Cultura

Los murales del Hotel Río Nazas en Torreón

Obras de Juan Bueno Díaz y de Alberto Ruiz Vela, decoran el inmueble desde su inauguración en 1954

Imponente. El mural, Conquista y evangelización, da la bienvenida en el vestíbulo del Hotel Río Nazas. (EL SIGLO DE TORREÓN/ERICK SOTOMAYOR)

Imponente. El mural, Conquista y evangelización, da la bienvenida en el vestíbulo del Hotel Río Nazas. (EL SIGLO DE TORREÓN/ERICK SOTOMAYOR)

SAÚL RODRÍGUEZ

Era enero de 1947 y los cimientos del Hotel Río Nazas comenzaron a colocarse frente a la avenida Morelos. La mente que ideó tal obra fue el ingeniero José F. Ortiz, un exitoso banquero de la región, cuya visión comercial le instó a crear un hospedaje de lujo para los empresarios que llegaban a La Laguna deseosos de hacer negocios.

Así, a través de la empresa Impulsora de la Laguna y de personajes como Alfonso Estrada y don Antonio de Juambelz (fundador de esta casa editora), el inmueble fue inaugurado a las 10 de la noche del 24 de julio de 1954. Al gran baile asistieron políticos como Enrique Torres Sánchez, gobernador de Durango y Rodolfo González Treviño, alcalde de Torreón, así como importantes familias de la sociedad lagunera.

Las crónicas de la época narran que, durante la velada, los directivos de Impulsora de La Laguna recalcaron que el Hotel Río Nazas vendría a darle un nuevo rostro a la urbe, pues hasta ese entonces Torreón era conocida como "la ciudad sin hoteles".

Acto siguiente, la fiesta fue amenizada por el conjunto español Los Xey, la vedette Rosa de Castilla y la Orquesta del Salón Versalles del Hotel del Prado (Ciudad de México). Tal fue el éxito de la noche que los organizadores decidieron repetir el programa un día después.

A 66 años de su inauguración y con un esplendor que parece hospedar su brillo sólo en el recuerdo, el Hotel Río Nazas resiste ante la transformación de su entorno y la baja ocupación de sus habitaciones. No obstante, en la soledad que suele envolver a su vestíbulo, aún se puede respirar la esencia de los años cincuenta, sobre todo en las paredes, donde sus murales revelan la importancia que tenía el arte para el gremio empresarial.

MUSEO SEXAGENARIO

El Hotel Río Nazas cuenta con cinco murales: dos del español Juan Bueno Díaz en su vestíbulo y tres del capitalino Alberto Ruiz Vela en su restaurante.

Para entender la importancia de estas obras, el historiador Carlos Castañón, director del Archivo Municipal de Torreón, expresó en entrevista que el Hotel Río Nazas no nació como un hotel cualquiera, sino como un inmueble que buscaba darle identidad a la región.

En ese rubro, sus constructores contrataron a los dos artistas antes mencionados para que realizaran murales sobre la historia lagunera.

"Me parece muy significativo que la arquitectura de los años cincuenta, incorpora todavía los murales en las fachadas de los edificios, como es el edificio Monterrey, el Hotel Río Nazas, el edificio Tylsa, la escuela de Comercio y Administración, la escuela de Medicina. Más o menos estamos hablando de la misma época entre los años cincuenta y los sesenta, donde hay un esplendor constructivo que no suelta la mano de la estética. Utiliza esta expresión de los murales públicos para narrar la historia de La Laguna".

Así, al entrar al Hotel Río Nazas, dos murales de Juan Bueno Díaz reciben en el vestíbulo. A la izquierda se puede observar el mural Conquista y evangelización, que muestra una escena donde un misionero, presumiblemente jesuita, comparte la oración a los indígenas con la laguna de Mayrán de fondo. Cabe recordar que a finales del siglo XVI, los jesuitas recibieron la autorización del rey Felipe II para evangelizar la zona que años más tarde se conocería como La Laguna.

A mano derecha se puede observar el otro mural de Bueno Díaz: Alegoría del campo lagunero. Aquí, a través de un grupo de campesinos, se muestra a los principales cultivos con los que se identifica a La Laguna. Primero aparece la uva, después el algodón (conocido también como el "oro blanco" y principal motor de la economía lagunera), y finalmente el trigo, cuya importancia provocó la instalación de varias fábricas harineras en la zona. En el centro, vestida con blusa verde, aparece el personaje de Consuelo Iriarte de González.

Al entrar al restaurante, que actualmente se encuentra en desuso, se puede observar el primer mural de Alberto Ruiz Vela: Paseo en la Plaza 2 de abril, que retrata una escena en la ahora llamada Plaza de Armas de Torreón, con el Casino de La Laguna de fondo, donde las mujeres son cortejadas por caballeros y los personajes visten ropa de la época. Al centro, con puro en mano, se puede apreciar al ingeniero José F. Ortiz, uno de los empresarios más importantes que ha tenido La Laguna.

"Era un banquero de origen regiomontano muy conocido aquí en Torreón. Él vino muy joven a trabajar en los años veinte. Vino a trabajar al Banco de La Laguna, primero como gerente, después le fue tan bien y fue tan brillante que terminó hasta como accionista. Adoptó a Torreón como tantos migrantes que vinieron y aquí se quedó", comparte Castañón.

Frente al mural Plaza 2 de abril se encuentran las otras dos obras de Ruiz Vela. Tras un viejo piano puede contemplarse el mural Bellezas laguneras, donde aparecen las jóvenes María Luisa Estrada (hija de Alfonso Estrada), Patricia de la Peña, María Luisa Valencia de Torres y María Rosa Bredee de Bremen. Detrás de ellas se impone el lujoso Hotel Río Nazas. La escena representa el paseo dominical que solían realizar los jóvenes de la época por la avenida Morelos.

El último de los murales es Noche de Covadonga, que representa los festejos de la tradicional Romería de Covadonga, realizada cada 18 de septiembre en honor a la virgen de Covadonga. Se trataba de una verbena iniciada por la comunidad española, donde se efectuaban corridas de toros, partidos de fútbol y expresiones artísticas como la danza en las que llegaron a participar Magdalena Briones y Pilar Rioja. En los años cincuenta, la Romería tenía su sede en la Alameda Zaragoza.

Actualmente, el Hotel Río Nazas y sus murales abrazan su historia para resistir el paso del tiempo y las inclemencias de la pandemia. Como muchos otros inmuebles de la ciudad, pide el reconocimiento de ciudadanos y autoridades en un grito silencioso, mientras espera como único anhelo el regreso de la bonanza que alguna vez ostentó.

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