Columnas la Laguna

ANÉCDOTAS

DESMEMORIAS

HIGINIO ESPARZA RAMÍREZ

En este invierno duro y cruel, de cierzo paralizante, a cada rato olvido dónde dejé los guantes para protegerme las manos. Los traigo puestos y me doy cuenta de su existencia cuando me pongo a teclear mis notas. Del mismo modo, el tapabocas desaparece y sólo cuando intento sonarme la nariz se interpone para decirme, tajante: -¡Usa el pañuelo, no me contamines! No hay vuelta de hoja: el Alzheimer llegó a mi vida pero no me quita el sueño. Reconozco que sus efectos son brutales e irreverentes, pero también entretienen y sacuden la mente. En mi caso los primeros síntomas se dieron cuando hallé pastillas  junto al lavabo sin poder recordar para qué las puse allí. Lo peor: no reconocí al individuo que me miraba en el espejo con ojos de duda y asombro. 

  En otro momento, tardé más de media hora para localizar las llaves del coche hasta que me di cuenta que pendían del sistema de encendido, con el motor funcionando y las portezuelas aseguradas  por dentro. Por suerte, yo me hallaba afuera. Hace poco -por el contrario-dejé  abierta la puerta lateral-izquierda-delantera del vehículo porque simplemente olvidé cerrarla. Por eso hay ladrones. Una noche de madrugada, intenté, sentado en cuclillas, zafar la llanta ponchada del coche para llevarla a la vulcanizadora, y sí, la soltaron los pernos de sujeción y con el estirón caí de espaldas con la rueda encima y en esa postura me quedé dormido. Cuando desperté, no me acordaba que me hallaba en el suelo y traté, vanamente, de recuperar la cobija aborregada que siempre se va al suelo cada vez que me volteo en la cama. La estiré para cubrirme la espalda, y resulta que era la llanta. O sea, que hasta cuando sueño, olvido. 

   Los lentes son cómplices; se esconden a cada rato. Los veo pegados a la nariz pero olvido que los estoy buscando. Una vez aparentemente los perdí y compré otros. La desmemoria costó dos mil pesos, ya que poco tiempo después aparecieron los espejuelos extraviados. Lo bueno es que ya tengo  repuesto. (Cuando desaparecen las cosas y aparecen en otro lado, es que somos magos, no olvidadizos, me corrigió el mago de la escritura Rafael Pérez Gay)

  Una mañana de invierno desperté preguntando: ¿Quién eres tú?  Y de un puntapié en el estómago mi mujer me tiró de la cama. Me llamo Higinio pero después del incidente mi esposa me dice Ernesto. No lo hace por fastidiarme;  lo que sucede -supongo- es que ella de la misma manera comienza a enredarse con la memoria, aunque después me dijo que yo sufro el mismo mal que padecen muchas personas: olvidar rostros de gente conocida o muy cercana como somos nosotros los casados.  

Salgo entre semana de casa y me escudriña de pies a cabeza. Se me acerca silenciosamente y con un murmullo para que no escuchen las visitas, me advierte que el cierre del pantalón anda por los suelos. -Tampoco te has peinado, te pusiste un solo calcetín y la camisa la llevas con el cuello al revés; levántate el pantalón, ya se te ve la raya, agrega con sardónica crueldad.

 Persisto en la lectura y la escritura para deshacer en lluvia fina las nubes de la amnesia. Intento asimilar la demagógica publicidad de los partidos políticos a fin de frenar el despiadado y enfermizo mal, con redundancia  válida, pero no hay lucidez en los mensajes y la verborrea mañanera me oscurece más la mente. Las mañaneras, por cierto, son divertidas, pero creo que AMLO tiene el mismo mal: olvida la realidad y se enreda en las redes del poder.

 Mi mujer es complaciente y se burla cuando mis descuidos no le causan daños, pero en una ocasión explotó iracunda y casi me corre de la casa en presencia de las amigas con las que se reúne los martes a jugar canasta, dominó, damas chinas y vencidas.  Ese día desalojé una copiosa diarrea con residuos de barbacoa viajera, pero no me acordé de activar la manija del depósito del excusado y la fetidez por  poco mata de asfixia a una de las compañeras que intentaba evacuar con urgencia sus necesidades fisiológicas.

  Lo mejor que me está pasando en esta etapa de omisiones  involuntarias es que se me olvida pagar las cuentas de cantina, incluyendo la propina. El mesero extiende la mano y lo miro con extrañeza. De salida y a tres cuadras de distancia me pregunto:  ¿Quería una gratificación o solamente despedirse? Tal vez por esa causa los compañeros ya no me invitan con frecuencia a sus reuniones. Ha pasado más de  año y no llaman.  Seguramente no se acuerdan  porque también a ellos  Alzheimer ya les echó el ojo.

Concluyo,  por lo tanto, que Alzheimer es divertido, pero a veces cruel, antisocial y traicionero. Por cierto: ¡Feliz Navidad a todos!... -¡Es año nuevo tarumba! me corrije mi amiga, mi esposa ¿o es la cocinera que prepara el pavo con relleno de tamales para celebrar la llegada de los Reyes Magos?  ¿Eran tres? ¿Eran cuatro?... Les voy a hablar por teléfono celular pidiéndoles de regalo un calefactor antes de que se me congele la memoria. Por lo tanto.. ¡Felices carnestolendas 2022!

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