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Pimpinela Escarlata, la lucha de un exótico sin máscara

Mario González Lozano está detrás del personaje lagunero que revolucionó la forma de vivir la Lucha Libre en México

DANIELA CERVANTES

Aunque se duda de la fecha exacta de su origen, por el siglo I a.c en el Coliseo de Roma eran llamados gladiadores. Se trataba de combatientes armados que entretenían al público durante la República y el Imperio romano en confrontaciones violentas contra otros gladiadores, animales salvajes y condenados a muerte.

Puede ser, ese, quizá, un antecedente histórico de lo que se adoptó mucho tiempo después en México. 23 de septiembre del 2021, no es el Coliseo ni estamos en Roma. Es la Arena Olímpico Laguna, no hay animales salvajes, ni condenados a muerte. Lo perceptible, de forma primaria, es un olor a carne adobada en pleno hervidero que encontrará su punto máximo de sabor enclavándose en el corazón de un pan francés. Gastronomía endémica del lugar en el que se facilita la experiencia Lucha Libre, práctica que, en el año 2018, fue declarada patrimonio inmaterial y cultural en la Ciudad de México por representar una expresión de identidad de la cultura popular urbana. 

Si se quiere hablar de este deporte espectáculo se tiene que estar dispuesto a encararlo. Con los sentidos afinados, hago guardia en taquilla. Espero el arribo de uno de los luchadores que encenderán el cuadrilátero en la contienda estelar. Su nombre, aunque se anhela, ya no es muy común en las carteleras de las arenas de La Comarca Lagunera. Luego de su despegue, su lucha se ha proyectado más hacia afuera. Desde 1992 forma parte de las filas de la Triple AAA (firma de lucha libre profesional). Pero hoy está en su tierra. Aguardo a Pimpinela, a Pimpinela Escarlata

El tendedero de máscaras y playeras, la venta de las típicas semillas, cigarros y botanas varias, son parte de la narrativa de este performance cultural que vincula sus inicios en tierra azteca a principios del siglo XX, tiempo en el que se usaba la modalidad de lucha llamada catch, en la que sólo eran permitidos ciertos golpes y las presas por debajo de la cintura. La transformación ha sido constante, y una especie de hibridación hizo que la Lucha Libre mexicana sea poseedora de una esencia especial. Dicen que ¡como nuestra lucha ninguna!

Afuera, ya nadie hace fila, pero un hombre con prisa suplica en taquilla que lo dejen entrar. Ofrece 40 pesos (cantidad insuficiente para acceder a un boleto) y activa unos ojos imploradores que en menos de lo que, tal vez, ni el mismo imaginaba, le abren las puertas al olimpo de los trancazos. 

Adentro, los gritos destacan y traspasan los muros. Las batallas preliminares calientan las gargantas de los aficionados que, sin reparo, dejan fluir su lenguaje florido. La euforia por recordar a la madre de manera unísona es parte de la atmósfera sonora de una tierra que se divide entre rudos y técnicos. Se puede considerar, esta, una zona de descarga de emociones, pues como mencionara alguna vez el narrador deportivo Alfonso El Doctor Morales: "El luchador es un psicólogo natural que mueve a las masas". 

Al lado de taquilla, una puerta azul se abre y se cierra para dar paso a los hombres que al cruzar el umbral de los vestidores, olvidarán sus nombres reales para mutar al personaje que subirá a la tarima de las cuatro esquinas en la que se dramatizará la contienda. Y es que no estamos en la antigua Roma, aquí los gladiadores no buscan la muerte de su rival, al contrario, entre ellos se cuidan la integridad. Todos lo saben: la lucha mexicana es más ficción que realidad y un trabajo remunerado para los que son parte del show. Aun así, los que asistimos, estamos dispuestos a creer. 

El semiólogo estructuralista francés Roland Barthes en su libro Mitologías escribió que la función del luchador no consiste en ganar, sino en realizar los gestos que se esperan de él. “Lo que el público reclama es la imagen de la pasión, no la pasión misma”. 

En esa misma línea el escritor y periodista Juan Villoro tecleó en una de sus crónicas compiladas en el libro Vértigo Horizontal que “la lucha libre no es tan libre como proclama su nombre. Cualquier expresión está permitida, siempre y cuando forme parte del libreto”. 

