingrich, hizo lo propio desatando el enojo del gobierno comunista, pero en aquel entonces China no tenía el poder ni las ambiciones que hoy posee. Para el régimen que encabeza Xi Jinping, el acto de Pelosi es un desafío abierto a su autoridad sobre la isla y un retroceso en las relaciones sino-estadounidenses. Para el gobierno taiwanés, se trata de un acto diplomático y poderosamente simbólico con la representante de una potencia democrática. Pero el asunto va más allá.

La visita de la líder demócrata del Congreso ha generado un endurecimiento de las retóricas enfrentadas de Teipéi y Beijing. Para la RPC es una justificación perfecta para establecer medidas contra la isla, aumentar la presencia militar en el estrecho y los mares Oriental y Meridional y amenazar cuando crea necesario al gobierno de Taiwán. Para éste, el enojo y las amenazas del gigante asiático son el pretexto ideal para pedir ayuda militar y política a las potencias de la región alineadas con EUA e incrementar su gasto de defensa bajo el temor de una invasión inminente. Días después de la visita de Pelosi, el gobierno comunista publicó el primer libro blanco en 22 años sobre Taiwán en donde, entre otras cosas, reafirma lo dicho por Xi en octubre de 2021 sobre que la reunificación de Taipéi con la China continental será un hecho sí o sí, pero agrega que, aunque se privilegiará la vía pacífica, no se descarta el uso de la fuerza en caso de ser necesario. Además, el documento estratégico apunta a una reunificación bajo el modelo de "un país, dos sistemas", como el que impera en Hong-Kong, es decir, atendiendo a las diferencias de ambos espacios territoriales. Por su parte, la presidenta de Taiwán, Tsai Ing-wen, sostiene que la existencia de su país como estado soberano significa la supervivencia de la democracia liberal en Asia Pacífico frente a la amenaza de la China comunista y autoritaria. Es decir que, para Taipéi, se trata de una lucha ideológica y política, mientras que para Beijing es una afrenta histórica con importantes repercusiones geopolíticas y económicas. En este contexto hay que entender los incrementos sostenidos en los gastos de defensa de ambos gobiernos y la modernización constante de sus fuerzas armadas, un asunto en el que Taiwán depende de EUA, a quien le compra el 85 % de las armas y equipos bélicos que utiliza.

Para la RPC, la isla de Formosa representa una pieza de suma relevancia en sus intereses geopolíticos que se encaminan a consolidar en esta década la hegemonía regional en Asia. La reunificación implica el dominio total de los mares Oriental y Meridional y la marginación de EUA del espacio marítimo inmediato. En previsión a estos planes, Washington ha intentado fortalecer su acercamiento con Australia, India, Japón y Corea del Sur para crear una especie de eje democrático en la región Indo-Pacífico. Esta disputa no sólo tiene una lógica político-militar, sino también geoeconómica. China pretende alcanzar la cúspide de la economía global con su plan de circulación dual (mercado interno más exportaciones), el proyecto de la Nueva Ruta de la Seda (inversión en infraestructuras, mercados y recursos en Eurasia, África y América Latina) y la consolidación de la zona de libre comercio más grande del mundo en Asia-Pacífico (conocida como RCEP, por sus siglas en inglés). Mantener a Taipéi ajeno al dominio de Beijing representa para Washington obstaculizar el ascenso del gigante asiático. Aunado a todo lo dicho, Taiwán representa un eslabón de primera importancia en la cadena global de suministros de bienes tecnológicos gracias a su producción de circuitos integrados y artículos electrónicos de alta tecnología, área en la que China busca ser líder indiscutible en el mundo. El futuro de la hegemonía mundial se juega en Taiwán, así como el nuevo eje de la economía global está en Asia, como lo estuvo durante 1,000 años antes de la irrupción de los estados imperialistas atlánticos.

@Artgonzaga

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