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Dinocracia y centenario de El Siglo de Torreón

ÉDGAR SALINAS URIBE

"Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí", escribió Augusto Monterroso para firmar así el cuento más corto a la fecha. La brevedad del relato contrasta con la abundancia de interpretaciones acumuladas. Una de las más comunes es suponer el terror que invadió al personaje debido a la presencia del enorme animal y cuya especie, dicho sea de paso, desapareció de la tierra hace millones de años. Precisamente esa condición de seres remotos ha sido ocasión para que la picaresca política califique como dinosaurio a todo político de vetusta carrera. Numerosos son en México los ejemplos de políticos cuya trayectoria hunde sus raíces en épocas que, por rancias, nuestra memoria las recuerda en blanco y negro.

Si bien la condición de antigüedad es la característica más evidente al asociar esa especie a los políticos dominantes en el espectro público del país, el calificativo también ha sido utilizado para referirse a prácticas políticas autoritarias, facciosas, opacas y alejadas de las condiciones socioculturales actuales. Es probable que de haber dinosaurios reales nos reclamaran el uso peyorativo del nombre de su especie para referirnos a aquellos que en la política no son precisamente los mejores ejemplos de virtud pública. Es algo que seguramente secundarían los cerdos, burros, orangutanes y demás animales a quienes se les ha adjudicado como propias lo que no son sino conductas emanadas de la voluntad de otra especie animal: el humano.

Sin ahondar en los pertinentes reclamos de esas especies, regreso al uso que la picaresca política mexicana ha hecho del término dinosaurio dado que, si jugamos un poco con la raíz de la palabra, podemos conformar otra, la dinocracia. Y no, no se trata del gobierno de los dinosaurios que conocemos, sino algo aún peor por las consecuencias tanto inmediatas como de largo alcance. El prefijo dino, en la palabra dinosaurio, viene de una que en griego significa terrible. Considerando ello, hilvanemos lúdicamente: si en lugar del sufijo saurio (lagarto) utilizamos cratos (gobierno), tenemos la palabra para designar a un gobierno terrible: dinocracia.

En el pensamiento clásico, se decía que la democracia (gobierno orientado por virtudes) se pervertía al reducirla a mera demagogia (gobierno basado en vicios). Dos mil años le han costado a la humanidad, con mucha sangre de por medio, conformar a la democracia, sustentada en el ejercicio ciudadano libre, como la mejor forma de gobierno, o la peor, con excepción de todas las demás, si se prefiere la acotación de Churchill. No es secreto que esta forma de gobierno hoy cuenta con un descrédito generalizado. México figura entre los países donde la democracia posee porcentajes cada vez más bajos de apoyo. La mala percepción sobre la democracia no necesariamente obedece al fundamento de esa forma de organización de lo público sino a la dinocracia: a los terribles gobiernos emanados incluso de procesos que pueden calificar de democráticos. La pereza mental que dificulta distinguir entre una y otra equivale a echar la culpa del mal sabor del caldo al plato.

La dinocracia es una amenaza permanente no solo para los bienes públicos, los que dilapida, descuida o degrada, sino para la democracia misma pues, como es visto, se le endilga a ella un descrédito que en realidad correspondería a la incapacidad operativa de quienes gobiernan. Es un riesgo para el ideal democrático también porque la pésima conducción del gobierno suele aparejarse con demagogia y propaganda.

Pero la dinocracia no es territorio exclusivo del gobernante. Su existencia además obedece al escaso ejercicio ciudadano. De manera que cuando se señala, ya sea con humor o acidez, la manifestación de un gobierno dinocrático, se muestra también la carencia cívica de una ciudadanía degradada. Por eso los mejores ejemplos opositores ante la dinocracia no suelen ser los partidos electoralmente opositores, sino los ejercicios en defensa de la ciudadanía, a veces masivos y en otras no, como los movimientos de las mujeres o las comunidades científicas, por citar dos de los ejemplos más influyentes en la actualidad.

En este contexto, felicito a El Siglo de Torreón por sus 99 años cumplidos y el inicio de su centenario: los medios que con seriedad y profesionalismo asumen su condición, son imprescindibles en las sociedades democráticas y en el desvelamiento de las dinocracias: ¡Enhorabuena!.

@EdgarSalinasU

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Escrito en: editorial Edgar Salinas Uribe

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