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Los pasos hacia una nueva independencia

JULIO FAESLER

Los Tratados de Córdoba que hace doscientos años firmaron Agustín de Iturbide y el Virrey Juan de O'Donnon en la villa de ese nombre formalizaron la independencia de la Nueva España. Hoy día, en un entorno muy distinto, el objetivo de independencia sigue vigente con la misma validez.

A principios del Siglo XIX la aspiración de independencia significaba sumar en un esfuerzo colectivo la variedad de intereses que existían en un espíritu de nacionalidad que hacía tiempo venía emergiendo. El perfil político de la nueva sociedad se definía, no sólo distanciándonos de la convivencia de tres siglos con España, sino por características étnicas y culturales propias que presentaremos frente a intereses ajenos,

Los escritos de Rousseau, Hobbes, Locke o Montesquieu fueron el hilo que enlazó las inquietudes independentistas nacionales por todo nuestro continente. Los próceres latinoamericanos influenciaron sus proyectos con ideas de Gran Bretaña, Francia o Estados Unidos aprovechando las constantes confusiones en Madrid. Las coincidencias de ideales y programas de figuras como Francisco de Miranda, Artigas, José María Morelos o Simón Bolívar con su propuesta anfictiónica, existían en una visión continental. Las logias masónicas escocesas y yorkinas difundían y coordinaban propuestas o conspiraciones siempre antihispánicas.

Los insurgentes mexicanos ya sentían la presencia en el continente de la nación de cultura y propósitos muy distintos. La influencia en los primeros años de Estados Unidos determinó el régimen federal y presidencialista del gobierno mexicano. A la vez, veía en nuestro país un vasto territorio por ocupar. La ambición continental de Estados Unidos iría aumentando hasta precipitar el desastre de 1848.

México ha debido reafirmar su personalidad en diversos momentos de su historia. Nos han distinguido casos como la expropiación petrolera o las posiciones en Naciones Unidas para diferenciarnos de algunos regímenes dictatoriales, o solidarizarnos con las luchas de los pueblos en desarrollo. Hay que saber marcar una línea propia, cuando el bienestar colectivo actual o futuro está en juego.

Al finalizar el Siglo XX se concertó un acuerdo económico con los Estados Unidos que tuvo por objeto acortar los pasos al desarrollo mediante aumentar la producción y exportación de productos industriales. La expansión de los mercados mexicanos hacia Latinoamérica, tesis del doctor Prebisch que dio origen a la ALALC en los sesentas, se transformó luego en el TLCAN que ahora se dirige a sumar los mercados de la porción norte del continente. Hasta ahora se ha tenido éxito.

La evolución del mundo desde el TLCAN de 1994 ha visto pasar dicho tratado de una mera complementación de las economías de México y Canadá a un T MEC que es componente esencial de la respuesta de Estados Unidos a una China que tiene el propósito de recobrar antiguas grandezas enfrentándose a la hegemonía norteamericana.

México, como socio del T-MEC, se encuentra férreamente integrado al proyecto Norteamérica. Para el presidente López Obrador resulta del todo conveniente la fusión de intereses que significa dicho proyecto. Los escrúpulos que pueda suscitarle su formación de líder de izquierda se disuelven en la realidad de las ventajas que presenta la unión con Norteamérica que soluciona la histórica desconfianza que ha percudido la relación ahora simbiótica entre los dos países.

Avanzar en la realización del Proyecto Norteamérica significa estrechar progresivamente las estructuras económicas de los dos países hasta llegar a una interdependencia casi indestructible y que supone sujetarnos a disciplinas imprevisibles como hoy se ve en materia laboral. Las aspiraciones a ejercer una plena independencia se desvanecen y México entra a una nueva fase de su existencia. El presidente parece estar de acuerdo con esta transformación pero en el marco de una alianza continental aún sin definir.

Habiéndonos embarcado en al camino de fusionar nuestro desarrollo general, no solo el económico, al aparato de norte américa surge inevitable el dilema de apostarle a una eventual prosperidad que puede implicar erosionar la identidad nacional. Es el dilema de ganar la preeminencia universal o perder los objetivo de independencia que se buscaron en 1821,

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Escrito en: Editorial Julio Faesler

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