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Un statu quo que se quiebra

ARTURO SARUKHÁN

En 2001, el recién llegado embajador israelí en México me visitó en la SRE cuando me desempeñaba como coordinador general de asesores. Lacónico, se refirió al socorrido dicho atribuido a Porfirio Díaz, afirmando que quizá para Israel, la ecuación era algo más vital: pobre Israel, tan cerca de dios y tan lejos de los Estados Unidos, sentenció. Viendo lo que ocurre hoy en EUA y evaluando muchos de los saldos del conflicto entre Israel y Hamas que se detuvo el viernes pasado con un cese al fuego, esa conversación bien podría haber anticipado el reacomodo tectónico sutil, pero relevante sobre la manera en la cual Washington encara la conflagración en Medio Oriente.

El choque en Gaza se produjo en momentos en los cuales Joe Biden y Benjamín Netanyahu buscan definir los contornos de su relación. Su primera llamada fue postergada por Biden en un mensaje nada sutil y palmario a su homólogo israelí después de las elecciones y en el contexto de la relación de éste con Trump. Pero más allá de las dinámicas personales, el choque entre Hamas e Israel ha expuesto y exacerbado las vulnerabilidades del país ante la opinión pública estadounidense. En esta capital, Israel ya es ahora un tema tan partidista que se ha convertido en un tercer riel más de la polarización política nacional. Por un lado, el GOP le ha hecho un flaco favor a Israel. Sus actitudes han cambiado drásticamente con la derechización del partido, como lo demostraron las políticas antipalestinas y a favor de los asentamientos en territorios ocupados que impulsó Trump. Con el peso evangélico y una pequeña pero vocal derecha judía religiosa en el GOP, muchos Republicanos ahora apoyan abiertamente la creación de un Israel "más grande" y se oponen a cualquier Estado palestino genuinamente independiente. Y más de una década de implacable alineamiento de Netanyahu con el GOP ha sido determinante para convertir a Israel, y por ende a Palestina, en un tema de corte partidista. Entre los Demócratas, Biden corría el riesgo de alienar a los críticos cada vez más vocales del gobierno de Netanyahu en el ala progresista del partido. De manera más ominosa para Netanyahu, pero también para Israel a futuro, segmentos relevantes de opinión pública estadounidense están encuadrando este nuevo rebrote de hostilidades en una narrativa de justicia racial. No menos sorprendente que Alexandria Ocasio-Cortez calificara a Israel de ser un "Estado apartheid", fue la decisión de legisladores Demócratas proisraelíes al detener la transferencia de un envío de armas y tecnología a Israel. Entre Demócratas jóvenes, los palestinos son ahora comparados de forma rutinaria con los afroamericanos bajo la segregación Jim Crow en el sur de Estados Unidos y a Israel con la antigua Sudáfrica.

Biden y los Demócratas parecen estar mandando una señal inequívoca: al igual que con las bicicletas, no se puede pedalear hacia atrás con el conflicto palestino-israelí. Y por si fuera poco, este EUA polarizado y cambiante que ha revelado la última crisis en Gaza no se yergue como buena noticia para Tel Aviv; debiera ser un llamado de atención para Israel y para quienes apoyamos un Estado israelí democrático, plural, secular e incluyente que honre sus valores fundacionales y que a la vez sea capaz de garantizar su seguridad y la de sus ciudadanos. De no encarar este realineamiento en Washington, Israel podría quedar aún más lejos de Estados Unidos.

Consultor internacional.

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