Columnas la Laguna

De Política y Cosas Peores

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

“Ven pronto -le pidió en el teléfono un individuo a otro-. Somos tres, y nos falta uno”. Preguntó el otro: “¿Dominó?”. Respondió el primero: “No. Orgía”. (Nota. La costumbre establecida desde los tiempos de Roma -inveterata consuetudo- prescribe que para llevar a cabo una orgía se requiere un personal más numeroso. Si los asistentes son solamente cuatro eso podrá ser un foursome o un pompino, como define Armando Jiménez en su “Diccionario de la picardía mexicana” al acto erótico en que un solo hombre está con varias mujeres, pero en modo alguno es una orgía. Al igual que la poesía coral o las orquestaciones de Berlioz la orgía necesita más elementos). Un tipo llegó a una oficina pública a tramitar su pasaporte. Vivía en Quintana Roo, pero la cita se la dieron en Baja California. Tras una espera de seis horas el burócrata en la ventanilla lo atendió por fin. Le pidió su nombre conforme aparecía en su credencial de elector. Respondió el ciudadano: “Pepepedro Papapablo Pepepérez Pipinales”. Le preguntó el empleado: “¿Es usted tartamudo?”. “No -respondió el otro-. Pero mi papá sí lo era, y el oficial del Registro Civil que hizo mi acta de nacimiento era un pendejo”. La persona humana, cada mujer, cada hombre, posee un ámbito interior en el que nadie puede entrar. Derivado de un credo religioso o de un sentido ético o moral ese espacio intocable es su conciencia. Obligar a alguien a faltar a ella, a violar sus convicciones, constituye un grave atentado contra la persona, pues vulnera los derechos humanos, principalmente en lo que atañe a la libertad de pensamiento. La negativa de un gobierno, de sus órganos legislativos y jurisdiccionales, a respetar la objeción de conciencia es un indicio claro de autoritarismo, e incluso de totalitarismo. El Estado se coloca por encima del individuo, anula su voluntad y en cierto modo lo esclaviza, lo convierte en vasallo en vez de reconocer su condición de ciudadano libre. Esa forma de tiranía se instaurará en nuestro país si la Suprema Corte anula el derecho de un médico o una enfermera a negarse a participar en un aborto. El hecho de que el aborto haya sido despenalizado, de que la mujer que aborta voluntariamente sea exentada de sanción penal, no debe ser motivo para atentar contra el derecho natural que toda persona tiene a rebelarse contra una ley que considera contraria a sus principios morales. Sucede ahora que el aborto no se castiga, pero en cambio el personal de salud que se niegue a participar en él podrá ser objeto de sanción administrativa, y llegar incluso a perder su empleo por resistirse a participar en una acción que en conciencia juzga reprobable. El Estado mexicano no ha de caer en ese extremo que tiene claros tintes de fascismo. Eso sería ejercer violencia ilegal del Estado contra el individuo. Ningún profesional de la salud, aunque labore en una institución pública, debe ser objeto de coacción legal que lo obligue a actuar en contra de sus valores personales o de los principios éticos o religiosos que sustenta. “¿De quién son estos cabellos de oro?”. Esa pregunta le hizo el enamorado novio a su dulcinea en el lecho donde en la noche de bodas iban a consumar sus anheladas nupcias. “Son tuyos, mi amor” -respondió ella. “¿Y esos ojos cafés como el de la mañana?”. “Tuyos, mi cielo”. “¿Y esos labios dulces como el néctar, la ambrosía o la miel?”. “Tuyos también, mi vida”. De súbito el galán hizo a un lado esas románticas delicuescencias y descendió al terrenal terreno del naturalismo. Le preguntó a su mujercita: “Y esas pompas tan lindas ¿de quén chon?”. Contestó la recién casada: “Ahora son tuyas”. FIN.

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