La semana pasada inició la conmemoración por el sexto aniversario de la adopción de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Diversas actividades se realizaron en muchas regiones del planeta para manifestarse acerca de los pendientes y de lo hasta ahora logrado a raíz de ese acuerdo global. Quizá lo más notorio, como ha sido ya costumbre en los últimos años, han sido las movilizaciones motivadas por el movimiento Fridays for future, cuya referente es Greta Thunberg.
Los desafíos que motivaron la elaboración de una hoja de ruta tan ambiciosa como la Agenda 2030 cuyos 17 objetivos y más de 160 metas pretendían orientar de manera enfocada la cooperación internacional y las políticas nacionales para revertir las condiciones de hambre y pobreza, contener el deterioro ambiental, proteger los ecosistemas y, en definitiva, encauzar el desarrollo de un modo sostenible sin dejar a nadie atrás, son prácticamente los mismos que ahora, seis años después del acuerdo.
¿Cómo nos encontramos a seis años de la publicación de la Agenda 2030? El año pasado la Universidad de Cambridge publicó su reporte de desarrollo sostenible en el que calificó el avance por país en sus metas para los ODS. No extraña ver a tres países nórdicos liderando la lista: Suecia, Dinamarca y Finlandia. De América, el país con mejor calificación fue Canadá (78.2) en el lugar 21 mundial, seguido de Chile (77.4) en el lugar 28 y Estados Unidos (76.4) en el sitio 31. México aparece en la posición 69 con 70.4 de calificación, por debajo también de Costa Rica, Uruguay, Ecuador, Argentina, Brasil, Cuba y Perú. De manera que la economía mundial número 16 (México), se encuentra en la parte media de la tabla desde la perspectiva del desarrollo sostenible, lo cual es un indicador de fragilidad social, ambiental e institucional.
Por si no fuera suficientemente lento el avance, en 2020 sufrimos la irrupción de la pandemia por COVID-19 y con ello un parón en seco a la de por sí baja velocidad con que se iba en la dirección del cumplimiento de las metas a nivel país. El reporte 2021 de los ODS publicado por la ONU pone en evidencia que la reducción de la desigualdad, la disminución en las emisiones de carbono y los esfuerzos por erradicar el hambre han tenido una reversión como consecuencia de la pandemia. Como ejemplo, 2020 ha sido el primer año de las últimas dos décadas en que la pobreza extrema creció (dinámica global que también ocurrió en México). Otro aspecto que sufrió un retroceso debido a esta crisis sanitaria fue la igualdad de género, objetivo cinco, toda vez que de acuerdo a la información disponible la violencia de género creció y, también en este rubro, México no fue excepción.
En suma, además de las dificultades, ausencia de compromiso efectivo, oposiciones o incapacidades para sacar adelante la Agenda a nivel país, la pandemia ha significado el freno más doloroso y de mayor impacto al avance que para estas fechas se esperaba de las intenciones originales. Este tipo de resultados refuerza el desaliento ante la recurrente ausencia de logros sostenidos en metas supuestamente compartidas y acordadas en espacios multilaterales. La credibilidad ofrecida por este tipo de plataformas de acción y negociación está minada por la facilidad con que las naciones desinflan sus propios compromisos.
En la medida en que el costo del fracaso sea una factura pagada por los países atrasados difícilmente los compromisos de las naciones que realmente pueden mover la aguja tendrán velocidad y dientes. Con excepción de los notorios comportamientos positivos de los estados nórdicos y algunos otros europeos o Canadá el resto del auditorio multilateral se mueve entre las incapacidades y debilidades internas y el cálculo geopolítico (USA, China, India, Rusia). Si agregamos los efectos de largo plazo que ha impuesto la pandemia, no será extraño suponer que el plazo 2030 planteado originalmente por la Agenda solo será una referencia anecdótica de una nueva decepción.
@EdgarSalinasU
