Siglo Nuevo

Cuídate de los buenos

Adela Celorio

Cuídate de los buenos

Cuídate de los buenos

Adela Celorio

Cuando soy buena, soy buena; pero cuando soy mala, soy mucho mejor.

Mae West

Yo no sé si lo escuchó directo de Dios o alguien le contó que el Señor había dicho: “Cuídate de los buenos que los malos yo te los señalaré”. Lo que sí sé es que a papá le gustaba repetirlo y yo lo recordé hace unas noches cuando apareció en la pantalla de la tele no vaya usted a creer que un latino o un negro de los que ya sabemos se puede esperar cualquier cosa. ¡No señor!, se trataba de un hombre evidentemente bueno. Blanco él, de magnífica presencia y exitoso abogado por la Harvard Law School; o sea, perteneciente a la capa social más alta e ilustrada de los Estados Unidos. En el momento en que las cámaras enfocaron a ese señorón haciendo pucheritos y arrastrando las palabras frente al micrófono para anunciar su renuncia al glamuroso cargo de gobernador de Nueva York, dejé de hacer zapping y puse atención. Resulta que con su vergonzante renuncia, el señor Eliot Spitzer daba carpetazo al escándalo que suscitó la noticia de que además de ser un implacable perseguidor de corruptos y delincuentes, Eliot se encontraba también en la lista de clientes distinguidos de una cadena internacional de prostitutas de lujo.

No cabe duda de que basta un instante para forjar a un héroe, pero se precisa cada día de su vida para hacerlo un hombre de bien. Ahí estaba Eliot, humillado y convertido de la noche a la mañana en un vulgar mentiroso. Con su presencia junto al caído, la esposa le otorgaba el apoyo moral tan importante para la sociedad americana. Como una cosa lleva a la otra fue inevitable que flotaran en mi memoria las escenas en que siendo aún presidente de Estados Unidos y por lo tanto el hombre más poderoso del orbe, en un humillante juicio público Bill Clinton fue obligado a reconocer ante el mundo y ante su esposa Hillary siempre presente y apoyadora imprescindible en el momento más crítico de su mandato, que había tenido un “comportamiento inadecuado” con la becaria Lewinsky.

Emergieron también en mi memoria que suele funcionar tan mal para lo necesario pero es eficientísima para recordar lo inútil, las innumerables páginas de la prensa internacional en que aparece sonriente y brindando todo su apoyo al marido la ilustrada y millonaria periodista casada con Strauss-Kahn, ex director del Fondo Monetario Internacional acusado de abuso sexual por muchas mujeres, la más reciente una mucama del lujoso hotel de Nueva York donde se alojaba.

En una sociedad que protege los valores de su cédula fundacional que es la familia, es interminable la lista de políticos que involucrados en escándalos sexuales han sido perdonados y apoyados públicamente por sus esposas. Lo que no he visto todavía es un caso al revés. Me pregunto si el señor Spitzer hubiera plantado cara públicamente para apoyar a la mujer con quien ha formado una hermosa familia durante 25 años, en el caso de que fuera ella quien hubiera sido descubierta como clienta consentida de un servicio de prostitutos a la carta.

Estoy convencida, eso sí, de que si en lugar del affaire Clinton-Lewinsky hubiera sido Hillary la traviesilla que se permitiera comportamientos inadecuados con algún becario, el amable Bill no hubiera dudado en sostenerla y apoyarla. Entiendo que algo así sería impensable entre los mexicanos que insisten en depositar su honor entre las piernas de sus mujeres; pero en una sociedad tan equitativa y justa como es la de los blancos, protestantes, profesionales y cultos de los Estados Unidos, estoy convencida de que Bill Clinton arroparía a Hillary entre sus brazos y mirando de frente a las cámaras diría: “Sí, ¿y qué?”. ¿O no lo cree usted así, pacientísimo lector?

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