Columnas Social

CONTRALUZ

NARCISO EN EL DESIERTO

MARÍA DEL CARMEN MAQUEO GARZA

En derredor nuestro ocurren fenómenos difíciles de explicar. Conductas sociales a manera de una gran madeja a la cual no encontramos el inicio como para desovillar. No quiero ni imaginar cuántos nuevos casos de COVID tendremos en un período de 5 a 15 días después del Día de la Candelaria, cuando muchos mexicanos habrán organizado una "fiesta pequeña, nada más con la familia", que al paso de los días resulta en múltiples contagios.

En búsqueda de entender lo que sucede, recurro a mis autores de cabecera, esos amigos maravillosos que están ahí esperando a que yo los procure, para obsequiarme con palabras iluminadoras, conceptos que ponen las cosas en orden, y finalmente una inyección de esperanza que me anima a no desistir en cuidarme, proteger a mi familia e invitar a otros a no bajar la guardia.

Ahora tocó a Gilles Lipovetsky, filósofo y educador francés cuyos libros me resultan siempre enriquecedores. Tal vez su obra más conocida sea "La era del vacío", publicada originalmente en 1983 y que cobra particular vigencia en estos tiempos, cuando no logramos abarcar hechos como los arriba mencionados: Personajes que emprenden conductas de elevado riesgo, en particular en países como México, donde no existe la aplicación de normas para el uso de mascarilla, dejando al individuo la decisión de portarla o no, asunto que nos viene cobrando la factura en la moneda más costosa: La salud.

Imagino a Lipovetsky como el gran observador del ser humano, que se sienta en un rincón, buscando pasar desapercibido, para observar desde el silencio el comportamiento de individuos y grupos, antes de aventurar algunas hipótesis que luego va desarrollando. Para cuando se sienta a escribir sobre un tema, ya ha visto pasar frente a sus ojos multitudes enteras, en diversas circunstancias o momentos, y es capaz de formular una idea de validez universal. "La era del vacío" es un ensayo fundamental para entender el origen del narcisismo y la indiferencia social de los tiempos postmodernos. Lleva a entender en buena medida las conductas de riesgo en la pandemia, a las que me refería líneas arriba. El filósofo es tan acucioso en sus descripciones, que nos hace ver con los ojos de la imaginación al joven frente a una pantalla, sintiendo que camina por un desierto existencial en el que, a kilómetros a la redonda, no ve otra cosa que arena. Se han pulverizado los rígidos valores de sus padres; se han pulverizado las instituciones, y de repente él no halla un asidero del cual sostenerse cuando llega la tormenta de arena, y amenaza con levantarlo para hacerlo rodar sin parar, como solitario salicor por la yerma extensión inacabable. Lipovetsky ha llamado a esta soledad impuesta desde dentro de nosotros mismos, la cara salvaje de la individuación.

En el joven que nos describe hay tal sensación de aislamiento, que sale en búsqueda de identidad. La sociedad del otro lado de la pantalla es inclusiva, tanto así, que puede ser aceptado en cualquier grupo, pero a la vez no siente esa etiqueta de pertenencia con ninguno de ellos. Puedes ser cristiano o musulmán; ateo o panteísta; de izquierda o de derecha; racista o antirracista. Puedes amar u odiar el rock pesado; reunirte para cantar boleros cada noche, o escuchar a Chopin todos los viernes. Lo que tal vez era limitado en la esfera real, ahora es totalmente accesible en la virtual. Todo es cuestión de buscar para reunirnos con quienes comparten algo similar a lo nuestro. Las redes sociales facilitan el encuentro con iguales y la formación de tribus. Nos evita la incomodidad de discutir con quienes piensan distinto, aunque, si finalmente nos enfrentamos con ellos, lo hacemos con furia.

Bien dice Lipovetsky (cito): "Aquí, como en otras partes, el desierto crece." El principio de una relación está a un clic para acceder a ella; zanja distancia y ahorra tiempo. A la vez se corre el riesgo de estar desnudando el alma frente a alguien que en la vida real no existe. A partir de ese narcisismo al que nos remite el filósofo con insistencia, la pantalla como espejo, muestra lo que queremos ver. En las interacciones con otros modulamos la conciencia del "yo", en la medida en que nos sintamos aceptados o rechazados. Condición que en lo personal hallo muy riesgosa para el grupo adolescente, que basará parte de su proceso de definición secundaria, en las variopintas reacciones virtuales que su imagen provoque.

Lo que más admiro de Lipovetsky es su insistencia en que los programas escolares incluyan materias extracurriculares que refuercen la autoestima, trabajando la individuación de cada alumno. De este modo se consigue desarrollar la autoestima, y, por consiguiente, generar desde dentro ese necesario sentimiento de pertenencia colectiva y solidaridad.

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