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Cuatro banderas para México

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

El gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha sostenido dos posturas explícitas en política exterior: que la mejor política exterior es la política interior y la defensa del principio de no intervención y respeto a la soberanía de otros pueblos. La primera corre en contrasentido de la tradición diplomática que México construyó en el siglo XX, además de que, como ya he sostenido en otros artículos, dicha postura abriga incongruencias en un país periférico como lo es México. Sólo las grandes potencias, cuyo poder económico, cultural, militar y político tiene un impacto planetario, pueden darse el lujo de esgrimir que su política interior es suficiente para delinear su posición externa. Pero ni siquiera en esos casos es cierto. Estados Unidos y China, las superpotencias de nuestro tiempo, cuentan con una política exterior al menos tan clara y fuerte como su política interior. Por lo tanto, México, que no es una superpotencia, con mayor razón necesita una política exterior bien definida con causas explícitas para hacer oír su voz en el concierto internacional. Pero no sólo por eso, la necesita incluso para apuntalar su política interior. Porque muchos de los asuntos que enfrenta México internamente tienen que ver con fenómenos continentales o globales, tales como migración, crimen organizado, corrupción y crisis ambiental. Construir una política exterior coherente, ligada a la realidad geopolítica del país, puede ayudar consistentemente a superar muchos de los retos que México encara.

Respecto a la defensa del principio de no intervención y respeto a la soberanía, se trata de una postura que coincide plenamente con la línea más prestigiosa de la tradición diplomática mexicana. Sin embargo, el presidente, en su calidad de jefe de Estado, tiende a confundir esta posición con la de una neutralidad que muchas veces raya en indiferencia. México no puede ser neutral frente a los problemas que enfrenta el mundo, y el no ser neutral no significa abandonar el principio de no intervención y respeto a la soberanía. La neutralidad mal entendida que de pronto expresa el presidente -no así el canciller Marcelo Ebrard, quien con todo y su buen desempeño no deja de estar subordinado a los dichos y hechos de López Obrador- puede hacer caer a México en la irrelevancia. Hay quienes dirán, y con cierta razón, que México está reasumiendo su posición de liderazgo en América Latina y que la serie de triunfos de las opciones de izquierda en la región abre la puerta a una nueva alineación de intereses y a la construcción de una agenda común. Sin embargo, el gobierno de López Obrador enfrenta el riesgo de no poder superar los atavíos ideológicos -que, por cierto, tanto critica de EUA-, para ayudar a edificar una agenda latinoamericana de largo aliento. Además, no ver las diferencias profundas que tienen entre sí los gobiernos de izquierda en Latinoamérica es un rotundo error. Así como Maduro no es Díaz Canel ni AMLO es Maduro, Petro no es AMLO ni Boric es Petro. La agenda latinoamericana debe trascender el horizonte ideológico de la lógica electoral para avanzar.

Si México quiere afianzar su liderazgo en la región latinoamericana y aumentar el peso de su voz en el mundo, tiene que abanderar causas vinculadas con su realidad geográfica, política y social. Propongo cuatro banderas que la política exterior mexicana puede abanderar, con la consciencia de que pueden ser más u otras. La primera de ellas es la construcción de una política migratoria continental y global que atienda las causas del fenómeno de la migración y que privilegie la seguridad y los derechos humanos de la población migrante lejos de las posturas xenófobas y represivas que hoy dominan las decisiones en los países receptores o de tránsito. México debe asumir una posición protagónica en este tema por una razón muy sencilla, es de los pocos países que posee los tres roles en materia de migración: es un estado expulsor, de tránsito y receptor de migrantes. Su situación lo coloca incluso por encima de la de EUA, que sólo es receptor. México experimenta todas las realidades del fenómeno y, debido a ello, tiene mucho que aportar para atender las causas del mismo, a saber: violencia criminal, explotación económica, represión, desigualdad y pobreza y destrucción de comunidades y ecosistemas.

Otra bandera de la política exterior mexicana debe ser la del desarme y la construcción de una paz con justicia y dignidad. América es el continente más violento del mundo, y dentro de él, Latinoamérica es la región más insegura. La violencia armada y criminal es una realidad cotidiana que desgraciadamente se ha normalizado en México y casi toda América. Nuestro país ha sido severamente azotado durante los últimos 20 años por grupos criminales que actúan coligados, solapados o tolerados por élites económicas y políticas. La potencia de fuego de los cárteles en México se debe a dos fenómenos internacionales: la facilidad con la que se pueden comprar armas en EUA y pasarlas a través de las fronteras, y la permisividad del sistema financiero para sustentar las operaciones monetarias de los grupos criminales que producen y distribuyen drogas México y las venden en el enorme mercado estadounidense. Es imposible no ver la cruel ironía que existe en el hecho de que las fronteras se blindan contra el paso de migrantes, pero son porosas para el flujo de armas, drogas y dinero. México debe asumir una postura decidida contra la venta irrestricta y el tráfico de armas de alto poder y a favor de la aplicación de controles financieros más estrictos en todo el continente.

México está considerado entre los 15 países con mayor biodiversidad del mundo. Posee bosques, selvas, manglares, desiertos, pastizales, etc. con flora y fauna de una riqueza invaluable. Sin embargo, como país emergente de zona tropical, se encuentra en la lista de los que más padecen las consecuencias del calentamiento global. Esta doble realidad lo coloca en la posición de abanderar la causa de la protección ambiental y de ponerse a la cabeza de los países emergentes en la lucha contra el cambio climático. Por su propia viabilidad y supervivencia, y partiendo de su extensa riqueza natural, México debe impulsar la agenda del cuidado de los ecosistemas desde la congruencia de construir una política ambiental efectiva y medible, de gradual transición energética y ajustes estructurales en el modelo económico intensivo. Y como bandera social y cultural, México debe asumir un papel de liderazgo en el mundo de habla hispana por dos factores: se trata del país con mayor número de hablantes de español en el mundo, muy por encima de EUA, Colombia y España; y es el estado hispanoparlante con mayor diversidad de lenguas. Al igual que la natural, su riqueza cultural es indiscutible, y por ello merece un papel más protagónico en el concierto internacional.

@Artgonzaga

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