Tino Contreras se consideraba “más mexicano que los tamales”, aunque pensaba que el país le había dado más cosas de las que merecía. (ARCHIVO)
Si alguna frase podría aproximarse a definir a Tino Contreras esa sería “una vida dedicada al jazz”. Pero la resonancia de su existencia fue, es y será mucho más que eso. Compositor, tecladista y baterista con más de 40 discos grabados, 77 años de experiencia y giras en diversas regiones del mundo, el jazzista más importante de México ha fallecido a los 97 años, según informó su esposa y manager Monna Conti.
Nacido en Chihuahua en 1924, fue hijo de un baterista de origen duranguense, por lo que comenzó a escuchar jazz a los ocho años de edad. Aquello gestó una educación musical de forma natural, desde el oído antes que el papel, como si los pasos de su infancia estuvieran destinados a los andares sincopados de la vida.
Para 1935 su joven músculo jazzístico ya le había permitido tomar clases con Chicho Gámez y trabajar en varias orquestas. Después llegó el momento de migrar al norte y dirigir las notas hacia Ciudad Juárez. Era 1939 y Tino encabezaba a Los Cadetes del Swing que amenizaban los bailes de salón en la frontera.
Posteriormente, en 1946 visitó la capital del país y su talento no pasó desapercibido: fue contratado como baterista en la orquesta de Paco Miller, con el objetivo de realizar una gira junto a figuras como Pedro Infante y Germán Valdés ‘Tin- Tan’. La leyenda comenzaba su despegue.
CONSAGRACIÓN
Con la consigna de amar a la música desde su origen y no sólo verla como divertimento, Tino consiguió ser llamado como baterista para la primera producción de jazz nacional. Así concibió a la matemática, ciencia y lingüística como el principal trío que podría distinguir al género.
Por eso tomó la decisión de formar su propia orquesta comercial y consagrar su nombre con letras de oro en el parnaso jazzístico. Sólo allí, en los ritmos sincopados, en los contratiempos, en las notas improvisadas, encontró todos los estados anímicos y anémicos que emite el oficio de vivir.
De 1959 a 1966 su palmarés registró siete Copas de Oro como mejor baterista de jazz. Así zarpó su andar por los escenarios internacionales, donde incluso compartió escena con Duke Ellington.
Al mando de su batería grabó discos en Francia, Alemania, España y Grecia. Enamoró a la prensa musical de los principales diarios del mundo y se ganó la envidia de músicos connacionales que no podían asimilar su éxito.
Por eso no es exagerado llamarlo como embajador de la música mexicana. Tino Contreras se consideraba “más mexicano que los tamales”, aunque pensaba que el país le había dado más cosas de las que merecía. Fue gran admirador del mariachi y el amor por su tierra se puede escuchar capa por capa en discos como Jazz Mexicano (2011). “Cada disco que yo saco para el mundo es un concepto nuevo”, dijo alguna vez en una entrevista.
Pocos artistas como él han sido poseedores de tan amplia perspectiva. Consideraba que la música era infinita, que había un arranque, pero se desconocía el final, que aquello le reiteraba que no podía vivir por vivir, que estaba seguro de haber llegado al mundo para hacer algo. Y estaba en lo cierto, el maestro se consagró como leyenda indiscutible en el jazz nacional.
No es para menos que músicos de la talla de Antonio Sánchez hayan compartido sus condolencias ante la partida del gran Tino:
“Tino Contreras fue un pionero e innovador incansable. Él me introdujo al vocabulario de jazz cuando comencé a hacer la transición del rock & roll. Su muerte crea un hueco enorme en la historia musical de nuestro país. Descanse en paz, maestro. Gracias por toda la música que nos brindó y por abrir el camino a las nuevas generaciones”.
