Política es percepción. De hecho, muchas otras cosas también se edifican y construyen desde la percepción en esta aldea global donde con facilidad surgen aparentes liderazgos que, en ocasiones, ya sea por falta de sustancia y carencia de proyecto o visión a largo plazo, derivan.
En un mundo embelesado, aturdido ante la inmediatez, legiones son seducidas por el sonido de distintas flautas mágicas. El oropel y lo estridente venden, llaman la atención, generan conversación, pero a la larga pocas veces subsisten.
En las últimas semanas, transcurrido un proceso electoral que merece analizarse desde la justa medianía, distintos actores de la vida pública nacional han pretendido reescribir a conveniencia el resultado de los comicios, haciéndonos creer que solo existen dos visiones, irreconciliables entre sí.
Basándose en viejas prácticas que promueven la repetición de estribillos hasta hacerlos parecer verdad, cada bando ofrece su versión de los hechos, se regocija en falsos triunfalismos, promete el paraíso en la otra esquina, dícese instrumento de la historia. También quieren vendernos la idea de que una postura es mejor que la otra.
Parte del espectro político, en mayor o menor medida, abona y se beneficia de la polarización existente. Por ello, algunos promueven dicha polarización hasta el hartazgo y nos conducen a escenarios ríspidos, confrontados, en ruta de colisión, para mantenernos ocupados en lo insulso e intrascendente. Dichos actores buscan llegar al poder a toda costa, pero no nos dicen qué harán con él ni confiesan deseos y aspiraciones ocultas.
Steve Jobs afirmaba que a menudo mucha gente no sabe lo que quiere hasta que se lo enseñas. Si partimos de esa premisa, el saldo de la elección fue, precisamente, producto de haber visto con horror lo que nos mostraron y decidir que por ahí no va la cosa. Al votante promedio lo aturde y hastía la guerra simulada o real entre ambos bandos. Ocupado como está en lo importante, en sobrevivir, crecer y reinventarse en tiempos pospandémicos, el espectáculo público ha dejado de interesarle.
Aunque a menudo se subestima a los ciudadanos, la mayoría son capaces de tomar decisiones inteligentes y racionales. Hemos aprendido del error, sabemos que votar y elegir desde la esperanza, el miedo o creyendo que el simple hecho de hacerlo generará grandes cambios hoy no funciona.
Si bien la arena política busca que estemos confrontados, el voto ciudadano en 2021 eligió y repartió el pastel -gran botín para algunos- entre diversos actores y corrientes, representativos de la amplitud y dimensión que tiene México, no solo buscando generar mayores contrapesos al poder, sino como mandato que obliga a nuestros representantes a dignificar la política y regresar al origen de las cosas, a saber negociar.
Los votantes, estoy cierto, en el fondo se encuentran hastiados y actuaron en consecuencia, porque el país estará condenado al ostracismo si continúa festinando el pan y circo que a diario nos propinan, a modo de espectáculo con tufo a mediocridad, muchos de quienes participan en la esfera de lo público.
Las sociedades realmente exitosas transitan por la tercera vía, con la salvedad de que en México todavía no lo advertimos. Menos estridencia; resultados: a eso aspiramos.
Los extremos confrontados no nos sirven, señores. Eso les quisimos decir, ahí 2021 en resumidas cuentas. Todo lo demás, festinar triunfos de uno u otro bando, son conjeturas de quienes no han sabido estar a la altura del reto, llámense casi todos, desde neoliberales y conservadores hasta transformadores de ocasión.
Twitter @patoloquasto
