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México, normalizando el horror

JORGE RAMOS

En México hablar de muertes -muchas muertes- se ha convertido en algo normal. Muertes por los feminicidios. Muertes por la violencia del narcotráfico. Muertes por la pandemia. Y de pronto, de tanto oírlo, leerlo y repetirlo, la muerte ha ido perdiendo su horror y nos acostumbramos a tenerla cerca, demasiado cerca.

La regla debe ser la vida, no la muerte.

Cada cierto tiempo, me meto en las páginas oficiales del gobierno de México y reviso las cifras de los homicidios dolosos. Y los números son espeluznantes. Desde que Andrés Manuel López Obrador llegó a la presidencia, en diciembre de 2018, han sido asesinadas 83,405 personas en el país. De seguir así, su sexenio se convertirá en el más sangriento en la historia moderna de México.

Al ritmo en que van los asesinatos en el actual gobierno, rápidamente superará la violencia de los últimos dos sexenios. Durante el gobierno del expresidente Enrique Peña Nieto, con el mismo método de conteo, fueron asesinadas 125,508 personas. Con Felipe Calderón -quien en 2006 declaró la guerra contra el narco y utilizando una fuente distinta- hubo 121,683 asesinatos.

Pero AMLO parece estar viendo otros datos. O el vaso medio lleno. En su Mañanera del 21 de mayo reconoció que respecto a los asesinatos "hemos bajado muy poco [...] pero ya no subió la tendencia que había cuando tomamos el gobierno". Y luego dijo: "Esperamos seguir bajando. Este delito [homicidio doloso] está muy vinculado con la delincuencia organizada".

El problema es que la muerte se ha convertido en la constante. La estabilización a la que se refiere el presidente es de muertos. Y cuando matan a casi 3000 personas al mes en el país no puedes decir que la estrategia para combatir la violencia está funcionando. En esa misma conferencia de prensa se aseguró que había más de 99.000 miembros en la nueva Guardia Nacional. Buena idea. Malos resultados.

AMLO, por más que insista, ya no puede culpar a otros presidentes por los muertos durante su gobierno. Ya no. Está muy claro que la guerra contra el narco no comenzó con él, que hay exfuncionarios vinculados con la mafia de las drogas, que aún tienen un enorme poder para corromper y matar, y que hay partes de México -entre el 30 y el 35 por ciento del territorio, según el Comando Norte de Estados Unidos- donde no hay presencia del gobierno. Pero precisamente para eso lo eligieron los mexicanos: para que resuelva los problemas más graves del país.

Con este no ha podido.

Y tampoco con los feminicidios. De enero a abril de este año se reportaron, oficialmente, 318 asesinatos a mujeres debido a su género. Esta cifra es casi igual -319- que la del mismo periodo en 2020. Muy pocos de estos asesinatos se esclarecen y aún menos terminan en la cárcel los culpables. Pero no por esos fracasos de los impartidores de justicia en México debemos acostumbrarnos a que esto es lo normal.

Decía Octavio Paz en su Laberinto de la soledad que "la indiferencia del mexicano ante la muerte se nutre de su indiferencia ante la vida". Sus palabras, escritas a mediados del siglo pasado, se aplican perfectamente a este 2021. "La muerte mexicana es el espejo de la vida de los mexicanos. Ante ambas el mexicano se cierra, las ignora".

Ya no podemos seguir ignorando la muerte en México. No solo las de la violencia sino también las de la pandemia. Mientras que las cifras oficiales confirmadas por COVID-19 llegan a más de 221,000 fallecimiento, las muertes excesivas asociadas al coronavirus, en datos también del propio gobierno, sobrepasan las 337,000. ¿A cuál de las dos cifras le creemos? Basta decir que los encargados de las políticas públicas y de salud dentro del actual gobierno son responsables de los gravísimos errores que permitieron llegar a ese gigantesco número de muertes. Solo Estados Unidos, Brasil y la India reportan más defunciones por la pandemia que México.

México tiene elecciones el próximo 6 de junio para renovar el Congreso federal, gubernaturas y puestos locales en los estados. Por los asesinatos de decenas de candidatos, algunos analistas la han la han llamado una de las campañas electorales más sangrienta en la historia mexicana. El Estado tenía la obligación de proteger a los candidatos y falló. Y estas votaciones serán, como casi todas, un referendo sobre el presidente López Obrador.

Entiendo que AMLO sigue gozando de mucha popularidad, el 61 por ciento, según una encuesta reciente de Consulta Mitofsky. Su lucha contra la corrupción -y su fiera oposición a los regímenes que saquearon al país y fueron responsables de fraudes y matanzas durante décadas- tiene el apoyo de millones de mexicanos. Es, sin duda, un cambio. Pero la pregunta es si lo seguirán apoyando quienes votaron por él en 2018. AMLO y su partido, Morena, serán juzgados, más que por su oposición al pasado, por su manejo actual de la violencia, la pandemia y la economía.

A la larga, todos los gobiernos son juzgados por sus resultados y no por los mitos que crean a su alrededor. Y respecto a los muertos en México, no hay resultados. Hemos normalizado el horror.

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Escrito en: Editorial Jorge Ramos

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