Columnas la Laguna

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

“Quiero 20 condones” -pidió Jactancio en la farmacia, la única que había en el pueblo. El encargado fue a buscar los preservativos. Regresó y le dijo al cliente: “Tendrá que disculparme. Sólo encontré 15”. “Está bien, dámelos -replicó Jactancio con disgusto-. Pero me vas a echar a perder el fin de semana”. El inspector escolar era pedante, vanidoso, pagado de sí mismo. Les hablaba de usted a los chamacos y se dirigía a ellos con estudiado laconismo. Le dijo a Pepito: “Pase a pizarra”. El chiquillo fue al pizarrón. “Tome tiza”. El niño cogió un gis. “Anote”. Pepito dibujó un gran círculo. (No le entendí). Don Wormilio, el marido de doña Gorgona, vio en el periódico el retrato de bodas de unos novios. Le comentó a su esposa: “No me explico por qué hay tipos feos, pendejos y antipáticos que se casan con mujeres hermosas, inteligentes y simpáticas”. “¡Ay, Wormi! -exclamó con emoción doña Gorgona-. ¡Ése es el piropo más bonito que me has dicho en todo el tiempo que llevamos de casados!”. ¿Cuáles son las tres palabras que más teme oír un hombre cuando está haciendo el amor? Esas palabras son: “Ya llegué, vieja”. Doña Soleta andaba siempre desasosegada, en permanente estado de intranquilidad. No dormía bien por las noches, y en el día era incapaz de contener su agitación. Preocupada, acudió a la consulta de un especialista en desórdenes nerviosos. En el curso del interrogatorio clínico el facultativo se enteró de que la paciente, mujer casada, era desatendida por su consorte en lo atinente a la relación matrimonial. Habló con el hombre y le dijo. “Su esposa necesita tener sexo por lo menos diez veces al mes”. Solicitó con voz débil el señor: “A mí apúnteme con una, y eso sin compromiso”. Un sujeto llegó a la oficina donde trabajaba. Traía el pelo todo trasquilado, con peladuras en el copete y el cogote y mechones tijereteados en las sienes. Sus compañeros le preguntaron, asombrados: “¿Por qué traes así el cabello, como si te lo hubieran macheteado?”. Respondió, mohíno, el individuo: “Permítanme darles un consejo. Jamás hablen mal de López Obrador cuando les esté cortando el pelo un peluquero partidario de la 4T”. En efecto, AMLO tiene innumerables seguidores, muchos de ellos tan incondicionales que llegan hasta el fanatismo. Dos noticias tenemos estos días acerca del Presidente, una buena, la otra mala. La buena es que López Obrador está recuperando rápidamente la salud. La mala es que se dispone ya a seguir con sus conferencias mañaneras, principal actividad de su gobierno. Desde hace mucho tiempo dejé de ver esas comparecencias. Ya no las miro ni siquiera por obligación profesional. Me parecen un sainete, una farsa en la cual participan entes que se dicen periodistas y que son en verdad paleros a sueldo, patiños que le hacen al tabasqueño preguntas previamente acordadas para que las responda a su conveniencia, y que entreveran sus cómodas interrogantes con melosas expresiones de adulación al Presidente. Patético es ese espectáculo que cada vez engaña a menos gente y que ha sido criticado incluso por personas que antes mostraron adhesión a AMLO y que ahora han de estar arrepentidas de su error, si es que guardan una mínima dosis de honestidad con ellas mismas. Por un lado celebro que el Presidente haya librado bien la amenaza del coronavirus; por el otro lamento que vuelva a ese foro donde campea la ficción -para no usar el término “mentira”-, y donde se presenta cada día una realidad que sólo existe en la mente de quien la dibuja. No digo más, porque estoy muy encaboronado. Sólo añado una declaración en forma de copla popular: “El iluso desespera / porque no ve lo que ve, / sino lo que ver quisiera”. FIN.

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