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La seducción del extremismo

JESÚS SILVA-HERZOG

Hace un poco más de veinte años, Anne Applebaum armó un fiestón en la casa que compartía con su marido, Radoslaw Sikorski, un destacado diplomático polaco. Era una reunión para despedir al siglo XX y darle la bienvenida al XXI. En la cena de año nuevo había periodistas, intelectuales, políticos de Polonia, de Estados Unidos y de Gran Bretaña. Había pasado una década del final del imperio soviético y la atmósfera de la reunión era jubilosa.

Todos los invitados coincidían en el optimismo. El nuevo siglo estaba lleno de promesas. La receta parecía muy clara: había que abrir la discusión, organizar elecciones, permitir el florecimiento de la empresa, romper las fronteras comerciales. Todos coincidían en que el camino estaba despejado para la libertad y la prosperidad. A veinte años de distancia, dice ella, la mitad de quienes brindábamos felices no nos podemos ver ni en pintura. A una buena parte de ellos no quisiera ya darles la mano. Si me los topo en la calle, me cambiaría de banqueta para no verlos de cerca. Sé muy bien que, si ellos me ven antes, harían lo mismo. Tengo claro, insiste, que buena parte de los invitados de aquella noche sentirían vergüenza de reconocer que alguna vez pisaron mi casa. El populismo de derecha se interpuso en los afectos.

Lo cuenta Applebaum en un libro extraordinario que acaba de ser traducido al español bajo el sello de Debate. Lo es porque describe el cambio político de los últimos años desde una perspectiva personal: la radicalización política como dinamitera de amistades; el populismo que pervierte los vínculos de afecto y que impone enemistad hasta en las familias. La imantación de identidades enemigas no se queda en las campañas, ni el parlamento. Se impone en todos lados. ¿Es posible la amistad cuando se la política se empeña en cavar abismos?, pregunta la ganadora del Pulitzer.

El ocaso de la democracia. La seducción del autoritarismo hace un recorrido por las nuevas derechas en el mundo. Más que un registro sociológico, es un testimonio. Applebaum, quien se describe a sí misma como una mujer de derecha moderada, ha tenido trato con la vida académica, periodística y política en Europa y en Estados Unidos. Su mirador ha sido, en ese sentido, extraordinario. Desde hace años conoce a Boris Johnson, ha convivido con los políticos centroeuropeos que dirigieron las reformas económicas tras la caída del comunismo y conoce, desde hace décadas, a un buen número de periodistas conservadores y políticos republicanos que se dejaron seducir por el trumpismo. ¿Cómo es posible que amigos que fueron moderados se hayan convertido, de pronto, en promotores de una política que colinda con el fascismo? ¿Cómo entender que amigos cercanísimos estén dedicados ahora a difundir las más absurdas teorías conspiratorias, que abracen el discurso antisemita más repugnante y que se llenen la boca con mitos nacionalistas para justificar la peor xenofobia?

Este relato sobre el fracaso del centro en nuestro tiempo es buena advertencia sobre los peligros que corre Acción Nacional al coquetear con la extrema derecha española. La invitación al dirigente de Vox, esa organización que rechaza que la violencia de género existe, que sostiene posiciones abiertamente homófobas, que incita al odio a los migrantes, y que reivindica el pasado franquista es muestra de la confusión que priva en el PAN y la falta de liderazgos. Applebaum misma ha identificado a Vox como una organización que sigue, puntualmente, el manual del extremismo de derecha, que utiliza sus métodos y su discurso y que representan, por ello, una seria amenaza a la convivencia democrática. ¿Cuál será el tamaño del extravío panista que recurre como inspiración en esta hora al neofascismo español? ¿Cómo es posible que un número de legisladores de ese partido, comenzando por su dirigente en el Senado, haya suscrito una carta delirante sobre los peligros del comunismo y la defensa de algo que llaman iberósfera?

El populismo de la izquierda no se combate con el extremismo de la derecha. De hecho, la bienvenida al dirigente de Vox, el ridículo manifiesto de Madrid son música para los oídos del régimen. La presencia del agitador español no hace más reforzar el paisaje de una polaridad donde no puede asomarse el diálogo y donde no tiene sentido la moderación.

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