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JULIO FAESLER

Son famosos los senadores del Congreso norteamericano por hacer suyo un ardid que los antiguos romanos usaron cuando alguno se proponía impedir la aprobación de alguna ley. Sus discursos se tornaban interminables. Con la caída de la noche debía cerrarse la sesión y así se lograba el objetivo.

Con el tiempo la táctica se hizo maña parlamentaria para interceptar un proceso con discursos interminables, agotar los tiempos legislativos disponibles y con ello derrotar la propuesta. Los políticos saben que arrollar al enemigo con torrentes oratorios interminables aleja todo peligro.

Nuestro presidente desde sus primeros años de líder pronto se volvió experto en usar esa táctica en sus debates. Los discursos exageradamente largos con repetición de unos pocos asuntos como método para concentrar la atención del público han servido a personajes de todos los tiempos.

El método no es extraño para nuestros hermanos latinoamericanos. Diversas sesiones de la Asamblea General de NN. UU. registraron casos como el del 26 de septiembre de 1960 en que Fidel Castro habló 269 minutos; 140 minutos del 23 de septiembre de 1960, Nikita Khrushchev; Muamar el Gadafi habló 96 minutos el 23 de septiembre de 2009; y 7 horas Krishna Menon, ministro de la Defensa de la India en 1957. No se queda atrás Narendra Modi, primer ministro de la India que el pasado 15 de agosto de 2015 habló 90 minutos desde el histórico Fuerte Rojo para celebrar el Día de la Independencia.

El estilo de AMLO, aunque no original, sirve para detener el tiempo y quitárselo a sus contrarios. Las diarias "mañaneras" tienen por antecedente el "Aló Presidente" que Hugo Chávez, de Venezuela, hizo costumbre para infundir al pueblo los principios de la revolución bolivariana. En su programa nacionalmente difundido Chávez combinaba noticias, comentarios, recetas de vida, canciones y hasta chistes que sazonaban con sal y pimienta sus peroratas. El humor del líder venezolano no perdonó ni a la Asamblea de NN. UU. cuando sacudió el podio al llegar explicando que el orador anterior, el presidente norteamericano, se lo había dejado oliendo a azufre.

Los que hemos sintonizado las conferencias mañaneras, la acompasada tanda que se escenifica en la bella sala de la Tesorería de la Secretaría de Hacienda, en la planta baja del Palacio Nacional, vecina a la escalinata de Diego Rivera, hemos aguantado la prolongada sesión verbosa que las constituye. La elegante ebanistería enmarca la cernida camada de reporteros que lanzan preguntas a AMLO, muchas de ellas de simple "lucimiento".

A las preguntas más simples, las respuestas presidenciales suelen ser ocasión para un máximo posible de explicaciones rutinarias repartidas en largos periodos homéricos que ocupan todo el tiempo posible que, naturalmente, atrasa la oportunidad para las siguientes preguntas de su cautivo público.

Poco sintético, son interminables las alocuciones que una y otra vez ahondan un tema ya explicado mil veces. En preguntas más difíciles, las que tocan intencionadamente asuntos momentáneamente en las lumbreras de los comunicadores del aire, tierra o mares, y en las que siente que van contra sus decisiones o de los proyectos controvertidos, AMLO se siente en su mejor momento de líder y maestro de la nación.

Su respuesta evitará el asunto planteado y la atención se desviará hacia cualquier asunto que el presidente quiera enlazar siempre con la interminable disquisición sobre las perversidades de los neoliberales, adversarios, fifís hipócritas, corruptos y traicioneros, neoliberales que por décadas se dedicaron a despojar al pueblo sabio y al que siguen explotando mientras entregan al extranjero los recursos del país llevando a las ruinas al potencial de las estructuras nacionales que la Cuarta Transformación ahora reconstruye y limpia siempre guiada por el Código Moral que dicta austeridad y espíritu de servicio…

El discurso sigue: las cosas ya no son iguales, no, se ha acabado la corrupción y los que han tenido que verse obligados a pagar sus impuestos eludidos son los adversarios que quieren que regresen aquellos buenos tiempos. Los intereses extranjeros son defendidos por abogados traidores.

Recientemente en las "mañaneras" algunos periodistas se han portado menos amables, más abiertos y directos. Las respuestas han sido más oblicuas y de necesidad más evasiva. Asoman asuntos como el de la suerte del avión presidencial y los premios no entregados de su rifa, la suerte de los fideicomisos que sí hay que respetar, los insustituibles servicios de guarderías infantiles, las revelaciones incómodas de la "equivocada" Auditoría Superior de la Cámara de Diputados, los contrasentidos de Dos Bocas, la seguridad en sitios de violencias sin control, el respeto a las mujeres, y muchos etcéteras más...

Ayer AMLO despejó una incógnita. Dijo que no tiene intención de reelegirse. Tiene razón, le faltan todavía tres años completos para terminar su sexenio. No deja de ser arduo presidir a las 06:00 horas sesiones del consejo de seguridad para luego seguir a las 07:30 con la "mañanera". Solo de imaginarse otros seis, cuando ya tendrá 70 años, es una perspectiva que solo con decirlo cansa. Esta semana dijo que habrá gente de pensamiento que lo suceda.

Para ser inmortal no tiene uno que ser eterno. La virtud y la moralidad es la bandera, y a la Virgen de Guadalupe la acompaña Benito Juárez…

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