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Imaginar la gloria

ÉDGAR SALINAS URIBE

En "Balón dividido", Juan Villoro, a propósito de futbol, dice algo como que, en México, solo nos queda "imaginar la gloria". De botepronto, la frase me parece suficientemente provocadora y amplia no solo para usarla cuando se trata de las emociones futboleras sino, más triste, de esa gloria postergada por siglos para la población mexicana y que podríamos resumir en palabras como desarrollo, bienestar o prosperidad.

El triunfo colectivo, prácticamente en todos los ámbitos sociales, ha sido un ave rara en nuestro país. Tan extraño ha sido obtener la gloria que hemos encontrado formas de asimilar el fracaso hasta convertirlo en pretexto adecuado, como si necesitáramos uno, para inventar fiestas donde otros pueblos sólo encuentran enojo o desazón. En México decimos que, para todo mal, mezcal, y para todo bien, también. Esa frase aplica a la costumbre muy socorrida en los campos llaneros donde el equipo que pierde suele beber su derrota con cerveza y el equipo que gana cata su triunfo también con cerveza. Al cíclico fracaso se le vence con borracheras efímeras y al triunfo se le modera con la somnolencia gradual del alcohol en la sangre. La gloria, como estado más o menos permanente, solo nos queda imaginarla. También de manera cíclica sacamos ánimos para imaginar la gloria. Y al grito de "imaginemos cosas chingonas", como arengó alguna vez el Chicharito Hernández, nos lanzamos a la enésima conquista de la gloria escurridiza.

En el ámbito de la política ha ocurrido lo mismo. Imaginamos la gloria en el noventa y cuatro y duró lo que tardó en amanecer el primero de enero del mismo año y en llegar uno de los diciembres más fríos que ha padecido el país. A ese mes se le achacó un famoso error como si el calendario fuese dueño de una voluntad que sólo le era propia a los gobernantes en turno. Se volvió a imaginar la gloria en el dos mil. México dejaba atrás, se decía, una historia de partido único. El nuevo milenio nos abría sus puertas mientras marchábamos con júbilo montando el corcel del triunfo de una oposición que arrasó en las urnas prometiendo una nueva historia nacional. Doce años después la mayoría en las urnas volvió la vista atrás y como si se cantara a coro aquella de "un viejo amor, de nuestra alma sí se aleja, pero nunca dice adiós", se volvió a imaginar la gloria de "mover a México". Seis años más tarde, con un hartazgo mayoritario particularmente ante la corrupción, el país se dio otra oportunidad de volver a imaginar la gloria, ahora por un camino alterno.

A diferencia de lo que ocurre después de haber perdido un partido de futbol cuya derrota se remonta en el convite posterior, las derrotas colectivas al final de los sexenios son mucho más complejas y difíciles de superar. Cabe aquí mismo la pregunta acerca de dónde nos nace esta capacidad permanente de imaginar la gloria pese a uno y otro revés histórico, ¿Será acaso porque solo imaginar no basta?

Y no aprendemos: el año pasado se imaginó la gloria de contar con una gestión que sería ejemplo mundial de cómo se doma una pandemia y no ocurrió. Había muchos indicios, entre ellos la ausencia de un plan colegiado, de que otro fracaso acechaba, pero por meses la imaginación se desató. Otra vez, la realidad venció por goliza. Luego comenzó a fraguarse la idea de que la vacunación sería otro cantar y se imaginaron hasta millonarias compras de dosis de vacunas y se dijo que la generosidad era tal que hasta se compartían algunos cientos de miles con países aún más necesitados. Nuevamente la realidad ha evidenciado que esta gloria imaginada era tan efímera como tantas otras.

En el futbol hay múltiples ejemplos de naciones que no se contentan con imaginar ni la gloria ni cosas chingonas. Hacen cosas para que ocurran. Suelen pensar planes y buscan ejecutarlos de la mejor manera. Establecen objetivos, distribuyen tareas, enfocan esfuerzos, conforman equipos, crean procesos, respetan límites, evalúan, buscan mejoras. En un ámbito de gestión gubernamental a eso se le llama crear y fortalecer instituciones.

@EdgarSalinasU

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Escrito en: editorial Edgar Salinas Uribe

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