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Descendió a los infiernos…

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LUIS F. SALAZAR WOOLFOLK

La visita del papa Francisco a Irak realizada el pasado fin de semana, es un esfuerzo pastoral y diplomático por preservar la vida y la integridad de los cristianos en el Medio Oriente y por ende, la presencia de la Iglesia de Cristo en esa región del mundo, asolada por los extremismos y la intolerancia política y religiosa.

Como es del conocimiento del público, Irak ha sido escenario de guerra desde que el dictador de ese país, Sadam Hussein, invadió Kuwait, lo que generó la intervención de una coalición encabezada por los Estados Unidos y otros países de occidente, entre los que destacan Inglaterra y España, y emprendieron las llamadas Guerras del Golfo. La primera de tales guerras (1990-1991) fue iniciada con el objeto de liberar a Kuwait de la invasión iraquí, y la segunda (2004-2011) para derrocar al régimen de Hussein bajo el argumento y la sospecha, de que dicho personaje estaba fabricando armas de destrucción masiva, para realizar una guerra de expansión en contra de otros países de la región.

La caída del régimen de Hussein, lejos de abrir la puerta a una solución del conflicto en Oriente Medio lo recrudeció, en virtud de que las fuerzas extremistas del Islam que predican la Yihad o Guerra Santa, que estuvieron contenidas durante décadas por un sistema autoritario y laico, que mantenía el orden en el mosaico de razas y confesiones religiosas que componen la identidad plural de la comunidad iraquí, salieron de control generando el llamado Isis o Estado Islámico, entidad política de facto que sentó sus reales en una parte del territorio de Irak y de Siria hasta febrero de 2019, en que un nuevo curso de la guerra destruyó al Estado Islámico, acabando con los sueños de un Califato Islámico en la región.

En tal escenario y ante las expectativas de un período de pacificación creciente en el futuro inmediato, el Papa visita Irak con el propósito pastoral de acompañar a los católicos de ese país denominados Cristianos Caldeos, los cuales se encuentran aglutinados en una iglesia regional de derecho propio, que celebra la Eucaristía mediante un rito especial expresado en idioma arameo, el mismo con el que Jesucristo hablaba a las multitudes que lo seguían en Palestina hace dos mil años, y constituye una comunidad unida a la Iglesia de Roma en virtud de un estatuto especial, como ocurre con otras veintitrés iglesias más, llamadas en forma genérica Iglesias Orientales.

El papa Francisco asumió el viaje como un deber hacia los mártires de esa poción perseguida de su grey, arrostrando riesgos a su salud y a su integridad personal, cuya gravedad es fácil imaginar; fue recibido por el presidente iraquí Barham Saleh, musulmán piadoso de etnia kurda, quién lucha por el retorno de los cientos de miles de cristianos que han huido de Irak, a los que en su discurso de bienvenida al pontífice, se refirió como "la sal de nuestro país…". En el año de 2003 cuando inició la segunda incursión encabezada por Estados Unidos, vivían en Irak un millón quinientos mil Cristianos Caldeos, que se han visto reducidos a sólo doscientos cincuenta mil, con motivo de una emigración masiva provocada por la persecución, hacia países como Estados Unidos, Canadá y Nueva Zelanda.

En la matanza perpetrada por los extremistas del Estado Islámico, no solo fueron perseguidos o martirizados por causa de su religión los cristianos, sino incluso musulmanes como ocurrió con la comunidad yazidí, que padeció atrocidades que exceden a las sufridas por el resto de las confesiones religiosas locales, a cuyas víctimas rindió homenaje el papa Francisco. El reclamo por la paz realizado en conjunto por el papa visitante y sus anfitriones rebasa el terreno diplomático, y constituye una forma de plegaria interreligiosa a la que debemos unirnos, porque hermana a los protagonistas en el infortunio, el sufrimiento y la tragedia.

En este horizonte de esperanza, asoman elementos negativos que indican que aún existen obstáculos en el camino hacia la paz, que de manera especial se manifiestan en la presencia de milicias promovidas desde Irán, lo que revela a este último país como el mayor peligro para la paz en esa región del planeta. No cabe duda que en este viaje el Papa Francisco descendió a los infiernos, a predicar la Buena Nueva desde el corazón de un país que está en busca de una vida digna e independiente, de acuerdo a su identidad plural étnica y religiosa.

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