Querida mamá: Hace muchos años, cuando estaba en el colegio, no había nada que me aterrara más, aparte de los exámenes finales, que la cercanía del día de las madres. Recuerdo que dos meses antes de la fecha, se nos anunciaba: Niñas, dentro de unos días les repartiremos la costura que le darán a su mami.
Finalmente llegaba el día de la distribución de los materiales para hacer el trabajo manual, cuya calificación era tan importante como las materias de geografía o historia.
Según el año que se cursara era la complejidad de la costura la cual siempre tenía que ver con enseres domésticos. Las de sexto año, por ejemplo, tenían que bordar un mantelito de bridge, o bien una bolsa de manta para la ropa sucia. Las de cuarto y quinto, tenían que cortar un pedazo de fieltro para después decorarlo con muchas florecitas del mismo material hasta convertirlo en un precioso forro para el directorio telefónico. Las de primero, segundo y tercero tenían que bordar unos ramitos de flores que adornaban la frase de rigor: Te amo mamá, sobre dos bolsas que servirían para guardar los cepillos para el aseo de los zapatos. De todo lo que bordé en esos años, de lo que más me acuerdo es precisamente de ese cepillero que tantas dificultades me representó.
Recuerdo que durante varias semanas remplazamos la clase de inglés por la de costura. Generalmente nos reuníamos en uno de los salones de actos para podernos sentar alrededor de la monja que nos instruía en nuestra respectiva costura. Niñas, pongan mucha atención cuando borden las hojitas. Hagan de cuenta que tiene la forma de una cadenita. Procuren no coserla muy apretadita. El remate es lo más importante. Éste deberá estar muy bien hecho, de lo contrario con las lavadas podría zafarse el hilo. Si quieren que les quede muy bonito su bordado, deberán rezar una oración; de este modo su mami se dará cuenta que lo hicieron con amor.
En tanto oía todas estas recomendaciones, me esmeraba al máximo al mismo tiempo que elevaba mis oraciones. Quería que mi bordado me quedara perfecto. Pero desafortunadamente, mamá, Dios no me llamó por el camino de la costura. Las flores me salían horribles; las hojitas en lugar de que se vieran alargaditas, parecían cuadradas; en la parte de atrás de la costura, se advertían unos nudos espantosos. Y por si fuera poco, siempre se me enredaba el hilo.
Tres veces me deshicieron el cepillero y tres veces me vi obligada a quedarme a comer en el colegio con el objeto de terminar tu regalo. Ay, niña si no te aplicas más, jamás terminaremos para el diez de mayo. No te olvides que todavía lo tengo que lavar y planchar. A mamá no le gustaría recibir una costura mal hecha, y además sucia y arrugada. La monja de costura ya no sabía qué hacer conmigo. Todo me lo reprochaba: Que si mi aguja siempre estaba como pegajosa; que si el hilo se me hacía nudo; que si esto, que si lo otro. Entre más me regañaba, más me ponía nerviosa. Llegó un momento que hasta me cocí mi uniforme con mi costura. Además, mira cómo está la primera “m” en relación con la segunda. El tronco de la rama está demasiado grueso por las puntadotas que hiciste. Cuándo se ha visto que la corola de las flores sea morada, para eso tenías tu madeja de amarillo....
La víspera del día que teníamos que entregar nuestro trabajo, no pude dormir. Toda la noche me la pasé rezando a todos los santos del cielo a la vez que cosía y descosía hojitas en todos los tonos de verde. Qué horror, me está quedando horrible. Además, ‘para qué me apuro tanto si yo jamás he visto que en mi casa se graseen los zapatos. Mi papá siempre se da grasa con un viejito en el Paseo de la Reforma..
