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(Re)pensar las fronteras: la frontera sur de México (II)

JORGE ALVAREZ FUENTES

Tres ríos marcan los linderos de ambas fronteras al sur de México: el Suchiate que desagua en el Pacífico, el Usumacinta, el río más largo y caudaloso de México -también de Centroamérica- con un recorrido ambos de 385 kilómetros, desembocando este último en el Golfo de México y en los que hay mojoneras ocasionales; y el río Hondo que fija los límites entre México y Belice. Esta última frontera fluvial es una de las regiones menos (re)conocidas de la geografía nacional, a pesar de la rica historia compartida, empezando por la Guerra de Castas. Hay una extraordinaria riqueza biológica, cultural y étnica, junto con la singular herencia colonial británica, siendo un territorio de convergencias profundas, un espacio relegado, donde México confluye con Centroamérica y el Caribe, cuyos protagonistas son los pueblos mayas, las comunidades mestizas y negras, de origen africano y caribeño, las poblaciones rurales y trashumantes centroamericanas. Nuestras fronteras son espacios de encuentros y desencuentros, de diálogo y conflicto, de memoria y olvido, cuyas narrativas están cargadas de historias, sueños y pesadillas, apropiaciones y proyectos, de aspiraciones y crueles realidades para decenas de miles de mujeres, hombres, jóvenes, adolescentes y niños, que viven, se han asentado temporalmente o bien transitan, como ha ocurrido por décadas, todos movidos por el anhelo de encontrar un mejor destino.

La frontera sur de México comprende los estados de Quintana Roo, Campeche, Tabasco y Chiapas que limitan con Belice y Guatemala, con una extensión de 1,149 kilómetros, de los cuales 956 son frontera con Guatemala y 193 con Belice. Además de las fronteras fluviales están las fronteras terrestres, con zonas montañosas y selváticas, que se extienden a ambos lados proyectándose desde las depresiones de las tierras altas guatemaltecas y el Petén hacia las planicies, cordilleras y valles mexicanos. La naturaleza es el elemento dominante que distingue la riqueza y diversidad de la frontera sur; pero como bien lo señala Andrés Fábregas, los límites entre los tres Estados nacionales no se trazaron "al compás del medio ambiente o de sugerencias geográficas, sino de las acciones humanas sobre él". Las regiones fronterizas han cambiado a lo largo de los siglos XIX y XX, a partir de procesos políticos y sociales concretos, predominando la compleja dinámica de integración y confrontación entre vecinos.

A lo largo de la frontera sur existen 11 puestos fronterizos formales, 7 en el estado de Chiapas, 2 en Tabasco, 2 en Quintana Roo. En los 200 kilómetros de frontera con Campeche no existe ningún cruce formal. Estos resultan notoriamente insuficientes dado el tamaño y extensión de la frontera, muy porosa, con cientos de cruces informales y veredas, con notables carencias de infraestructura física y de personal.

Guatemala y Belice mantienen, hace décadas, un intrincado diferendo fronterizo y territorial, supervisado recientemente por la OEA, el cual está siendo considerado por la Corte Internacional de la Haya y cuya próxima sentencia, tendrá repercusiones en la renegociación, aún pendiente, de la delimitación final de las fronteras marítimas de México.

En el transcurso de las últimas tres décadas, la frontera sur ha venido experimentado un acelerado proceso de transformación. Al concluir los conflictos armados en Centroamérica con la firma de los acuerdos de paz en El Salvador y Guatemala, en 1992 y 1996, respectivamente, los flujos migratorios se modificaron e incrementaron, a consecuencia de los problemas económicos y de la inseguridad en toda Centroamérica, provocando una migración masiva, ya no solamente de Guatemala sino también de El Salvador y sobre todo de Honduras, e incluso de migrantes extra regionales, cuya intención primordial es llegar a EUA, si bien, en los últimos años, México se ha tornado el destino final, estando en quiebra los sistemas migratorios de todos los países involucrados.

En marzo el gobierno mexicano decidió implementar acciones interinstitucionales consistentes primordialmente en desplegar a miles de elementos de la Guardia Nacional y del Instituto Nacional de Migración a lo largo de la frontera del río Suchiate, en los puentes y puntos de internación o de acceso a los perímetros de las zonas fronterizas, instalando filtros sanitarios e implementando mesas de inspección para verificar la documentación migratoria requerida y controlar el ingreso a territorio nacional.

En Tecún Umán-Ciudad Hidalgo, en Tapachula, se entrelazan las fronteras norte y sur. Es ahí donde comienza la peligrosa travesía de cientos de miles de migrantes que buscan atravesar el territorio mexicano para llegar a Tijuana y a otros puntos de la frontera norte para intentar cruzar el Río Bravo; lo que implica esconderse, saltar bardas, superar muros, dejar atrás múltiples obstáculos, ya sea para evitar o buscar ser detenidos por agentes de migración mexicanos y estadounidenses.

México tiene derecho a asegurar sus fronteras y gestionar los flujos migratorios para garantizar las vidas y el bienestar de los migrantes, de los refugiados y de las comunidades que los albergan, sujetos a múltiples riesgos. Pero las realidades de la frontera sur continúan impidiendo la gestión eficaz, regular y ordenada de la migración. Las operaciones conjuntas, civiles y militares, para sellar o blindar las fronteras no han detenido los flujos y las medidas coercitivas quizás sólo hayan frenado las caravanas. México requiere identificar adecuadamente a aquellos migrantes que necesitan protección y asegurar que las personas en tránsito y los solicitantes de asilo reciben un trato digno, sin ser víctimas de amenazas, violaciones y abusos por parte de grupos delictivos y de funcionarios federales y estatales corruptos.

La compleja geopolítica de la migración internacional, la tendencia a endurecer las medidas de control, el cierre de fronteras no debe ser el pretexto para diluir los esfuerzos de la comunidad internacional destinados a reducir los graves peligros que enfrentan migrantes y refugiados. Los Estados tienen la obligación de proteger sus derechos humanos. El régimen de detención migratoria ha provocado abusos por parte de las autoridades. Urge atender el drama de miles de migrantes que llegan o viajan a través de México buscando llegar e internarse en EUA que terminan sido víctimas de violencia, desaparición forzada, extorsión o trata de personas.

@JAlvarezFuentes

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Escrito en: Editorial Jorge Álvarez Fuentes

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