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YAMIL DARWICH

Hace 50 años, el 24 de julio del siglo anterior, un grupo de adolescentes, algunos de ellos aún con caras infantiles, otros presumiendo incipiente barba y/o bigote y todos emocionados, terminaban los estudios del bachillerato en el Instituto Francés de la Laguna; sin dudarlo, la mejor escuela de aquellos tiempos, colegio de inspiración cristiana, dedicado a la formación integral y humanista.

El 10 de julio, pasado medio siglo, los amigos se reunirán para recordar aquellos tiempos que siempre añoran, al tenerlos en la memoria como recuerdos de una intensa, responsable y divertida juventud.

Un muy importante secreto deben guardar esos educadores Lasallistas, cuando han logrado formar, a través de muchas generaciones y por todo el planeta, a humanos dedicados al trabajo productivo, orientados al bien común; particularidad que ahora les es reconocida sobradamente, en un mundo que requiere de mayor consciencia sobre el desprendimiento de cada individuo para con los demás.

Aquella tarde-noche, los orgullosos graduados de la Generación 1971, -sentados al frente, atentos y formales- lucían togas y birretes, satisfechos por sus logros, acompañados por padres, familiares y amigos, cuando en el campus del IFL, se pronunciaban emotivos discursos y les entregaban certificados, repartían medallas de reconocimiento al aprovechamiento académico y otras, por sobresalir en deportes, cultura y arte.

Se repetía la fiesta académica del colegio Lasallista, que entregaba a la comunidad lagunera y de otros estados de la República, una nueva generación de egresados; ellos, ufanos, repensaban las arengas escuchadas durante tal acontecimiento, pronunciadas por oradores motivadores: reafirmaban el compromiso que deberían cumplir durante el resto de sus años por vivir; promesa solidaria y subsidiaria para con la sociedad.

Debo escribir, por haberlo constatado personalmente, el cumplimiento de la gran mayoría de aquellos muchachos, ahora comerciantes, industriales, agricultores, ganaderos y/o profesionistas; todos, personas de éxito, comprometidos con el prójimo, cumpliendo la promesa hecha hace cincuenta años: ser personas con solidaridad y subsidiaridad social.

Centrados en la formación humanista/cristiana, los hermanos Lasallistas, religiosos apoyados por maestros laicos, insistieron en inculcar valores trascendentes, sociales y humanos entre sus estudiantes: cumplir con la llamada formación integral, que incluía enseñanzas en conocimientos generales, preparándolos sólidamente para sus estudios universitarios, sin descuidar la consciencia de servir con principios de humanismo cristiano.

Tampoco dejaban fuera el cuidado del cuerpo, con educación física y la práctica deportiva de todos; algunos incursionado en el campismo, siendo integrantes de "la tropa scout del Francés"; otros, orgullosos y marciales, integrantes de las escoltas o de las bandas de guerra; quizá dominar algún instrumento musical en la orquesta del colegio; educar la voz y participar en el coro -ambos grupos culturales realizando giras en el País y los EUA- o vivir una experiencia teatral, aprender habilidades extras en talleres de periodismo, electricidad, mecanografía y encuadernación.

Era una educación integral, que formaba a hombres y mujeres de bien… y ¡vaya que lo lograron!

Hoy día, los casi setentones, viven el éxito personal, familiar, profesional y la integración en sus comunidades, como personas dispuestas al servicio.

Para festejar estos primeros 50 años de graduados, la mayoría de ellos se encontrarán en un día de conmemoración, iniciando con la tradicional misa y luego la fiesta, disfrutando comida y bebida, entre sorpresa y sorpresa al reencontrarse unos con otros.

Sin duda, todos afortunados y felices de abrazarse con el casi hermano, ese que fue compañero de aula, vecino de pupitre y/o camarada del internado; sonriéndose, al observarse y señalarse los cambios fisiológicos que los años les han dejado: abdómenes abultados, las canas y arrugas de la piel, marcas por una vida de trabajo, servicio y esfuerzo; sus sacrificios para bien formar una familia con el cuidado a los hijos y las preocupaciones enfrentadas.

También llegarán los momentos de recordar a los amigos fallecidos; la ausencia de quienes les fue imposible asistir y, entre tanta camaradería, reconocer a sus maestros, -religiosos y laicos- que dedicaron muchas horas de sus años de vida en insistir "machaconamente" en educarlos y algunos hasta "enderezarlos". A todos: enseñarles el camino hacia la buena vida, esa que deja el sentimiento del deber cumplido.

Seguramente no habrá en esta vida festejo de los siguientes cincuentas, pero sí el de los años, lustros y decenas de años por venir; se repetirán las reuniones, que de nuevo generarán sensaciones de juventud y reavivarán sentimientos filiales. Indudablemente que estas fiestas de unión continuarán, aún después de esta vida.

En medio del festejo, sobresaldrá el reconocimiento a los pilares educativos: sus profesores, que promovieron las ahora conciencias adultas que distinguen entre bueno y malo de la vida; les dejo a la memoria el pronunciamiento, con algarabía, agradecimiento y respeto, los apodos de todos ellos, muchos presentes en el festejo. Ahhhh… y no olviden repasar, sonrientes, las cientos de anécdotas.

No todo tiempo pasado fue mejor, pero…

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