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Vacunar a todo el mundo

JUAN RAMÓN DE LA FUENTE

La gran lección por aprender de esta terrible pandemia es que, o nos decidimos en verdad a ser más solidarios o nos resignamos seguir administrando a medias nuestras crisis. De poco sirve que en los dichos prevalezca lo primero, si lo hechos lo desmienten cotidianamente. Pero si la esperanza es lo último que se pierde, entonces el anuncio reciente que se hizo en la reunión de siete de los países más poderosos del mundo (G-7), de donar mil millones de dosis vacunas para los países pobres, ha logrado mantenerla viva, al menos por ahora.

Los números en torno a la pandemia han sido inciertos desde el inicio. Se reconocen al menos 3.8 millones de muertes por COVID-19, pero la propia OMS admite que pueden ser dos o tres veces más que eso. Ahora la numeralia se concentra en las vacunas. Se estima que se han administrado 2,300 millones de dosis en el mundo, pero como el 75% de estas se han concentrado en tan sólo 10 países, y en muchos casos se requiere doble dosis para quedar inmunizado, una estimación objetiva nos lleva a pensar que no más 15% de la población mundial está actualmente protegida. Así que no hay que hacer cuentas alegres. Esto todavía va para largo.

La que sigue dando muestras de un vigor formidable es la ciencia. Ya hay ocho vacunas aprobadas, pero hay otras 93 en diversas etapas de investigación clínica. Muchas de ellas con buenas posibilidades de llegar al final de un camino que antes tardaba décadas en recorrerse y que ahora se logra en meses.

Por lo pronto, las vacunas han mostrado su eficacia aún ante nuevas variantes. La más preocupante es la identificada en la India, conocida como Delta. Es muy contagiosa: mató a más de seis mil personas en un solo día. También ha quedado claro que una sola dosis no confiere suficiente protección.

Conforme avanza la pandemia, también crece el número de niños y de jóvenes contagiados. Todo indica que la vacunación a partir de los 12 años no tendrá vuelta atrás. Al menos tres de las vacunas disponibles ya han mostrado su eficacia y su seguridad a partir de esta edad, y se empieza ya a vacunar -aunque en forma experimental- en etapas más tempranas de la vida.

Algunos expertos han reiterado su preocupación (razón no les falta) por la posible aparición de variantes que resulten resistentes a las vacunas y nos lleven a una regresión epidemiológica. Por eso urge vacunar a todo el mundo, y, cuanto antes, mejor.

La politización de las vacunas era inevitable. Frente a una contingencia sanitaria de estas dimensiones, el afán de lucro y de poder convirtieron a las vacunas en instrumentos de gran valor, en sentido estricto. Las potencias lo entendieron rápidamente y actuaron en consecuencia. México lo anticipó oportunamente. Fue el primero en alertar sobre estos riesgos (recuérdese la reunión del G-20 de marzo de 2020 y la resolución de la Asamblea General de la ONU un mes después), y en ejercer presión internacional para tratar de generar mecanismos de contención. Todo tiene una secuencia y el episodio más reciente (no será el último) es el anuncio de G-7.

El primero en capitalizar políticamente las vacunas fue China y, en menor escala, Rusia. Mientras que occidente (Estados Unidos y la Unión Europea) se concentraban en acaparar mercancía y lucrar con ella, China mandaba lotes de vacunas a precios muy bajos a varios países. Así, este país se abrió nuevos espacios, ganó simpatías y fortaleció alianzas. Su estrategia le resultó redituable. La nueva administración estadounidense se percató rápidamente del asunto y decidió enmendar el rumbo.

La primera señal sobre el tema del nuevo gobierno norteamericano fue refrendar su compromiso con la OMS tanto en lo político como en lo económico. Después vino un amago de su representación ante la Organización Mundial del Comercio, para suspender de forma transitoria los derechos de propiedad de las vacunas con el fin de facilitar su producción acelerada. Finalmente optaron por adquirir a precio preferencial 500 mil dosis de la vacuna Pfizer-BioNTech para donarla "sin compromisos", a través del mecanismo Covax, que coordina la OMS.

El anuncio se hizo poco antes de que el presidente Biden aterrizara en el Reino Unido para la reunión del G-7, que congregó además a Francia, Alemania, Italia, Japón y Canadá. Era el momento del grupo para contrarrestar a sus rivales, así que entre todos duplicaron la oferta. Así surgió el anuncio de las mil millones de dosis. Es claro que no se trata de un acto estrictamente solidario con los países más rezagados (20 países sólo han podido vacunar a menos del 1% de su población), sino de una respuesta a China y Rusia.

Durante el último día de la reunión del G-7, se invitó al Director General de la OMS a analizar otros temas relevantes relacionados con las pandemias. En particular, uno que va tomando fuerza: la conveniencia de crear un tratado internacional que contemple mecanismos más efectivos para futuras contingencias, compromisos específicos de los estados que lo suscriban, así como un radar global para la identificación oportuna de pandemias. Mientras tanto, para salir de esta que aún sigue cobrando muchas vidas, hay que tratar de vacunar a todo el mundo.

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