PIMPI ARRIBA A LA ARENA

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Sigo de guardia en taquilla. Observo que un hombre que ya porta una máscara le da un beso a su esposa y se despide de sus hijos. Esa noche él tiene que asegurar el sustento familiar en los márgenes de las 12 cuerdas. Luego de esa escena, noto una melena rubia que se va acercando a mí. Trato de enfocar, pero en menos de un segundo ya estoy frente a la persona que la porta.

- ¿Pimpinela?

- Sí

Le explico porque estoy ahí. Sonríe. Dice que sí, que contestará unas preguntas a este medio, pero primero, expresa, debe entrar en el personaje. Pide tiempo para arreglarse. 

- No hay prisa, puede ser mañana. Hoy me quedo a verte luchar y mañana podemos vernos. 

- Órale pues...pero que sea en la tarde porque hoy me desvelo. (Risas) 

Me dicta su teléfono celular que apunto en una libreta, se da la vuelta y su figura se pierde en el pasillo que lo encaminará a los vestidores. Zona no apta para la prensa. Yo también giro y me mezclo en el ambiente de la Arena Olímpico Laguna, templo luchístico que el próximo 21 de octubre alcanzará los 67 años de existencia. La escuadra que se forma entre la calle Mina y Ocampo en el municipio de Gómez Palacio es una esquina con historia. El deporte del pancracio ha encontrado en este lugar tierra fértil para la germinación de luchadores de la talla de Blue Panther, Dr. Wagner, Gran Marcus, Fish-man, El Último Guerrero, la dinastía Espanto, Mano Negra, el Halcón Suriano, el Ángel Azteca, el Médico Asesino, Silver King, y por supuesto, también representó el florecimiento de la carrera de la propia Pimpinela Escarlata, luchador exótico con actividad en arenas nacionales e internacionales. Cabe destacar que en el Olímpico Laguna no sé presentaba desde hace una década

Al entrar a la “zona de guerra” el clima ya está en su apogeo. Decido adherirme a la porra oficial del lugar. Los borrachos del mal son un grupo de locos por la lucha que portan camisetas negras con frases impresas como “Dios perdona, los borrachos no”. Con bebida en mano, una de las integrantes me platica que cada jueves secuestran la parte alta de una de las esquinas del espacio desde donde alientan a los luchadores, convirtiéndose en un engrane necesario de la gran máquina que mantiene encendida a la Lucha Libre en La Laguna. 

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Frases provocadoras dirigidas a los adeptos del bando contrario e intercambios de chistes y albures, son parte del protocolo de todo aquel que ocupe las gradas. Aunque algunas de las bromas suben de tono, al final, los aficionados están conscientes de que todo es un juego, y lo que pasa en las gradas, se queda en las gradas. No falta, entre estos, los que se asumen como críticos de este deporte y analizan las contiendas con aires de profesionales mientras escupen cascaras de semillas. 

“Portón, portón, portón”, gritan Los borrachos del mal, y uno de los enmascarados somete a otro hasta la esquina alta para estrellarlo, con sus debidas precauciones, contra una estructura de lámina ante los ojos y la euforia de los asistentes. 

Esta contienda concluye con los brazos alzados de los técnicos. La música se activa. Monedas y billetes comienzan a llover sobre el cuadrilátero. Se trata de una ‘lanita’ extra que luchadores y referí se echan al bolsillo por parte del público que les agradece con ese gesto monetario el esfuerzo por entretenerlos. Luego, niños y niñas confiscan el ring. Las contiendas infantiles sólo duran el tiempo en que los protagonistas de la próxima disputa se habilitan para conquistar dos de tres caídas sin límite de tiempo.

Después de dos batallas más, Pimpinela Escarlata, el personaje más ansiado de la noche ya espera su turno en los vestidores. 

LA VIDA ES UN CARNAVAL 

Un hombre de saco, corbata y micrófono en mano, enclavado en medio del cuadrilátero, presenta al primer equipo: La tribu lagunera. Se trata de tres individuos de coloridos penachos que usan vestimenta al estilo indio. Salen bajo aplausos y abucheos al acto del enfrentamiento cuerpo contra cuerpo. 

