Algunos comentaristas han considerado el discurso del presidente López Obrador pronunciado en el simbólico Castillo de Chapultepec en la reunión de cancilleres de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, la CELAC (con la notoria ausencia de Brasil, cuya participación suspendió el año pasado), un intento por exponer las líneas de lo que podría ser vista como una doctrina de política exterior. Al menos enunciar, en fecha histórica tan señalada como el 238º aniversario de Simón Bolívar, los grandes ejes rectores de las aspiraciones mexicanas para ejercer un liderazgo en América Latina y el Caribe, centradas en dos premisas fundamentales: la necesidad de oponerse constructivamente y rechazar cualquier forma de injerencia de los Estados Unidos en la política interna de las naciones latinoamericanas y caribeñas, pero sin claudicar, a mismo tiempo, en la búsqueda de la ansiada unidad e integración regional, mediante la cooperación, reconociendo de entrada las diferencias políticas e ideológicas entre múltiples gobiernos. Dejaré que sean otros analistas, conocedores de las realidades y los entre telones de la política latinoamericana los que determinen si es el caso, o si se trató más bien de una manifestación de interés, a partir de una serie de convicciones, de lo que el Jefe de Estado mexicano desearía que sucediera en el continente, empezando por la sustitución de la actual Organización de los Estados Americanos y finalizando por los posibles desenlaces en Cuba, sin interferencias externas, si acaso EU, llegara a convencerse de finalizar el embargo contra el régimen revolucionario, luego de los inédito cuestionamientos populares, al interior la isla, hace unos cuantos días.
Sin embargo, como ocurre casi invariablemente en las relaciones internacionales, los asuntos externos suelen presentarse colmados por una serie de sucesos, decisiones, actuaciones y presiones. El conjunto de éstas dificultan la comprensión y hacen imperativo el análisis para determinar si, más allá de las circunstancias del momento, del talante de los líderes y la capacidad de sus representantes, del conjunto de factores en juego, un país o grupo de países cuentan o no con mayores o menores espacios de maniobra para hacer avanzar y defender sus intereses individuales y colectivos frente a otros o entrar en colaboración con ellos, hasta conseguir que la acción de la diplomacia presidencial y profesional arroje resultados. Máxime en escenarios internacionales de crisis tan complejos como los actuales. Parecería que estamos frente a una de esas coyunturas, si observamos los últimos acontecimientos. Por una parte, Estados Unidos acaba de dar a conocer, por conducto de la vicepresidenta Kamala Harris, dos estrategias sobre cómo la administración estadounidense se propone enfrentar integralmente las causas de fondo de la migración proveniente principalmente de México y de los países centroamericanos, y, al mismo tiempo, promover tanto el manejo seguro y humanitario de las fronteras, como la protección de los migrantes, reconociendo se trata de retos internacionales mayúsculos. Se sabe que difícilmente, en el corto y mediano plazo, una reforma migratoria comprensiva prosperará en el Congreso de los EU. A pesar de los insistentes esfuerzos del gobierno mexicano, por enésima vez, nuestro vecino ha decidido que se mantenga cerrada la frontera entre ambos países, igual que las presiones en los ámbitos comercial, laboral, de energía y ambiental.
Por otra parte, sigue reverberando en el Caribe la crisis en Haití, tras el asesinato del presidente Moise, mientras en el Perú inicia Pedro Castillo su mandato, y cuyas primeras decisiones y nombramientos han aumentado los temores ante el arribo de otro gobierno movilizado por una expresa ideología de izquierda. Persisten fundadas interrogantes si procederá el dialogo planteado entre el régimen de Nicolás Maduro y la oposición, que se supone México albergara en noviembre; cómo y cuándo terminaran las protestas populares en Colombia y sus posibles consecuencias internas y externas. Incluso cuál será el derrotero, la visión que ofrezca de manera ejemplar el proceso político, económico y social en Chile al concluir los trabajos de la asamblea constituyente. No pueden ignorarse las confirmaciones de varios organismos de que América Latina y el Caribe experimentará un retroceso de 25 años en la lucha contra el hambre, siendo la región más golpeada por ambas crisis sanitaria y económica, la cual registra las más graves asimetrías para el acceso universal a las vacunas frente a la pandemia. Todo ello, a pesar de los esfuerzos de México y Argentina para recibir, fabricar y distribuir vacunas, empeñados en continuar ahondando sus coincidencias políticas y convergencias ideológicas. En Centroamérica parece cundir la desesperanza, ante las flagrantes tendencias autocráticas de quienes gobiernan El Salvador y Nicaragua, y el grave retroceso democrático en Honduras, convertido en un narco estado y el regreso de las manifestaciones de protesta en Guatemala que exigen la renuncia del presidente Giammatteiante nuevos actos de impunidad y corrupción.
No serán los miles de millones de dólares que se destinen a diversos programas los que determinarán el éxito o fracaso de la cooperación en las Américas, sino el valor de los acuerdos políticos que alcancen latinoamericanos, caribeños, estadounidenses y canadienses. Aún más importantes serán la confianza y la certeza de que se cumplirá efectivamente con lo discutido y acordado, privilegiando el diálogo por encima de las diferencias. Las convicciones mexicanas respecto del presente y futuro de América Latina y el Caribe bien pueden fracasar por incongruencias e inconsistencias propias o imposiciones ajenas. Las intenciones de liderear y forjar alianzas basadas en afinidades ideológicas podrían terminar en malabarismos retóricos.
@JAlvarezFuentes
