Columnas la Laguna

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

“Estos polvos afrodisíacos harán de su marido un toro semental” -le dijo el médico a la esposa de don Languidio Pitocáido. “Magnífico -se alegró ella-, porque actualmente es un buey. ¿Qué cantidad de polvos debo darle?”. Respondió el facultativo: “Los que quepan en una moneda de un dólar. Ésa es la dosis exacta”. A la mañana siguiente el médico llamó a la señora por teléfono y le preguntó cómo le había ido con los polvos. “Extraordinariamente bien, doctor -contestó entusiasmada la mujer-. Anoche mi marido me hizo el amor seis veces seguidas. “¿Seis veces? -se asombró el galeno-. Caramba, eso lo hacen solamente los varones de Saltillo, una bella ciudad del norte mexicano. ¿A qué horas le dio usted los polvos a su esposo?”. “Poco antes de irnos a la cama -replicó la señora-. Sólo que no encontré una moneda de dólar, y entonces le di los polvos que cabían en un billete”. La vecina de doña Macalota le contó: “Cuatro veces en el mes tengo un pleito muy fuerte con mi esposo”. Dijo doña Macalota: “Yo tengo solamente dos. A mi marido le pagan por quincena”. Lo que en seguida voy a relatar me sucedió hace tiempo. (Todo lo que me ha sucedido me sucedió hace tiempo, ya sean 50 años o un segundo). Visité en Kentucky la cabaña donde nació Abraham Lincoln. Para el efecto requerí los servicios de un guía que me dio interesantes datos sobre los primeros años de la vida del prócer y respondió mis preguntas con amabilidad. Al terminar la visita me preguntó él: “Perdone, señor: ¿de qué parte de los Estados Unidos es usted?”. “No soy de Estados Unidos -contesté-. Vengo de México”. “No lo puedo creer me dijo con asombro-. Habla usted un inglés perfecto, sin ningún acento. Creí que era usted americano”. Sus palabras me halagaron, y le di el doble de la propina que iba a darle. Antes, en la cafetería del lugar, había oído hablar a un turista que desayunaba con su esposa. Por el tono de su voz me pareció centroamericano. Cuando se dirigió a la mesera lo hizo en un inglés malísimo, con un pesado acento latino que la muchacha batalló para entender. Fui a la pequeña tienda del lugar y ahí pasé un buen rato buscando un libro de interés y algunos suvenires para llevar a casa. Al salir me topé con el que había sido mi guía y que ahora acompañaba al centroamericano cuyo pésimo inglés había oído yo antes. Al pasar oí que el guía le preguntaba: “Perdone, señor. ¿De qué parte de los Estados Unidos es usted?”. Sic transit gloria mundi. Por medio de una carta López Obrador felicitó a Joe Biden. No podía hacerlo de palabra, pues no habla ni papa de inglés. Su felicitación parece tardía. Además se vio remolona, hecha a regañadientes, como la del apostador que felicita al rival que venció al púgil por el cual apostó. Esperemos que la remisa actitud de AMLO no vaya a perjudicarlo en su trato con el nuevo ocupante de la Casa Blanca. Y esperemos que eso no perjudique a México. Una chica le hizo una extraña pregunta a otra: “¿Quién inventaría los zapatos de tacón alto?”. Respondió la interrogada: “Una mujer cuyo novio la besaba siempre en la frente”. (Debe haber sido un mentecato. Se hubiera agachado él. ¡Lo que nos ha costado ese invento!). Los recién casados llegaron al hotel donde pasarían su noche de bodas. El recepcionista les preguntó: “¿Quieren cama king size o matrimonial?”. “Matrimonial” -respondió el novio. Y es que anhelaba tener cerca de sí a su desposada. Spoon position, se dice en lengua inglesa. “No -opuso ella. Denos un cuarto con cama king size”. “Pero, mi vida -se desoló el muchacho-, ¿para qué necesitamos cama king size?”. Replicó ella: “Espera a que me quite la faja”. FIN.

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