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Una globalización que agoniza

Urbe y orbe

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

Hace unos días la Casa Blanca anunció que es muy probable que los estadounidenses no puedan adquirir muchos productos en las tradicionales compras de Viernes Negro y Navidad. En algunos países de Latinoamérica, bienes de consumo e intermedios han comenzado a escasear o se han retrasado en su entrega. Europa sufre la peor crisis energética en su historia reciente con incrementos exorbitantes en los precios del gas natural y la electricidad. India y China se enfrentan a una insuficiencia energética que las obliga a parar la producción de bienes para el mercado interno y externo. En general, los precios al productor han entrado en una escalada que ya se refleja en un aumento de la inflación en los precios al consumidor. En cuestión de semanas, el optimismo por la reactivación económica tras el período más duro de la pandemia de COVID-19 se ha transformado en dudas e incertidumbre. La complicada dinámica comercial está ensombreciendo el panorama de recuperación. Pero, ¿por qué está pasando esto?

Las causas inmediatas de este cúmulo de problemas tienen que ver con los efectos de la pandemia. Durante los meses del Gran Confinamiento aplicado por numerosos Gobiernos para intentar frenar los contagios, muchas personas dejaron de gastar en servicios que antes formaban parte de sus egresos corrientes. En vez de ello, comenzaron a comprar más productos vía internet, lo que derivó en una creciente lista de pedidos internacionales cuya entrega se ralentizó cuando las fábricas no pudieron satisfacer la demanda debido a la disminución o suspensión obligada de sus actividades. La situación se complicó con los recursos provenientes de las ayudas gubernamentales para incentivar la reactivación. Cuando esta por fin empezó a llegar a mediados de 2021, la demanda de insumos, bienes intermedios y de consumo final se disparó. Aunado a ello, los contenedores que siguieron transportando mercancías durante la pandemia quedaron varados en los puertos de destino por las restricciones sanitarias, lo cual retrasó su regreso para volver a ser cargados. En consecuencia, los cupos de los barcos mercantes disminuyeron considerablemente y los fletes se encarecieron. Por si fuera poco, los puertos de arribo de mercancías se vieron rebasados por el rezago en la descarga y el traslado a falta de mano de obra y transporte terrestre. Este fenómeno se conoce como colapso de las cadenas de suministro y, junto con una demanda creciente de productos e insumos y una oferta limitada, está construyendo un escenario de posible estanflación, es decir, inflación con estancamiento. Ahora bien, ¿cuál es el trasfondo de esta crisis?

Más allá de la pandemia, la causa profunda del colapso está en el modelo de globalización económica de las últimas cuatro décadas. Desde inicios de la década de los 80, el mundo ha transitado gradualmente hacia una integración comercial global con el fin de mejorar la rentabilidad del capital. Cuando los costos de producción se elevaron en los países desarrollados por incrementos salariales y normas laborales y ambientales más estrictas, las industrias se trasladaron hacia naciones en vías de desarrollo para aprovechar sus bajos salarios y leyes más laxas. En consecuencia, amplias zonas de Europa Occidental y Norteamérica se desindustrializaron mientras regiones de Latinoamérica y Asia Oriental se industrializaron. La política desarrollista de capitalismo regulado de China le permitió convertirse en el gran taller del mundo y en el centro de cadenas de suministro global cada vez más complejas. Para producir un bien de consumo hoy se requiere de una extensa red de proveeduría que abarca varios países, a la vez que los centros de consumo final quedan más distantes de los de producción. El paro de la pandemia provocó un efecto dominó en estas vastas y complejas cadenas de valor una vez que la reactivación comenzó a llegar.

Por otro lado, la globalización neoliberal provocó una crisis social en los países desarrollados al expulsar del mercado laboral a millones de obreros que se lumpenizaron o radicalizaron hacia la derecha. En los países en vías de desarrollo, los nuevos capitales ávidos de mayor rentabilidad rompieron el tejido social con dinámicas de empleos baratos, desigualdad, contracción de las capacidades del Estado y aumento de la criminalidad. En el medio ambiente, la globalización fue altamente nociva al impulsar un boom del transporte basado en hidrocarburos para poder trasladar a regiones cada vez más lejanas materias primas, insumos energéticos, bienes intermedios y de consumo final, a la par que propició una industrialización intensiva, una urbanización sin precedentes y una escalada insostenible del turismo internacional. Todos estos fenómenos son, de alguna manera, detonantes de la pandemia. Y aquí estamos. Ahora, ¿qué hacemos?

La solución a los problemas de la globalización, de los cuales la pandemia solo es uno más, es revisada por las potencias y apunta ala reindustrialización de Europa y Norteamérica, la regionalización de las cadenas de suministro, la creación de bloques comerciales por zonas, el control de recursos estratégicos y el fortalecimiento de mercados internos. En esta lógica están el TMEC, la propuesta de Emmanuel Macron de reindustrializar Francia, la creación de la zona de libre comercio en Asia Oriental y Sudeste, la iniciativa Hecho en China 2025 y la aplicación de restricciones en sectores económicos, tecnológicos y energéticos considerados de interés nacional. La creación de cadenas de valor más regionales para satisfacer la demanda de mercados cercanos puede traer beneficios, tales como la reducción del uso de transportes y, por ende, de emisiones de gases de efecto invernadero, así como la disminución de la incertidumbre en el abasto de recursos y bienes intermedios y de consumo final.

No obstante, también podría haber consecuencias indeseables: la reindustrialización de naciones desarrolladas puede provocar una pérdida de la rentabilidad del capital que optaría por propiciar esquemas de producción más automatizados con el consecuente aumento del desempleo y la necesidad de una mayor ayuda social, lo que dispararía el déficit fiscal y posiblemente la deuda soberana de los países. Pero quizás el efecto más perjudicial sería la pérdida de incentivos de las potencias para mantener la paz entre ellas: el hecho de que China y EUA no se hayan enfrentado hasta hoy directamente tiene que ver con el alto grado de vinculación que existe entre las economías de ambas superpotencias. Al desconectarse y regionalizar sus intereses económicos, esos incentivos para la paz se perderían en medio de un mundo que ha ido minando la capacidad y credibilidad de las instituciones de gobernanza mundial. En este escenario, una nueva guerra a gran escala sería más probable que hoy.

@Artgonzaga

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