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LUIS F. SALAZAR WOOLFOLK

El lunes de la semana pasada, el Colegio Electoral de los Estados Unidos declaró el triunfo del candidato del Partido Demócrata Joe Biden, como nuevo presidente de ese país. El término del proceso deja atrás un escenario de relativa incertidumbre sobre el resultado de la elección, después de que una a una, fueron desechadas las impugnaciones judiciales al proceso interpuestas por el candidato del Partido Republicano, el aún presidente Donald Trump, quien no logró acreditar la existencia de irregularidades que por su importancia y magnitud, hicieran posible revertir los resultados.

El proceso electoral ha concluido, y como pidió el propio Presidente Electo en su mensaje al recibir el reconocimiento de su triunfo, es el momento de dar vuelta a la página y dejar atrás la lucha electoral, y pasar a las asignaturas pendientes en cuya atención deberán trabajar el pueblo y el gobierno del vecino país, tanto al interior de la propia sociedad norteamericana como en el escenario internacional, en el que los Estados Unidos siguen desempeñando un papel relevante. Dentro del espacio de influencia de la potencia mundial, en nuestra condición de vecinos y parte del sub continente de Norteamérica, a los mexicanos nos corresponde asumir las consecuencias del nuevo liderazgo y darle la bienvenida, con las reservas que imponen la experiencia histórica y las circunstancias actuales.

En ese contexto se produce la carta de felicitación que manda el presidente López Obrador al mandatario estadounidense recién declarado electo, que para muchos resulta tardía a pesar de que se produce y se envía el mismo día de la declaración oficial emitida por el Colegio Electoral, encargado de certificar el resultado final. El pronunciamiento empero resulta oportuno desde el punto de vista diplomático, por el solo hecho de que el Presidente que permanece aún en funciones, representando al gobierno con el cual se tiene la relación entre ambos estados y el candidato renuente a aceptar su derrota, son la misma persona.

Por lo que hace al derrotero por el que van a continuar las relaciones México-Estados Unidos, es poco probable que se produzca una diferencia radical, a pesar del contraste entre los temperamentos y los puntos de vista del presidente norteamericano que termina y el que está por iniciar su gestión. La incredulidad y el desencanto que ahoga a la sociedad de nuestro tiempo, nos hace escépticos para invocar principios humanistas o diplomáticos porque al fin y al cabo, la cruda realidad y la conveniencia recíproca de resolver los problemas comunes en ambos lados de la frontera, condicionan el futuro de las relaciones entre ambos países vecinos, como las han condicionado en el pasado, con independencia de quien sea el presidente en uno u otro de los márgenes del Río Bravo.

Por supuesto que en la relación tendrán que realizarse ajustes y por ello, la embajadora Martha Bárcena pone su renuncia sobre la mesa, argumentando que es tiempo de retirarse, después de cuarenta y cinco años en el Servicio Exterior del gobierno de México. La disposición de la embajadora deja a los presidentes de ambos gobiernos en aptitud de construir un nueva forma de representación en la relación diplomática, puesto que deja en libertad a López Obrador para que la ratifique o designe un nuevo embajador que la sustituya y en forma simultánea, deja el camino abierto para que el nuevo gobierno norteamericano, para que confirme o retire la aceptación de la representación que ostenta en su persona, o se designe un nuevo titular de la que sin duda, es la embajada más importante de nuestro país.

La agenda de las relaciones bilaterales mantendrá su importancia de primer nivel, en cuanto al tema migratorio y el flujo humano y cultural que implica, las relaciones comerciales que incluyen el tema específico de la política energética, así como respecto a la alianza militar que existe y la lucha común que libran ambos países, en contra del tráfico de drogas y armas. La renovación que supone el advenimiento de un nuevo Presidente de los Estados Unidos no cambiará los términos de la agenda, pero abrirá una nueva oportunidad para mejorar en la atención de los problemas comunes.

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