En la otra esquina figurarán El árabe, Larry Miranda y Pimpinela Escarlata. Se ejecuta la entrada de los dos primeros, y posteriormente la canción La vida es un carnaval de Celia Cruz revienta las bocinas. Es el tema que desde hace años anuncia la entrada de Pimpinela a los cuadriláteros. Al son del estribillo emerge la diva de la lucha. Luce un traje rojo con detalles en dorado y una sonrisa que lo conecta con su tierra. Sabe que mucha gente que lo vio crecer en esa arena ha esperado su retorno. Es una noche especial: el luchador exótico número uno de México está en casa. 

Pimpi gobierna la estelar ante un panorama que no es muy alentador para los singulares como él. Los exóticos casi no figuran en los combates principales. Desde sus inicios el lagunero ha representado a una minoría, asumiendo una lucha que incluso ha tenido que contender debajo del ring. 

Patadas voladoras, llaves y sometimientos son parte de la exhibición luchística, pero lo que la gente más aclama es el arma infalible de Pimpinela: los besos. Como el personaje se asume mujer, concluye que la mejor manera de debilitar a sus adversarios es por medio de un buen beso de pico. Una acción que alcanza hasta al referí, si Pimpi así lo considera. Esa noche, Viruta, uno de los referís más populares de la región que también desempeña un papel en la trama, hasta realizando vuelos desde la tercera cuerda, fue merecedor, en varios momentos, del cariño del luchador. 

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Mientras observo los dotes histriónicos de los seis hombres de la estelar, me brota un recuerdo. Mis ojos de infante ya habían escaneado al personaje Pimpinela. Justo en sus inicios, en la década de los 90. Ahora, muchos años después, y de nuevo frente a mis ojos, el hombre de casi un metro ochenta sigue dominando en las arenas. Tiene 52 años, casi 35 años de carrera y un espíritu inquebrantable. 

Al final, un foul en su contra le inyectó el drama complementario a la contienda, una que concluyó con la victoria de La tribu lagunera. Abajo, la gente espera. Nadie perderá la oportunidad de sacarse una foto con Pimpinela, quien paciente se sienta a la orilla del cuadrilátero para posar ante distintos dispositivos móviles. Los flashazos están sobre ella. Esa noche, Pimpinela perdió la batalla, pero se ganó, como otras tantas veces, la entrega desmesurada del público. 

UN DÍA DESPUÉS DE LA CONTIENDA 

Pimpinela Escarlata recibe un mensaje a su celular al filo de las 11:30 de la mañana. 20 minutos después responde por medio de un audio que se acaba de levantar porque “estaba muy cansado”. Pregunta por la intención de la entrevista y si se tiene que vestir de luchador. “No, es sólo una plática normal, queremos conocer más sobre la persona que le da vida a Pimpinela”.

Con la finalidad aclarada, manda la ubicación de su casa, dice que vive humildemente pero que con gusto me recibirá. Una hora después ya estoy detrás de su puerta. A cara limpia y con ropa ligera me da acceso a su intimidad, queda claro que la persona que me ofrece asiento ya no es Pimpinela, sino sólo un hombre que observaba un programa de revista en la televisión antes de aceptar ser entrevistado. 

Unas gorditas laguneras se colocan frente a una mesa y el diálogo se abre. “Soy Mario González Lozano: una persona como ahorita lo estoy demostrando, de que me viste ayer y me pediste de favor la entrevista y yo te dije que sí. Mario González siempre ha sido muy responsable, muy puntual, muy espontáneo. Me gusta ser así, como siempre he sido”. 

Despojado del glamour de su personaje Pimpinela, Mario se admite sencillo. “La gente piensa que porque somos luchadores y salimos en la tele tenemos mucho dinero y vivimos en mansiones y casas bonitas, y no, Pimpinela desde que tiene uso de razón siempre ha sido humilde, siempre le ha gustado que lo vean como en realidad es, que no es fantasioso, ni mucho menos que se cree mujer. Soy simplemente Mario González el que ves ahorita: en short, sin maquillaje y con este chongo. Ah y comiendo gorditas (se carcajea)”. 

Recibe un mensaje en su celular, se disculpa, tiene que contestar. Por medio de un audio le aclara a su receptor el lugar donde tomará su vuelo a Guatemala, país al que se trasladará en los próximos días como parte de una función de la Triple AAA. 

