Columnas la Laguna

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

"¡Canalla! ¡Infame! ¡Vil! ¡Malnacido! ¡Desgraciado! ¡Ruin!". Todos esos adjetivos, y otros más sonoros aún que no puedo consignar aquí por respeto al público lector, le gritó la iracunda mujer al hombre. Y añadió hecha una furia: "¡Me voy a casa de mi madre!". "No te molestes -replicó el sujeto-. Yo me iré a la casa de mi esposa". El papá de Lirolito, muchacho fifí, reprendió a su hijo: "¿Cómo me pides que te compre un automóvil caro y de último modelo? Dices que lo quieres para igualarte con tus compañeros, pero fui al estacionamiento de tu escuela y no vi más que coches desvencijados, baratos y de modelos muy antiguos". Opuso el muchachillo: "Son los de los maestros". Habían pasado los mejores años del toro semental. Sin bríos ya, su desempeño con las vacas era nulo. A duras penas se les podía subir, y eso a costa de ímprobos esfuerzos, pero de ahí no pasaba. El granjero se decidió a cambiarlo por otro, y compró un toro joven, vigoroso y lleno de ímpetus vitales. Cuando el nuevo semental llegó al prado se aplicó al punto a cumplir su cometido, y fue dando buena cuenta de las vacas, una tras otra, en rápida sucesión. El toro viejo se puso entonces a bramar con fuerza, a resoplar y rascar la tierra con las pezuñas. "Ahórrate esas demostraciones -le aconsejó el granjero-. No podrás vencer en riña al nuevo semental". "No pretendo vencerlo -aclaró el viejo toro-. Lo único que quiero es que vea que yo no soy vaca". A humilde nadie me gana, pero cuando se trata de encomiar a Saltillo hago a un lado la humildad, porque en ese caso cualquier forma de modestia constituye un fraude a la verdad. Entre las muchas virtudes que mi ciudad posee está la de ser una plaza beisbolera. Ahí el futbol no ha florecido nunca. A un empresario se le ocurrió la idea de poner en Saltillo un equipo de segunda división, y en los juegos había más gente en la cancha que en las tribunas. Por lo que a mí se refiere, el último juego de soccer al que asistí (y creo que el único al que en mi vida he ido) fue un encuentro entre las selecciones de México y Rusia. Los ratoncitos verdes cayeron con la cara al sol, pero ganaron una victoria moral. Ese partido, si la memoria no me engaña, se celebró el 5 de febrero de 1964 en el estadio de CU. Algún consultor de hemerotecas o memorioso aficionado podrá confirmar el dato, o corregirlo. A fuer de saltillense yo soy aficionado al beisbol. Por eso vi los seis juegos de la Serie Mundial, y por eso me alegró mucho la victoria que los Dodgers obtuvieron, en buena parte por el brillante desempeño que en el partido final mostraron dos extraordinarios pitchers mexicanos, Urías y González, consumadores del triunfo de los angelinos. En medio de tantas calamidades públicas esa alegría privada vino a aliviar por unas horas mi conturbado espíritu. Volví a ser el niño de 5 años que se ponía feliz cuando ganaba el legendario equipo de su ciudad, los  Pericos de Saltillo, y que se alegra ahora con las victorias de los Saraperos. Una señora le preguntó a otra: "¿Por qué le pusiste Scar a tu hija? En inglés esa palabra significa cicatriz". Explicó la otra: "Es lo que me quedó de una caída". El dependiente de la tienda de abarrotes era sobremanera tímido. Llegó un rudo sujeto y le pidió en tono áspero: "Dame una barra de pan, y además, si tienes huevos, una docena". Fue el asustado muchacho con el dueño de la tienda y le informó: "Aquel señor quiere 13 barras de pan". Don Martiriano le comentó a su esposa: "Al morir donaré mi cuerpo a la ciencia". Sugirió doña Jodoncia: "Dónale nada más el cerebro y la pija. Es lo que menos has usado". FIN.

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