Dos días después de haber entregado nuestro cepillero la madre nos anunció: Hoy vamos a envolver el regalo de mamá. Voy distribuirles un pliego de papel de china. Cuando llegó a mi lugar me hizo un guiño: No te preocupes, tu costura te quedó preciosa, me dijo con su aliento de hostia. Cuando me la entregó, no lo podía creer. ¡Estaba preciosa! Limpio y planchadito por las manos de mi monja de costura, el cepillero se veía como nuevo. Las flores y las hojas se veían perfectamente bien bordadas; el bordado de las ramas estaba impecable, pero lo más bonito de todo, era la inscripción te amo mamá. Me puse feliz. Tomé el papel de china y con toda la delicadeza del mundo envolví el regalo del Día de las Madres.
Creo que ese diez de mayo cayó en sábado. Recuerdo que cuando bajé a desayunar estabas hablando por teléfono. Ay, mamá nunca has calculado ¿cuántas horas de tu vida has pasado con la bocina del teléfono en la mano? Para no molestar, decidí irme a desayunar. Mis hermanas seguían dormidas. De pronto apareció mi papá y vio tu regalo en la mesa del comedor. ¿Por qué no se lo das? me preguntó.
Voy a esperar a que cuelgue, dije sintiéndome muy orgullosa de mi costura.
Si no me equivoco pasó cerca de una hora y tú seguías en el teléfono. Como veía que faltaría mucho tiempo para que colgaras, opté por presentarme frente a ti para entregarte tu regalo. Así lo hice. Pasaron varios segundos antes de que te percataras de mi presencia. ¿qué quieres? me preguntaste en un tono áspero. Es que te quiero dar tu regalo, mamá. Acto seguido extendiste tu brazo desocupado, tomaste el regalo, lo colocaste de un lado del teléfono sobre la mesita, y me hiciste un guiño como diciéndome al ratito lo veo.
Como quería que lo abrieras me quedé frente a ti. Pasaron varios segundos. Súbitamente dijiste: Ay, niña no esté moliendo, luego lo veo.
Me fui corriendo con un nudo en la garganta. Subí a mi cuarto, me metí a la cama, y me cubrí toda con las cobijas. No le importa. Se le olvidó que hoy era día de las madres. No existo... pensaba mientras sentía cómo me rodaban las lágrimas.
El lunes, después de rezar, lo primero que nos preguntó la monja, fue qué habían dicho nuestras respectivas mamás de los cepilleros. A mi mami le gustó mucho, dijo Inés. A mi me felicitó, agregó Beatriz. Mi mami luego, luego, lo colgó en el closet, apuntó Ana María. ¿Y la tuya que te dijo, me preguntó la madre con una sonrisa de complicidad. Ay, le fascinó. Me dijo que era lo más bonito que había hecho y que era una gran bordadora, le contesté sintiéndome como esas artistas que salen en las telenovelas cursis.
No le podía decir la verdad frente a toda la clase. No le podía decir que jamás abriste el regalo. No le podía decir que esa mañana te habías quedado en el teléfono casi hasta la hora de la comida. Pero créeme mamá, que lo que menos le podía decir era que el cepillero todavía se encontraba envuelto sobre la mesita a un lado del teléfono tal y como lo habías dejado la mañana del diez de mayo. Así, se quedó muchas semanas. Jamás supe si lo abriste o se tiró a la basura junto a otros papeles.
El caso es que el famoso cepillero desapareció. Jamás se utilizó. Jamás lo vi colgado detrás de ninguna puerta de la casa. Por otro lado, mamá, quiero que por favor no pienses que esto es un reproche. Lo que sucede es que hace mucho tiempo tenía esta espinita en el corazón y pensé que al contarte este recuerdo tan triste, era una forma de sacármela. Créeme que al hacerlo me dolió, pero ya se me salió. No la siento. Ya no está allí. De hecho me siento más ligerita. Por último quiero decirte, que te encuentres donde te encuentres, si supiera coser como mi monja de costura de tercer año de primaria, te lo juro que el próximo sábado, te bordaría en una gran manta: Te amo mamá.