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Alianza de espectros

JESUS SILVA-HERZOG

El sistema de partidos recibió dos golpes mortales. El primero fue el Pacto por México. El segundo la elección del 18. Tras esos dos golpes, los tres órganos de la competencia electoral quedaron hechos trizas, sin que hubieran aparecido alternativas. No tenemos partidos porque los tradicionales perdieron hasta el sentido de sí mismos y el que recibió la mayoría está lejos de ser, propiamente, partido.

Vale regresar a los primeros días del gobierno peñista para aquilatar el golpe que recibió entonces la estructura de competencia. El acuerdo envenenó a los tres partidos. Como palanca reformista fue, sin duda, eficaz. Puso en movimiento una máquina que estaba detenida, pero el costo de esas reformas efímeras fue gigantesco. La corrupción del peñismo embarró a todos los firmantes, destruyó su identidad, resquebrajó su cohesión, los convirtió en cómplices de una administración aborrecible. Aquel pacto no fue un acuerdo de Estado, sino una alianza de resentimientos. Para la dirigencia del PAN fue la oportunidad de sacudirse el maltrato del presidente Calderón. Para los perredistas fue el instrumento para marcar distancia de López Obrador.

El pacto por México formalizó lo que un politólogo alemán ha llamado "cartelización" de los partidos políticos. Peter Mair se refiere al entendimiento entre organizaciones que, en lugar de recrear la competencia, se asocian para repartirse las rentas del Estado. Los antagonismos desaparecen, las alarmas se apagan, los desacuerdos no abordan lo crucial. Bajo este esquema, los partidos pueden ser adversarios en el momento electoral, pero después de la elección trabajan por el interés común: su beneficio La democracia pierde sentido cuando los partidos dejan de animar los desacuerdos. Ese fue el impacto de la coalición peñista. Destruyó en la ciudadanía las brújulas de la crítica. Por eso fue imposible para Acción Nacional y para el PRD presentarse como opción confiable.

La elección del 2018 fue el segundo golpe de muerte. Si el primero fue resultado de negociaciones cupulares, el segundo fue una paliza de votos. El rechazo a los partidos tradicionales fue contundente. El apoyo electoral a quien representaba el polo opuesto a esa componenda fue igualmente claro. Pero a la derrota no vino en los partidos una revisión crítica del pasado reciente, una reagrupación para organizar la oposición, no aparecieron liderazgos frescos, no se libraron batallas parlamentarias, no se ocuparon espacios en los medios. Tras la derrota, la nulidad. Lo más grave para las oposiciones no fue la pérdida de asientos, sino la ofuscación. Las oposiciones no tienen, hasta el momento, idea de qué son, dónde están, ni qué quieren.

Producto de esa confusión existencial es la alianza que han anunciado en días recientes. Los partidos que no han sabido cómo plantar cara al Gobierno se asocian ahora para competir contra su partido. Han tomado dos años de vacaciones y ahora nos anuncian que han regresado para asociarse. Es cierto que no hay buenas opciones para esas organizaciones y podría parecer una decisión de entendible pragmatismo pactar para colocarse en una plataforma competitiva. Lo dudo. Ya sabemos que las coaliciones no suman los votos de los coaligados, que los pactos desalientan a los simpatizantes y confunden a los votantes. Esta alianza no atrae a nadie porque no fue precedida de la depuración que habría sido de esperar tras una derrota tan severa. Porque no ha sido defendida públicamente con argumentos persuasivos. Porque no tiene figuras confiables. Sin renovación, esta es una coalición de los peores. La corrupción del peñismo, más los destrozos del panismo, más la arrogancia de los oligarcas. La coalición anti-Morena enfatiza los peligros de un Gobierno tan incompetente y tan voraz como el que padecemos, pero lo hace desde una añoranza que no puede ir muy lejos. La esperanza de este pacto es que el reciclaje de lo que fue derrotado hace tres años avance impulsada por la ineptitud del Gobierno actual.

Los arquitectos de esta alianza imaginan la formación de un bloque parlamentario que haga muralla a las ocurrencias presidenciales. Es improbable que eso ocurra. La alianza electoral, si llegara a tener éxito, no será el fundamento de un bloque opositor en el Congreso. El PRI seguirá siendo, como hasta ahora, un partido al servicio del presidente. La alianza no es solamente alimento para la retórica de la polarización. Puede terminar siendo apoyo de la coalición oficialista.

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