Las ferias de México son una tradición con cientos de años de antigüedad, noble actividad en donde se concentra la rica cultura popular de nuestros pueblos, son un escaparate para mostrar sus tradiciones, su rica cultura y envidiable folclor.
En nuestro país son cientos las ferias que se realizan, entre ellas menciono la Expo Tizimin, en Yucatán; la exposición nacional de plata y oro del Distrito Federal; la Feria de la Candelaria de Soledad, en Doblado de Veracruz; la Feria de Carnaval Palenque de Río Grande, Zacatecas; la feria en honor de la Bandera Nacional de Iguala, Guerrero. La Feria Nacional del Calvario, de Huichapan, Hidalgo; las fiestas de abril de Tampico; la Feria de San Antonio de Padua, en Tlalculalpan, Tlaxcala.
Obviamente no podía faltar la Feria Nacional de San Marcos, en Aguascalientes, que con más de 180 años de antigüedad es una feria tradicional que se ha convertido en la feria de ferias en México. Esta feria se inició después de haberse consumado la Independencia con grandes verbenas, que con el paso de los años se convirtieron en una feria llena del colorido de la provincia mexicana, en la que se hacía una exposición ganadera, agrícola, artesanal, industrial, y en donde no podían faltar los espectáculos taurinos y artísticos.
Las ferias de nuestra tierra, además de fomentar la convivencia familiar y el esparcimiento, poseen ese raro embrujo que remueve los recuerdos, tienen esa sutil habilidad para reunir en un mismo espacio gastronomía, artesanía, ganadería, desarrollo industrial, comercio, ahí todos tienen tribuna para exponer nuestra rica cultura popular y su talento, ferias las nuestras que son el crisol de sumas del esfuerzo institucional para dar a conocer trabajo y logros.
En nuestras exposiciones podemos decir en voz alta que los mexicanos somos capaces de reunirnos –ajenos a la mezquindad, la controversia y la contradicción, que como plaga inundan la política nacional– en un encuentro reconciliado que nos alienta a seguir unidos, apreciar y reconocer en nuestras ferias el folclor y el gusto popular, que a todos nos hace iguales.
Llegamos a nuestras ferias puntuales a la cita de la renovación de nuestros anhelos, de la fe, la esperanza, la certidumbre y optimismo que como puntos de partida de nuestro renovado impulso reúnen a todos, políticos, campesinos, obreros, colonos, profesionistas, amas de casa, estudiantes, jóvenes, empresarios en uno solo, que en los juegos malabares y en las luces multicolores alimentan su confianza en un México unido y reconciliado.
Parafraseando a Anthony de Mello, le adapto al viejo Filósofo de Güémez la siguiente historia: resulta que el viejo campesino se encontraba desempleado por el momento, consiguió un permiso con los organizadores de la feria, pa’ ganarse la vida como vendedor de globos.
El espíritu del viejo campesino se llenaba de gozo al disfrutar las caras juguetonas de los niños que se volvían locos ante tantas cosas pa’ comprar y comer, tantos juegos por disfrutar, tanta gente del pueblo, que en una ocasión especial como ésa se reunía pa’ regocijarse en la alegría de los infantes.
Cuando el Filósofo no tenía clientes, desamarraba un globo soltándolo por el aire, tratando de atraer la mirada de los niños y con ello posibles compradores; cuando cortó el hilo de un enorme globo negro, y se preparaba para lanzarlo hacia el firmamento, sintió un suave jalón del pantalón; era un modesto niño negro, de zapatos descosidos, pantalón raído y camiseta vieja, pelo escasamente peinado, que con una cara angelical y unos ojos enormes llenos de luz y alegría, le preguntó:
––Oiga, señor, ¿y los globos negros también se elevan?
––Los globos, hijo –respondió el Filósofo de Güémez–, son como los hombres... se elevan no por el color o el tamaño, sino por lo que llevan adentro.