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De Política y Cosas Peores

ARMANDO CAMORRA

Nobleza obliga, decía la gente de antes. Agradezco el amable saludo que me envió en su comparecencia matutina el Presidente López Obrador, y sus buenos deseos por una vida larga y alegre para mí. Yo también le deseo salud, paz interior y luengos años de ventura. No soy experto en materia de movilidad. Tampoco de inmovilidad conozco, por más que mi esposa, mis hijos y mis nietos me la recomiendan a fin de que ya no viaje tanto. He percibido, sin embargo, que en tratándose de movilidad social vastos sectores de la clase media baja emigraron ya hacia lo que alguna vez se llamó proletariado y que en términos más conservadores se ha designado desde tiempo inmemorial con el nombre de pobreza. En efecto, el número de pobres ha aumentado considerablemente en estos tres últimos años. Y eso no es achacable a la pandemia, a la guerra de Ucrania, al cambio climático o a la inflación mundial. La imagen que actualmente se tiene de México en el extranjero es la de un país violento con vastas porciones de su territorios regidas por el narcotráfico y gobernado por un régimen imprevisible cuyos acciones no se fincan en la ley sino en la caprichosa voluntad de un mandatario absoluto que, para colmo, es contrario a la empresa y a la inversión extranjera. De la pobreza sólo hablan bien aquellos que no la padecen. Lo mejor que se puede hacer con los pobres es acabar con ellos.  Quiero decir que la obligación de un buen gobierno es dotar a los pobres de las condiciones necesarias para que salgan de la pobreza. Eso no se consigue con dádivas, y menos cuando su fin último es de carácter político. Propiciar la creación de fuentes de empleo y capacitar a las personas para el trabajo son los medios más idóneos para mejorar las condiciones del pueblo, tan utilizado por la demagogia para su discurso, pues a los malos políticos les conviene que haya más pobres. Por su parte los ricos no gozan de una buena prensa. Las prédicas religiosas y sociales los han desprestigiado. Aun así es necesario que haya más ricos para que haya menos pobres. Decir esto no es políticamente correcto, pero es la pura verdad. Dinero llama dinero, y pobreza engendra más pobreza. Yo creo que cuando el camello pase por el ojo de la aguja las cosas van a mejorar. Don Languidio le contó a su esposa: "El hombre de la tienda me dijo que este traje me quita 20 años de encima". Le sugirió la señora: "Pues póntelo de piyama hoy en la noche, a ver si así". En la prisión se oyó ululato de sirenas y se advirtió inusitado movimiento de vehículos y gente. Babalucas preguntó, curioso: "¿Qué sucede?". Alguien le explicó: "Se les escapó un preso". "¿Y por qué tanto escándalo? -criticó Baba-. Adentro tienen más ¿no?". Cuando escuchó la confesión de Libérula, muchacha dadivosa de su cuerpo, el padre Arsilio pensó de inmediato en el infierno. Interrogó, severo, a la joven penitente "¿Sabes lo que te vas a ganar acostándote con tantos hombres?". "Francamente lo ignoro, padrecito -respondió Libérula-. Hasta ahora no he cobrado". Picio, el tipo más feo y antipático de la oficina, se llegó por detrás a Dulcibel, la linda encargada del archivo. le tapó los ojos y le dijo, travieso: "Si adivinas quién soy te invitaré a cenar, y luego al cine". Ella lo reconoció por la voz y contestó de inmediato: "¡Don José María Morelos y Pavón!". "¡Esto me lo va usted a pagar!". Tales originales términos usó el marido engañado para amenazar al individuo a quien sorprendió en ilícito trance con su esposa. "Cómo no -replicó el sujeto-. Traiga la terminal". (Nota. El insensato pretendía pagar su ruin acción con tarjeta de crédito). FIN.

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