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John le Carré

RAUDEL ÁVILA

A muy pocos escritores contemporáneos les publican su obituario en medios tan diversos como New York Times, Washington Post, Financial Times, The Guardian, la agencia AP, la BBC, NPR, Le Monde y The Economist. Es el caso de John le Carré, para quien la siempre creativa y original prensa mexicana no pudo ofrecer otra descripción que "autor de bestsellers de espionaje". En cambio, la novelista canadiense Margaret Atwood manifestó "sus novelas constituyen una clave para el entendimiento del siglo XX". El historiador Simon Sebag Montefiore lo calificó de "titán de la literatura inglesa", mientras el mismísimo Graham Greene consideraba la novela "El espía que vino del frío" "la mejor historia de espionaje que jamás haya leído". Philip Roth elogió su libro "Un espía perfecto" como "el mejor de la lengua inglesa desde la Segunda Guerra Mundial". Finalmente, Ian McEwan lo consideraba "el novelista más significativo de la Gran Bretaña en la segunda mitad del siglo XX".

John le Carré encarnó esa coincidencia feliz del matrimonio entre alta calidad estética y popularidad masiva con los lectores. Las grandes figuras de la pantalla grande se disputaban los papeles de sus personajes en las adaptaciones cinematográficas. Actores y actrices como Richard Burton, Alec Guinness, Diane Keaton, Ralph Fiennes y Gary Oldman llevaron al cine algunos de sus libros. Sus personajes caminan como pueden "entre huesos y basura" para ejecutar "el sucio negocio del Estado", dijo el historiador Simon Schama. No son los glamorosos súper héroes del espionaje tipo James Bond. Sus novelas no transcurren entre persecuciones y explosiones cinematográficas, sino en medio de perturbadores dilemas morales. "Su verdadero tema no es el espionaje, sino la engañosa trama de las relaciones humanas… hombres buenos sirviendo causas malas, y hombres malos sirviendo causas buenas" escribió alguna vez Timothy Garton Ash. No construía falsas equivalencias entre el occidente capitalista y el totalitarismo soviético, pero sabía ser un crítico devastador de la hipocresía y la corrupción.

Apasionado de la literatura alemana, John le Carré perteneció a esa generación que todavía consideró el aprendizaje de idiomas y la curiosidad por el mundo exterior como elementos indispensables de la formación del escritor. En el páramo de la tristísima insignificancia intelectual de nuestra generación, donde los jóvenes "intelectuales" son revolucionarios de Twitter obsesionados con salir en televisión, John le Carré todavía representaba el lector voraz, autor internacional y hombre de libros anterior a Netflix. Con John le Carré se fue una manera muy inglesa de entender la literatura y, por consiguiente, la vida.

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