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Mario no se considera el luchador exótico número uno de México, pero la historia lo desmiente. Fue él el que revolucionó el concepto de exótico en la Lucha Libre mexicana. Por eso tiene proyección en el extranjero. Su carisma ya conquistó Sudamérica, Japón y Estados Unidos. Existe un concepto de luchador exótico antes y después de Pimpinela. Y en el fondo González Lozano lo sabe…

Picó piedra como la Pantera Rosa y luego como Fly Boy. Personajes que anteceden a Pimpinela Escarlata. Arrancaba la década de los 90´s cuando Mario decidió ponerse trajes de baño llamativos, se maquilló y dejó salir su lado femenino en el ring. Él, desde el principió, se declaró abiertamente gay. 

Pimpinela fue un parteaguas y les alumbró el camino a toda la camada de luchadores que se identificaron distintos. Fue épica, por ejemplo, la pareja que hizo con el luchador May Flowers. “Lo exóticos de aquellos años se nos quedaban viendo raro. Ellos eran exóticos normales, usaban terlenka, calzón, estaban peludos, y sin maquillaje. Nosotros llegamos a imponer moda”. 

 Mario ha declarado en varias entrevistas que él nació para luchar. Su temperamento se forjó en los adentros de la colonia Tierra y Libertad en Torreón, ahí pasó su infancia, etapa en la que tuvo que defenderse de las ofensas que recibía de otros niños por apreciarlo “diferente”. Aunque no fue la mejor manera, el niño afeminado se ganó el respeto a bases de golpes. Luego, por recomendación de un cuñado que le identificó sus dotes, se subió al ring. Ahí se descubrió invencible e hizo de la Lucha Libre su columna vertebral. 

En su historia combativa se escriben varios logros, como: el Campeonato Reina de Reinas de la AAA, el Campeonato Mundial en Parejas Mixto de la AAA con Faby Apache, el Campeonato Nacional de Peso Semicompleto, el Campeonato Nacional de Peso Medio y la Copa Antonio Peña. Asimismo, él mismo relata que se convirtió en el primer luchador exótico en pisar la Arena México. 

Con la pierna cruzada y con cierta serenidad en el rostro Mario suspira. Reitera que no le puede pedir más a la lucha. Le ha dado de todo: un sustento, viajes, aventuras, el cariño de la gente. Esto último, expresa, es lo que más disfruta de su profesión. Le gusta ser la persona que le da vida a Pimpinela, aunque, admite, Mario es mejor persona que el luchador. 

“Mario González es mucho mejor que Pimpinela. Es una persona que le da todo a su mamá, que es buen hermano, que tiene sentimientos, que llora, que se porta bien, que no le hace daño a la gente”. 

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Tal vez, por su sinceridad, decidió que su Yo luchador no portara una máscara. En sus inicios la usó, pero pronto la exilió de su personaje. La necesidad de franqueza lo llevó, metafóricamente, a mostrarse como un exótico sin máscara. 

Hoy, el luchador está consciente de que su retiro de los cuadriláteros se acerca, pero trata de cuidarse lo más que puede. Es evidente que estirará los límites de la realidad hasta donde le sea posible. A Pimpinela le augura tres años más conquistando las arenas. Y a Dios, suplica le conceda más tiempo a Mario, pues él, es el que cuida de su madre Socorro de 80 años de edad, mujer a la que adora profundamente. 

“Sé que el Universo tiene algo bueno preparado para mí porque soy buen hijo, buen hermano, buen compañero. Soy buen ser humano. Diosito no me va a dejar morir”, son de las últimas palabras que registra la grabadora antes de apagarse. Mario, Pimpinela Escarlata está en casa.

Pimpinela Escarlata es el rey de los exóticos y uno de los luchadores más consentidos de la afición de la Comarca Lagunera. (FOTOGRAFÍAS CORTESÍA DE LEOPOLDO HUGO SÁNCHEZ LEMUS)

Pimpinela Escarlata es el rey de los exóticos y uno de los luchadores más consentidos de la afición de la Comarca Lagunera. (FOTOGRAFÍAS CORTESÍA DE LEOPOLDO HUGO SÁNCHEZ LEMUS)

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