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La cumbre no debe ocultar la cordillera

ARTURO SARUKHÁN

La mirada de analistas a ambos lados del Atlántico se posó en el primer viaje internacional de Biden la semana pasada a Europa para asistir a las cumbres del G-7, la OTAN y la que se celebró entre Estados Unidos y Rusia. Sería, sin embargo, un error perder de vista el hecho de que el Atlántico ya no es el teatro geopolítico más importante del mundo a los ojos de EUA. Esa distinción pertenece al Indo-Pacífico. Aunque este fue el primer desplazamiento del presidente al extranjero, su primera cumbre fue virtual, en marzo, con los líderes del llamado Cuarteto: EUA, Japón, India y Australia. El Cuarteto no es una alianza formal. Pero juega un papel más importante en la visión de política exterior y seguridad internacional de Biden que el futuro de la OTAN o la propia relación con Moscú.

Si algo ha subrayado este último lustro, es que la era del llamado internacionalismo liberal ha dado paso a un retorno de la rivalidad entre grandes potencias. Por ahora, el sistema internacional se encuentra en una curiosa tierra de nadie, con las grandes potencias preparándose para posicionarse y luchar por los contornos del nuevo y fluido paisaje global. Es un escenario que Tucídides reconocería. En esencia, una China envalentonada y en ascenso y una Rusia resentida y venida a menos no están dispuestas a aceptar un orden, nominalmente encabezado -y erosionado por cuatro años de vacío trumpista- por la potencia del status quo, EUA, y al que acusan de perpetuar la hegemonía occidental. Xi quiere devolver a China al centro del escenario mundial. La Rusia de Putin quiere recuperar una esfera de influencia en el antiguo espacio soviético. El efecto generalizado es sustituir un sistema internacional basado en reglas y en concertación multilateral por bloques rivales. Y los países que se encuentran en medio se enfrentarán a una presión creciente para elegir un bando. Algunas naciones preferirán sentarse en la cerca; otras intentarán mantener una relación económica privilegiada con China mientras se esconden detrás del escudo de seguridad de Washington.

Biden se ha esforzado por proyectar una fachada de normalidad estadounidense, de previsibilidad en sus acciones y de calma al mundo, pero dada la enorme influencia de su antecesor sobre el Partido Republicano, los amigos y enemigos de EUA sin duda se están preguntando si es Biden, y no Trump o el trumpismo, el que demostrará ser la anomalía para las relaciones internacionales yendo hacia adelante. Es en este contexto que los aliados de EUA son sin duda su activo más importante. La presencia de Biden durante una semana de cumbres internacionales en suelo europeo tenía un solo propósito: reunir a la pandilla de viejos amigos para la inminente confrontación con China. El mensaje del mandatario estadounidense parece claro: mientras que Rusia representa una molestia, China encarna la verdadera amenaza sistémica y estratégica. Sin lugar a dudas, EUA está inmerso en una de las recalibraciones más importantes de su política exterior desde el fin de la Guerra Fría. Y si bien Washington está brutalmente polarizado en la mayoría de los temas de política pública, hay un consenso bipartidista, amplio y creciente en torno a la necesidad de repensar y reorientar la relación con China. Y es ése es el horizonte que las cumbres europeas de la semana pasada no pueden tapar.

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Escrito en: Editorial Arturo Sarukhan

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