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Aborto por decreto

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LUIS F. SALAZAR WOOLFOLK

Entre las primeras medidas tomadas por el presidente Joe Biden desde su arribo a la Casa Blanca, se encuentra la firma de un decreto que vincula la ayuda económica internacional de los Estados Unidos a los países pobres, con la promoción del aborto como política demográfica para reducir la población en el planeta (El Siglo de Torreón, 29 de enero de 2021). La medida ha provocado el repudio de los grupos pro vida que luchan por la dignidad y el valor intrínseco del derecho a la vida de cada ser humano y el aplauso de los defensores e impulsores de las políticas públicas que promueven el aborto.

Las teorías obsesionadas con reducir la población por todos los medios, surgen de las ideas de Thomas Malthus, economista inglés (1766-1834) que anuncia una catástrofe mundial porque a su decir, la población crece en proporción geométrica, mientras los recursos para la subsistencia crecen en proporción aritmética. La experiencia y la historia han desmentido a Malthus, en base al desarrollo humano y tecnológico de los últimos doscientos años, aplicado a los medios de producción, así como la división y especialización del trabajo y el aumento exponencial del capital de inversión.

Por supuesto que la solución a los problemas que plantea el crecimiento de la población, depende en mucho de políticas públicas que promuevan el respeto a la dignidad de la persona y la solidaridad con los más pobres, y reduzcan las brechas entre clases sociales, fomentando la educación en todas las áreas del conocimiento, incluida la educación sexual, como principio básico integrador. En lugar de luchar por una sociedad más justa y mejor educada, existe una tendencia mundial que en aras del control político, propone el atajo o "camino fácil" de reducir la población por cualquier medio, incluido el exterminio programado y sistemático que pesa de manera especial, sobre los seres humanos más vulnerables.

En las últimas décadas, la promoción del aborto corre asociada a un feminismo radical, que enarbola el pretendido derecho humano de la mujer a disponer de su cuerpo, llevado al extremo de justificar el aborto, en contra del derecho humano a la vida, que corresponde al hijo en formación en el vientre de su madre. Este falso debate ha ido minando las defensas de la sociedad frente a las políticas públicas neo malthusianas, que promueven los poderes imperiales en todo el mundo, con excepción de la Rusia de Vladimir Putin, que mantiene una política de respeto al crecimiento natural de la población.

Para desactivar la dialéctica criminal que opone los derechos de madre e hijo entre sí, treinta y dos países de la Organización de Naciones Unidas (ONU) firmaron el año pasado la Declaración de Consenso de Ginebra, que propone la protección de la vida humana desde la concepción, y plantea la soberanía de cada país, frente a las políticas globales promotoras del aborto. La Declaración se compromete a garantizar a las mujeres y niñas del planeta el pleno goce de sus derechos humanos y la igualdad de oportunidades en todos los niveles de la vida política, social y económica, así como a garantizar su acceso a los sistemas de salud y en particular, en materia de salud sexual y reproductiva.

En el caso de los Estados Unidos, existe una política pendular iniciada el siglo pasado desde tiempos de Ronald Reagan, que muestra que los gobiernos emanados del Partido Republicano suelen apoyar las políticas pro vida, lo que implica que la ayuda económica a los países pobres, no esté condicionada a la aplicación de políticas reductoras de la población. Los gobiernos surgidos del Partido Demócrata en cambio, vinculan la ayuda económica internacional a la promoción del aborto, como ocurre en el caso de Joe Biden, al que sus admiradores lo perciben en el discurso como cristiano de confesión católica, cuando los hechos dicen otra cosa.

El aborto como política demográfica es el tema más importante que debate la humanidad hoy día, porque es cuestión de vida o muerte; se trata de una cuestión cultural, antropológica, total, en la que se discute el ser o no ser de la humanidad, y atañe al respeto a la vida desde la concepción. El argumento que sostiene que durante las doce primeras semanas de gestación, el niño en formación no puede considerarse humano, se estrella con el axioma biológico que acredita que, el cigoto o huevo integrado por un óvulo humano, que ha sido fecundado por un espermatozoide también humano, es vida humana.

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