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Eutanasia: un mal necesario

ÉDGAR ELÍAS AZAR

En tiempos de COVID se vuelve significativa la decisión del parlamento español en aprobar una ley que regule la eutanasia. Es el quinto país en el mundo en regular la eutanasia activa, junto con los vanguardistas del liberalismo como Holanda, Bélgica, Luxemburgo y Canadá. Vaya lección al liberalismo del mundo, vaya lección para las izquierdas de la modernidad.

El COVID nos ha enseñado muchas cosas y nos ha hecho valorar muchas otras: la amistad, la familia, los amigos, los encuentros, los abrazos, la compañía. La muerte nos rodea. Siempre lo ha hecho, pero ahora se ha hecho más presente, más palpable, más cercana. Miramos a otro lado. Nos arropamos en esa ignorancia querida de quien ve a otro lado esperando que aquello que ya no ve, desaparezca. Como si nuestra mirada destruyera la realidad y ésta se pudiera desvanecer por voluntad propia.

Pero hay quienes deciden no esperar la muerte y prefieren anticiparla. Quien toma la decisión de morir, es porque la vida ha dejado de tener algún valor. Porque considera que no tiene ya ningún sentido permanecer en ella.

Dejarnos morir como nosotros deseamos y cuando nosotros deseamos, cuando la vida se vuelve invivible, es la máxima prerrogativa de la libertad. Es la expresión más amplia que puede desarrollar la autonomía personal. Es la última gran decisión que una persona libre y autónoma podría llegar a tomar.

Los argumentos en contra, España no fue la excepción, es que la vida es demasiado valiosa como para permitir que la gente se la quite legalmente.

Quien sufre de una enfermedad terminal, que le causa constante dolor o impedimentos serios para desarrollarse como persona, como ser humano, tiene toda la libertad de poner en la balanza de su existencia el valor que tiene esa vida que está viviendo. No sólo el hecho de pensarse a sí mismo como un lastre, sino la incapacidad absoluta para desarrollar la vida que uno soñó con vivir.

De qué vale la autonomía personal, de qué vale valorar la vida, si, en todo caso, hay un Estado que me dicta qué debo pensar sobre ella y me dice cuánto debo valorarla. Todos debemos tener el beneficio de la duda de que valoramos la vida como se debe, como el summum bonum que es. Y que, si alguien decide quitársela, es porque ha perdido ese valor para él.

Dejemos que las personas sean libres para decidir sus vidas. Pero, sobre todo, que sean libres para decidir cómo vivirla, aunque eso implique dejar de hacerlo. ¿Y México para cuándo?

Magistrado en el PJCDMX

Exembajador de México ante los Países Bajos

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