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Esperando a los neoliberales

JORGE VOLPI

¿Desconcertar, azuzar, descolocar? ¿Provocar, desestabilizar, zaherir? Como hemos constatado a lo largo de estos años, el gobierno de la 4T es sobre todo un gobierno de palabras: desde su toma de posesión, cada mañana de lunes a viernes -con intervenciones los fines de semana-, el Presidente habla y habla sin parar. De todos los temas, en todos los tonos, obsesionado con que su discurso se convierta en el único discurso posible. Casi siempre lo logra: a diario fija la agenda -su agenda-, pone sobre la mesa lo que le importa y escamotea aquello que le incomoda, distrae la atención en su beneficio, culpa a sus enemigos de todos los males, da instrucciones a sus subordinados y fija, con su voz lenta y morigerada, la realidad que se empeña en imponernos.

El ejercicio ha conseguido, hasta ahora, su objetivo: esa interminable perorata, esa incesante acumulación de opiniones, dichos, comentarios, descalificaciones, ardides, trampas, digresiones, amenazas y lecciones morales y de historia patria ha terminado por abotagar de tal forma a los ciudadanos -y, aún más, a la oposición- que reaccionar a ese inaudito caudal se ha vuelto casi imposible. No importa quién vaya a sucederlo: nadie más posee esta asombrosa -y perversa- capacidad para dirigir un país a fuerza de palabras.

Son tantas y tantas las cosas que dice el Presidente que resulta muy difícil desbrozar el heno de la paja y saber qué es lo que quiere decir. ¿Cómo distinguir cuando habla en serio, cuando se sincera -si lo hace- y cuando se parapeta detrás de ese cortina de humo que él mismo esparce en cada mañanera? ¿Cómo distinguir una ocurrencia de una convicción? Demasiado acostumbrados a sus diatribas y divagaciones, tanto sus seguidores como sus adversarios tienden a no tomárselo muy en serio. Siempre que dice algo demasiado inconveniente -el baremo es muy alto-, unos y otros minimizan sus exabruptos: así es él, se dicen con rabia o resignación. Sin embargo, quizás sea en esas aparentes salidas de tono, en esos lapsus que muy pronto le corrigen, donde quizás se filtre mejor su pensamiento y su auténtica personalidad.

Es probable que, a lo largo de esta primera mitad de su gobierno, una de las palabras que AMLO más haya pronunciado -siempre con desdén- haya sido neoliberal. O, más bien, neoliberales, un epíteto que suele intercambiar con conservadores, como si fueran más o menos lo mismo. Los neoliberales han sido su caballito de batalla: los bárbaros que, antes de su llegada al poder, destruyeron al país; y los bárbaros que, apostados en cada esquina, conspiran en su contra, lo critican y sabotean sin darle tregua. No hay miembro de su gobierno que no haya identificado este mismo enemigo: los neoliberales son las bestias negras que es necesario combatir a toda costa.

Y entonces, de la nada, López Obrador afirma que, si no hubiera corrupción, el neoliberalismo sería el mejor sistema de gobierno. ¿Cómo valorar o interpretar sus palabras? Sus adeptos no han tenido más remedio que fingir que no lo escucharon o que se trató de un desliz -otro entre tantos- sin consecuencias. Pero ¿y si no fuera así? Si, al igual que aquella vez en que afirmó que los "nuevos derechos" -la agenda social de la izquierda- era una invención neoliberal, ahora ha dicho lo que piensa de verdad? ¿Qué pueden hacer los simpatizantes de la izquierda que lo han acompañado si fuera así?

¿No será este lapsus la clave que esperábamos para comprender cómo alguien que siempre estuvo flanqueado por la izquierda -sin jamás comulgar con ella- trastocó todas sus promesas al llegar al poder? ¿No será esta la explicación de la militarización abismal, de la disminución de la capacidad de acción del Estado con la austeridad, del desdén hacia la sociedad civil organizada y de la negativa a aumentar los impuestos a los más ricos, todas ellas medidas claramente neoliberales? ¿Y si la constante invocación a los bárbaros neoliberales no ha sido sino una brillante estratagema para ocultar el neoliberalismo que sigue gobernándonos, astuto y embozado, desde la 4T?

@jvolpi

ÁTICO

López Obrador afirmó que, sin corrupción, el neoliberalismo podría ser el mejor sistema de gobierno. ¿Cómo interpretarlo?

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