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El centro inútil

EMERSON SEGURA VALENCIA

En días recientes el politólogo Jan-Werner Müller se preguntaba en una columna del diario El País sobre lo que significa hoy estar en el centro político y si en la actualidad, hay cabida para ese "centrismo" que, durante el siglo XX encontró eco en la socialdemocracia y la democracia cristiana europeas.

La interrogante de Müller resulta pertinente ante la proliferación de liderazgos y partidos de corte populista y extremista en años recientes pues ante el surgimiento de este tipo de fuerzas, parecía que la ventana del "centro político" se abría y de esta manera la mesura, el diálogo y las buenas formas retornarían a la normalidad política. Sin embargo, la evidencia apunta a que el espacio para la moderación no ha sido más que una ilusión y un deseo de ciertos grupos mediáticos y académicos.

El teorema del votante mediano parte de la premisa de ubicarse al centro en una lógica de competición política entre dos partidos y supone que el votante dentro del espectro ideológico izquierda-derecha el votante elige las opciones más cercanas a su resultado preferido. De esta manera, el candidato o partido que logra sumar este electorado en una contienda logrará abrazar el triunfo en la contienda. Es decir, importa la disputa por el centro porque funge como bisagra, se aleja de la polarización y articula un electorado al que tradicionalmente no se llegaría. Así, este teorema aterrizado a una estrategia electoral pasa a formar parte del repertorio y las muletillas de consultores y publicistas políticos de la fauna política.

La tentación centrista se ha manifestado de diversas maneras en los partidos políticos, pero sería interesante cuestionarnos si acaso no es debido a esta tentación, que los liderazgos y partidos han sido rebasados por alternativas que caminan por sus extremos y nunca por su centro.

El reciente triunfo de Gabriel Boric en Chile, quien obtuvo más votos que cualquier otro candidato en la historia chilena, ha despertado la discusión sobre si su gobierno será caracterizado por una izquierda dialogante, moderada e institucional, o más bien, mantendrá rasgos más arraigados a un movimiento social (del que proviene) y con una agenda más cercana a la izquierda latinoamericana.

El periodista y actual candidato presidencial francés Éric Zemmour ha puesto sobre la pared a Marine Le Pen, heredera del monopolio de la extrema derecha en Francia, pero también, a Los Republicanos (derecha), a quienes se les culpó de "centristas" y del meteórico ascenso y llegada de Macron al Elíseo, quien bajo la bandera centrista y liberal de su movimiento La République En Marche! vio su aprobación caer al poco tiempo.

En España, el colapso de Ciudadanos, partido autodenominado como de "centro liberal" y el rápido ascenso de Vox por la derecha del Partido Popular (fuerza a la que se le acusa de correrse al centro durante la administración de Mariano Rajoy) son muestra del nulo espacio fértil para el centro político. Anteriormente, UPyD y UCD tuvieron la misma suerte que Ciudadanos, el segundo teniendo un papel destacado en un momento complejo durante la transición hacia la democracia en 1978 con Adolfo Suárez.

Hace unos días, el presidente López Obrador reviró a las declaraciones del senador morenista Ricardo Monreal quien "condenaba los radicalismos y se identificaba más con la socialdemocracia nórdica" y le recordó su mensaje en la plancha del Zócalo en diciembre pasado, "recorrerse al centro es quedar bien con todos, pues ese es un error" y llamó "a la definición y no tener medias tintas".

El centrismo en la actualidad es visto como una claudicación a la ideología y una amenaza a los valores y principios. Salvo en contextos muy específicos, la categoría de "centro político" parece que pasa por un momento de desprestigio o más aún, de irrelevancia. Lo importante no radica en autodefinirse como de centro en sistemas de partidos altamente polarizados o fragmentados para esperar el rédito político fácil, sino lo verdaderamente trascendente radica en la defensa de ideas, proyectos y visiones para un país. El centrismo no es una receta ni mucho menos una panacea.

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